Muchas
aristas son las que bordean el problema de la prostitución. Unos
opinan
que
ellas prefieren una
vida fácil antes que trabajar, orientando
el problema hacia un ámbito personal
y privado,
y otros plantean legalizar el negocio para que la regulación proteja
a las trabajadoras del sexo y,
al mismo tiempo, que ese dinero negro que va de unas manos a otras,
aflore.
Las y
los feministas
están claramente en contra de la
esclavitud que
originan
las mafias, que
controlan a las prostitutas con mano
de hierro, yoptan
por la ilegalización de esta practica. Por último, el grupo de
los más irreflexivos cree que es un producto más del
mercado
y lo pueden consumir sin el más mínimo remordimiento.
Pero
al margen de todas las consideraciones al respecto, hay dos
aspectos que son comunes a todas las prostitutas: la pobreza y
la
marginación. No es muy habitual que mujeres de clase media-alta se
mantengan en las
carretera casi desnudas esperando clientes
o permanezcan
en burdeles
convertidos
en mercados de carne.
Más bien parece claramente un negocio nacido de la semilla
de la desigualdad
y alimentado por el caldo de cultivo de la hipocresía misógina.
La
única esperanza para la erradicación de la prostitución la
vislumbro en los avances de los ingenieros japoneses que en un plazo
muy corto de tiempo introducirán en el mercado los
robots del sexo, con una imagen y textura prácticamente igual a la
de una mujer. Puede ser la solución, pero si el diseño de estos
robots incluye una inteligencia evolutiva, que no le extrañe a nadie
que un día no muy lejano se planten contra la esclavitud sexual
androide.
Siempre que puedo, me escapo unos días a los
Pirineos catalanes (cuando no hay pandemias), y no ha habido ni una
sola vez que no me haya quedado al borde del síndrome de Stendhal
mirando las gigantescas montañas que rodean el valle, casi
verticales y cubiertas de su habitual manto blanco. Sin duda, es un
escenario más cercano a la fantasía que a la realidad ordinaria.
En una excursión con rumbo incierto, junto a la estrecha y escarpada carretera de montaña en la que nos encontrábamos, nos topamos con un pequeño pueblo de no más de cincuenta
habitantes, con una vieja iglesia presidiéndolo y cuatro pequeñas calles de
viviendas aplastadas por el tiempo. Varios perros nos recibieron, y
frente a nosotros había un viejito sentado en
una silla de esparto junto a la puerta de su casa, viendo la vida pasar. Bajé del coche y
le pedí información sobre un pueblo abandonado que figuraba en
nuestro mapa local.
El viejo hablaba una mezcla de aranés,
catalán y español que no impidió la comunicación. Era un
conversador nato y, tras sus detalladas indicaciones, se interesó
por nosotros y por nuestro viaje. En medio de la cháchara, intenté
averiguar que opinaba sobre su increíble entorno, si todavía le
seguía sorprendiendo ese paraíso, y él me respondió algo así
como: "la visión del mar desde una playa vacía tampoco debe
estar mal”. No sé si como una
reflexión sobre lo que tenemos y somos incapaces de apreciar, pero
el viejito me devolvió mi propia pregunta.
Las estadísticas nos cuentan que se ha disparado el consumo de ansiolíticos. En este estudio no se incluye el continente africano ni los países en banca rota, porque sus necesidades conviven con la miseria y no hay tiempo para pastillas ni dinero para vacunas. Los últimos análisis de las aguas residuales de nuestras ciudades revelan un aumento del consumo de alcohol y otras drogas que no pasan por el filtro de hacienda; vinagre para las heridas. Es una clara evidencia de que la felicidad artificial de nuestro primer mundo se está desmoronando, mientras la dicotomía entre economía y vida sigue sin resolverse.
De los efectos nocivos de la pandemia no se salva nadie. La menguante clase media, esa que apenas duerme ante la posibilidad de perder su estatus por la crisis económica, se aferra a un clavo ardiendo para poder continuar con el estilo de vida que les permita viajar a la costa, realizar compras compulsivas y engullir copiosas comidas. Y que decir de los mochufas, subgénero de una clase reciente sin etiquetar todavía, que expanden a todo volumen sus conversaciones intrascendentes; negacionistas de la lucidez aspirando a formar parte de una nueva burguesía por la gracia de sus pequeñas propiedades y de sus coches de montaña para ciudad.
Mientras tanto, las farmacéuticas, revestidas como salvadoras de la humanidad, se frotan las manos ante el inmenso botín que van a amasar vendiendo sus 'inventos' al mejor postor. Este virus está mostrando la realidad que solemos ignorar. En un momento donde la unión transversal global sería nuestro bote salvavidas, el egoísmo y la estupidez flotan como una mancha de aceite sobre el agua.
13
de agosto. En las noticias advirtieron de la ola de calor extrema que íbamos
a sufrir en la provincia de Alicante, acompañada de la calima
procedente del desierto del Sahara. No les concedí el beneficio de
la duda y supuse que esa previsión era producto de pronósticos
apresurados de los meteorólogos becarios que durante el mes de
agosto sustituyen a los titulares. Esa mañana me desperté sudando.
Abrí los ojos y miré fijamente al techo con la insoportable
sensación que me produce no saber que hice la noche anterior. La
habitación estaba muy caliente y decidí abrir las persianas para
que se ventilara, pero recibí un fogonazo de aire hirviendo. Sin
darle mucha importancia me introduje en la ducha, pero no había agua. Me puse la
camiseta de los Ramones, un pantalón corto vaquero, unas chanclas y
las gafas de sol. Desayunar era mi próximo destino.
Ademas del enorme calor, que me enrojeció la piel instantáneamente al salir a la calle, un silencio sepulcral inundaba toda la avenida, roto únicamente por el crepitar de las hojas de los ficus que, literalmente, se deshacían sobre mí por el calor. El color amarillento del cielo me hizo recordar las imágenes de las sondas que transmiten desde Marte. Aceleré el paso para llegar lo antes posible a la cafetería, pero en mi cabeza ya no estaba el desayuno, pensaba únicamente en el aire acondicionado que lógicamente estaría funcionando a su máxima potencia. Regaba el suelo con mi sudor, las sandalias se pegaban a un asfalto viscoso y comencé a quedarme sin saliva. Al doblar la esquina advertí la presencia de una pareja de jubilados tendidos en el suelo, totalmente deshidratados. Eran madrileños, por la sombrilla y las sillas playeras que estaban esparcidas junto a ellos y, sin perder ni un segundo, rebusqué en sus bolsas buscando agua, pero el resultado fue negativo. Cogí la gorra del fallecido para proteger mi cabeza del sol y me armé de valor, solo quedaban unos cien metros hasta la cafetería y quería llegar vivo.
La cafetería era virtualmente un horno y el espectáculo dantesco que vi era la representación del Guernica de Picasso. Decenas de cuerpos esparcidos por el suelo con los ojos abiertos y otros apilados junto a los grifos de cerveza y agua de los que no salia ni una gota. Le quite el burka a una monja inerte que estaba tendida en el suelo y me lo enfundé recordando el libro de Vázquez Figueroa, Tuareg, donde el protagonista utilizaba todos los recursos disponibles para evitar el calor asesino del desierto. Calculé mis opciones en décimas de segundo y decidí regresar a mi casa para apurar el escaso líquido que me quedara, y si tenía que morir, por lo menos estaría rodeado de los discos del Boss.
Cuando estaba a punto de llegar, caí al suelo casi desmayado junto a un Mercedes 4X4. Evidentemente era el final, pero antes de tirar la toalla, una idea salvadora me alumbró. Me introduje reptando debajo del motor del Mercedes y, con las pocas fuerzas que me quedaban, solté el tubo que suministraba el agua a los limpiaparabrisas y ...........mucho mejor que un mojito. Gracias a este recurso de supervivencia logré llegar a mi casa justo en el momento en el que volvió el suministro de luz y agua a la ciudad. Pasé el resto del día junto al aire acondicionado viendo documentales de viajes a la Antártida y al espacio, donde la temperatura, en invierno y en verano, es de 270 grados bajo cero.
Nos hemos acostumbrado a malvivir con él y lo consideramos un
mal inevitable. Me refiero al capitalismo moderno y global, un
sofisticado sistema explotador, contrario a la democracia, que solo
persigue beneficios a toda costa. Las entidades supranacionales
corporativas han adquirido tanto poder que son capaces de guiar el
rumbo de cualquier gobierno con solo una llamada telefónica, porque
todos los países, sin excepción, están endeudados con el capital
internacional.
El capitalismo siempre ha ostentado el
poder de una u otra manera. Desde el inicio de la andadura del homo
sapiens, los privilegios de unos pocos, y por lo tanto la creación
de la desigualdad, ha sido un hecho recurrente. Algunos filósofos y
pensadores se han sumado a la teoría del ‘sálvese quien pueda’. Sin ir más lejos, mi admirado Federico Nietzche veneraba la idea del superhombre en la
cual nos vendía, como algo natural, la 'derivación' de los mas
débiles para no contaminar las semillas nobles y puras, pero eso sí,
disfrazando su peligroso discurso supremacista con una bella prosa
poética que yo nunca me he tragado.
El sistema
capitalista actual, no solo es la raíz de los graves problemas de
convivencia entre civilizaciones y personas, sino que amenaza con
destruir el planeta, al que trata como un mero recurso para su
beneficio. La preocupación por el cambio climático no es una moda.
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el capitalismo salvaje
está lapidando nuestro ecosistema. La idea de un crecimiento
ilimitado es una estupidez que nos está llevando al desastre. A la
vaca apenas le queda leche, pero bueno, ya se encargan los lobbys
negacionistas de engañar al personal y calificar de exageraciones
esas alarmas ecológicas. Utilizan a rajatabla el 'carpe diem',
aunque cada año suba progresivamente la temperatura global de un
planeta que muestra sus heridas en los crecientes desastres
climáticos. Caricaturizando el hecho de la progresiva destrucción
de la tierra, es algo así como el suicida que se tira desde la
planta 60ª de un edificio, y un limpia cristales situado en la
planta 30ª le pregunta mientras cae: ‘¿Cómo va todo?’, y el
suicida le responde: ‘de momento bien’.
La trama
capitalista tiene mil caras y combate a sus detractores diseñando
barreras defensivas mediante la manipulación, consiguiendo que buena
parte de la sociedad se sienta identificada con un sistema cuasi
dictatorial. Si hay que conseguir un importante botín, no hay
barreras, se actúa por lo civil o por lo criminal. Se derrocan
gobiernos si es necesario o se utiliza a los ejércitos afines
argumentando haber encontrado cualquier arma de destrucción masiva
para que realicen el trabajo sucio. Cuando llega la crisis,
frecuentemente provocada por la saturación y la avaricia de los
mercados financieros, quien tiene que pagar los platos rotos de los
recortes y los ajustes estructurales económicos son los países del
tercer mundo, y en nuestra privilegiada sociedad occidental, los
ciudadanos de a pie.
La inacción y la resignación de
los damnificados ante esta locomotora destructora, es la actitud
ideal para el capitalismo, el actual 'presidente' del mundo,
imponiendo una ley de la selva que promete conflictos. Quizá
mediante la concienciación, la cultura como arma defensiva, la unión
de fuerzas y la solidaridad, puede que se atisbe una tibia luz en el horizonte. El poder y los recursos del planeta deben estar
repartidos y gestionados por la gente, y no recaer en una élite
depredadora. Eso es la democracia.
Mientras
buscaba restos de bocadillos en la playa, una gata negra, erguida
sobre el techo de un chiringuito, se dirigió a mi utilizando un
extraño
idioma
que, increiblemente,entendí
sin
problemas.
Con la calma de una figura de porcelana, afirmó
que conociendo el gusto musical de cada uno podía hacer un retrato
psicológico del sujeto con muy poco margen de error. Su
curiosa exposición me
hizo lanzarme a su encuentro sin sopesar las consecuencias, como
solemos hacer los inocentes mejores amigos del hombre sobre una
pelota de tenis.
La
invité a mover
ficha. Sonrió
ligeramente y
enumeró con los dedos de sus patas delanteras sus géneros
preferidos entre los que estaban: el soul, el funk, el jazz, el rock,
el reggae, la bossa nova, música afro, clásica, americana y alguna
más que ahora no recuerdo. Era la típica respuesta escondida tras
la tinta de un calamar. Con los movimientos de mi morro, intentaba
olfatear el sentido de sus palabras, pero intuía que el asunto de la
música era solo un pretexto. Sabía que me estaba tendiendo una
trampa retórica y esperé a que ampliara su mensaje para desvelar la
incógnita X.
Ella
leyó mi pensamiento y, sentándose sobre sus patas traseras,
argumentó su discurso de manera escalonada cual profesor de
filosofía: 'las etiquetas que le damos a las cosas son atajos,
artilugios para facilitar el entendimiento de nuestro perezoso
cerebro. No hay límites ni divisiones desde un punto de vista
atemporal. Ni tú eres un perro, ni youna
gata ni tu dueño un ser
humano, aunque alguna vez lo hayamos creído, solo somos una mezcla
uniforme que se mueve dentro de una espiral que llamamos tiempo. Tú
y yo, si
quieres,
vamos a luchar contra la principal pandemia que estamos sufriendo
desde hace miles de años: los humanos. Pero dicho esto, si te gusta
el reggeton ya te puedes ir con
tu dueño'.
Nunca
había oído hablar a un gato de esa manera. Bueno, de ninguna. Me
describió su plan que en un principio me pareció bastante
disparatado, pero me mantuvo con la boca abierta durante esos breves
minutos. Se despidió dándome su número de wasap y, mirando hacia
ambos lados, me aconsejó que lo usara mientras
el enemigo
estuviera roncando y su móvil accesible. Cuando me confirmó que no
íbamos a estar solos en esta revolución, recordé por un momento a
Ed Norton y Brad Pitt en El Club de la Lucha. Regresé sospechando
que esos restos de bocadillo contenían algún producto alucinógeno
debido ala
labor de las
incansables bacterias, y
no sé por qué, cuando vi a mi
dueño
lanzarme un plato volador, supe que esta vez lo iba a recoger él.
La música circulaba por los cables de mis auriculares dentro de ese
tren que se movía por la superficie de la tierra sin apenas producir
ningún traqueteo. Las imágenes de las llanuras interminables de La Mancha parecían repetirse en bucle. Las aldeas y los molinos de
viento aparecían y se perdían lentamente por el horizonte, como el
tiempo que se derrama sobre los relojes de Dalí.
Mi
vagón era una muestra de ADN de un mundo condensado en ochenta
metros cuadrados. En la zona central se concentraban humanos anónimos
de color gris, esos a los que llamamos la gente y que somos nosotros
mismos. A la derecha, una pareja con el cabello nevado repetía el
mismo ritual de incomunicación de los últimos treinta años; ella
hablaba y hablaba, y el mantenía su mirada perdida, quizás
analizando las múltiples vidas posibles que ya nunca vivirá. En el
fondo del vagón, una madre combatía sin tregua contra sus dos niños
enfarlopados, quien sabe si añorando la vida tutelada con niñeras
electrónicas del mundo feliz de Huxley. Frente a mí, una misteriosa
cuarentañera compartía su mirada entre un libro y la visión
monótona y apasionante al mismo tiempo que nos regalaban esas
grandes ventanas.
La
portada del libro decía que estaba leyendo 'Black Friday y los
compradores compulsivos'. Intenté hacer acopio de todos los datos
que mis sentidos podían captar para realizar un retrato
psicológico sobre ella. La lectura de un ensayo sobre economía y
sociología indicaba una curiosidad antropológica no muy usual en
estos tiempos. Esnifé discretamente su perfume, sin duda era Rive
Gauche, con su efecto alucinógeno que te transporta sin darte cuenta
a los jardines del Edén. Su pelo negro caía escalonadamente sobre
sus hombros. Las formaciones esféricas que dibujaban sus pechos
sobre una blusa pálida eran, sin duda, un discurso sobre el
movimiento circular de las galaxias, y la línea divisoria que
dibujaba la falda sobre sus piernas me llevó a imaginar a una diosa
desnuda frente a mi.
No
acostumbro a lanzar miradas lascivas, pero esa mujer estaba rompiendo
las cadenas que me ataban a un mundo civilizado. Enumeré todas las
opciones para establecer un contacto real y poder estar con ella en un lugar
más tranquilo para conocernos mejor. Algo me
decía que ese día viajaríamos hasta el cielo y Dios nos miraría a
los ojos. Esa
mujer, seguramente, estuvo conmigo en el inicio del Big Bang y
también durante el largo viaje hasta la tierra, pero no podía
determinar si siempre habíamos estado unidos, o ella era una completa
desconocida proveniente de otro universo paralelo. Ante esa
disyuntiva, decidí iniciar la conversación para averiguarlo, pero
antes de abrir la boca, ella se adelantó diciéndome:
–-
Por qué me miras así, Javier? Estamos llegando a Madrid, por favor,
abróchate el botón de la camisa, sabes que a mis padres no les
gusta que vistas de cualquier manera para ir a la ópera.
Querida marquesa, aunque no me guste el dato, me he documentado y he llegado a la conclusión de que comparto el 99,99% de mi ADN con usted, pero me resisto a creer que seamos como dos gotas de agua, no porque usted sea patricia y yo plebeyo ni porque su diáfano discurso supremacista me ubique en las antípodas de su visión sobre las relaciones humanas. Debe haber algún desencuentro en nuestro enlazado molecular, en nuestra trama neuronal que nos hace diferentes, como la materia y la antimateria, como la cara y la cruz, como el oxígeno y el hidrógeno del agua; todos forman parte del mismo catálogo, de la misma unidad, pero unos viven en la noche y otros en el día de ese sol que no entiende nuestros parámetros.
Los mensajes que fluyen producto de los escasos chispazos de clarividencia, van diseñando nuestros cerebros, y a algunos nos dicen que esas pequeñas guerras que intenta inocular en el el núcleo de fricción de las dos Españas, son luchas infructuosas. Marquesa, no me voy a andar con rodeos, lo que necesita es amor, el amor que surge entre las hojas de primavera y el rocío del alba que unen sus esencias de manera desinteresada, pero claro, probablemente para usted esta percepción solo sea un desvarío. Si alguna vez sus más profundas convicciones no son satisfechas, venga a nuestro secta, será bienvenida, pero recuerde que nosotros solo robamos cuando lo necesitamos, como la marea que recupera legítimamente su playa.
Marquesa, ábrase entera (mentalmente) y olvide su tóxico odio hacia los que se resisten a ser dominados por su gremio, no me refiero al PP ni a VOX, sino a los marqueses sin fronteras. Deje que el amor se expanda más allá del reducido grupo de humanos de su cuerda, recuerde que desde un punto de vista galáctico, no existe arriba o abajo ni izquierda o derecha. No se empeñe obsesivamente en obtener por todos los medios el papel de la bruja en Blancanieves o de la madrastra en La Cenicienta, porque ya sabe que estos personajes encarnan las fuerzas del mal. Tampoco le aconsejo que utilice estrategias que ya utilizó el partido Nacionalsocialista para conseguir ser apoyada por una mayoría sin criterio, y ya sabe como acabó la película. Como le ocurrió a Nietzsche, acabará cegada por la luz, pero en su caso, por la que desprenden las farolas de la calle Génova.
Damián jugaba habitualmente al siete y medio, pero las cartas siempre le habían sumado ocho. En una fría mañana de un perezoso lunes, él afrontaba su batalla diaria contra la rutina con valentía y resignación. Durante el viaje al trabajo, frecuentemente se cruzaba en su carril algún conductor estresado intentando ganar unos segundos efímeros. Ya no se molestaba en apretar sostenidamente la bocina del coche, ni siquiera se acordaba de sus antepasados, pero le intrigaba el motivo de sus prisas: regalaban algo?, se acercaban las olas de un tsunami?, por fin Nostradamus había acertado con el fin del mundo? Si fuera así, él no se enteraría, estaba fuera de lugar en un estadio desconocido, era un apátrida dentro del imperio de la raza humana.
Durante el lento trayecto, se sentía prisionero entre coches estraños y conductores buscando petróleo en sus fosas nasales. Podia presenciar, de soslayo, una alucinante mezcla de colores sobre el temprano mar a la izquierda de la carretera, pero a nadie le importaba la visión del paraiso, todos estaban inmersos en los pequeños problemas de sus pequeños mundos. Él sabe que la gente ordinaria no está para tonterías filosóficas, solo están diseñados para lo de siempre desde hace más de cien mil años, sin evolución aparente, y presiente que los avances tecnológicos solo son una tapadera que cubre nuestra ignorancia.
Los pensamientos fluían de manera aleatoria desde las rejillas del aire acondicionado de su coche. Su ex se habia vuelto a casar con un escritor; había leído su último libro y había llegado a la conclusión de que después de 'Los pilares de la tierra', ese libro era la mayor mierda que habia leído en su vida. Su mujer siempre había elegido mal, y ese pensamiento le perseguía en los momentos más inoportunos. Le gustaría pulsar la tecla de reinicio y comenzar de nuevo, pero esa tecla no funcionaba.
Cuanto más conoce a la gente (y a él mismo), más quiere a su perro. Su hija es concejal de VOX en Valencia y su hijo se ha integrado en una secta religiosa en la India. Después de meditaciones profundas, sospecha que el destino de cada uno está escrito, pero quiere averiguar quién lo ha escrito para intercambiar algunas palabras con él.
Explosiones de supernovas. Montañas majestuosas sobresaliendo entre ríos bulliciosos. Millones de estrellas decorando el cielo de la noche. Rayos de sol filtrados por ramas formando abanicos de colores.
¿Realmente, quién eres? ¿Por qué permites la violencia, es una ley universal? ¿De dónde proviene la crueldad, está incrustada en ti? ¿Eres la misma que alienta el amor y la bondad?
Te imagino en la escena del crimen como el reportero de la sección de sucesos; durante la danza del sexo, serías la masturbación; en la batalla, estarías ubicado en la retaguardia. Ante la explícita alegría que desprende el sol de abril, solo alcanzarías el rango de bufón, y frente a las fauces terribles de la tragedia, encarnarías el rol de plañidera. Tú no vives, solo finges vivir. Utilizas tu vanidosa mente para elaborar palabras laberínticas que se desvanecen en el vacío, como la insoportable intrascendencia de un crucigrama. Los sentimientos no se empaquetan ni se venden con un lazo, porque viven el ahora y aquí y no son transferibles. Podrías enumerar una lista de sensaciones y una sucesión de acontecimientos, pero no puedes descodificar en palabras la voz del corazón, la extraña subjetividad de los sentidos ni la magia de lo invisible, aunque lo intentes. Escritor, no escribas, vive!
Las diferencias ecológicas que mantenía desde hacía meses con mi coche nos había llevado a una separación temporal, y como un ritual diario, inicié mi procesión al trabajo bajo la tibia luz del cielo, recorriendo a pie el paseo de la playa. El desenlace de la lucha que mantenía el alba con el amanecer desplegaba un manto rosado sobre el mar; las gaviotas sobrevolaban la playa con sus gritos de guerra y los empleados de los chiringuitos y cafeterías abrían perezosamente las persianas desparramando mesas y sillas entre una batería de sonidos de percusión, preparando un escenario artificial para turistas y ociosos sin rumbo.
Una gaviota que flotaba sobre una corriente cálida se posó a unos dos metros de mi, sobre la arena, y me acompañó en una trayectoria paralela durante un par de minutos. Me apoyé sobre la valla que separaba el paseo de la arena y enfoque mi mirada sobre la gaviota. Esperaba que se alejara ante la mirada de un humano, peligroso por definición, y en lugar de salir volando hacia el mar, se quedó mirándome fijamente. Sorprendido por la reacción de la gaviota, comence a hablarle, mirando a ambos lados para que nadie pensara que estaba haciendo lo que estaba haciendo, pero de ella no salió ni un graznido. Racionalizé el comportamiento de la gaviota, quizá debido al espacio que le hemos devuelto a los animales por el confinamiento y proseguí mi camino hasta la oficina.
Ya en el despacho, entre varios documentos apareció el libro Juan Salvador Gaviota que me regaló Karen, una irlandesa a la que perdí el rastro después de pasar dos intensas semanas con ella. Releí su reseña en la primera hoja del libro en la que decía 'nada es lo que parece ser'. Todavía pensando en ella, me llamó mi secretaria diciéndome que una señorita llamada Karen quería verme. Era una de esas casualidades que siempre quieres que te sucedan. Estaba radiante, llena de vida, y con su terrible spanglish me contó sus peripecias durante los dos últimos años. Decidí tomarme el día libre, y antes de subir a su coche para ir a mi apartamento, ella retiró disimuladamente una pluma de gaviota sobre su asiento.
Cuando me dirigía al quiosco para comprar el ABC, como todos los días, Dios descendió lentamente del cielo con música de Tangerine Dream y se plantó frente a mí ataviado con una túnica blanca y luciendo su larga barba. Al principio me asusté un poco, temía que me ordenara grabar en piedra algunos mandamientos o algo así, más que nada porque estaba de vacaciones y al día siguiente me iba a Ibiza. Irradiando un haz de luz blanca sobre toda la avenida, se dirigió a mí y me dijo: —¿Por qué has perdido la fe, había puesto mi confianza en ti? —el sonido grave de su voz retumbó sobre el suelo. Me parecía que no se andaba con rodeos y utilicé una estrategia defensiva. —Lo siento, no sabía que existías. Nunca he tenido noticias de ti, podías haberme mandado un email o un wasap —le contesté a modo de excusa, pero él siguió con lo suyo. —Si hubieras creído en mí te hubiera acogido en el cielo, pero ahora me veo en la obligación de condenarte a pasar el resto de tu vida en el infierno —rápidamente me di cuenta de que no había tenido un buen día y, de perdidos al río, quise que supiera lo que pensaba: —Si eres tan sabio y nos has hecho a tu imagen y semejanza, ¿como es posible que hayamos salido, siendo benévolo, tan peligrosos, no habrá fallado algo en tu experimento biológico? Deberías saber que no somos masocas, que no nos gusta pasarlo mal, ¿por qué no nos echas un cable de verdad, como hacía Superman? —por el modo en el que me miró, me temí lo peor. En ese momento sonó el estridente pitido de un aparato satánico y la amenaza de Dios se cumplió, era el infierno y marcaba las 07.00
Ni
el más lúcido guionista de series distópicas hubiera desarrollado
una trama en la que un virus invisible y asesino se alía con un
planeta agonizante y mantiene en jaque la vida y la economía de la
raza humana. El coronavirus nos está golpeando con crueldad y nos ha
devuelto a una realidad que incluso algunos desconocían: nuestra
extrema fragilidad. Ahora, confinados en nuestras confortables cárceles,
echamos de menos aquellas pequeñas cosas, cotidianas, rutinarias
e insignificantes, esas que ahora sabemos que eran muy importantes. Esta tragedia quizá saque lo mejor de nosotros, incluso puede que
nos conciencie de que formamos parte de una enorme comunidad
global donde el dolor de una parte es el dolor de todos, o que nos aleje del egoísmo más rancio y nos anime a respetar, sin excepción, todo lo que nos
rodea; pero no olvidemos que también puede aflorar lo peor de nosotros mismos.
Me refiero a los justicieros de balcón, los que lanzan gritos amenazantes a cualquier humano que se atreva a circular por la vía pública. Esos vigilantes de la legalidad vigente se sientes enfundados con el uniforme de policía o de la Gestapo, vaya usted a saber, con un pensamiento recurrente: "si yo no puedo, tú tampoco". Te pueden insultar si al sacar al perro creen que has sobrepasado el límite de tiempo, y no dudan en marcar el 091, como si se tratara de una Smith and Wesson, ante cualquier anomalía que ellos creen detectar. Eso sí, a las 8 de la tarde están sin falta en sus balcones aplaudiendo con fervor a los sanitarios que, efectivamente, salvan nuestras vidas arriesgando las suyas, pero a algunos se les olvida que sus votos propician el desmantelamiento de la sanidad pública, esa que ahora aplauden.
Perdido entre tés y otras hierbas milagrosas, la dependienta de la herboristería me rescató y me convenció para que comprara un bote de probióticos con el argumento de que este producto era mucho más potente que los modestos antioxidantes que contenía el té y, además, me garantizaba una salud de hierro durante un par de meses. Leyendo las breves instrucciones que tenía el bote, me quedé perplejo, alucinado: cada cápsula contenía 15 billones de bacterias amistosas. Esto no lo sabe nadie, pero tengo la manía de contar todas las cosas, por ejemplo, cuando voy a hacer una paella, cuento uno por uno todos los granos de arroz, no puedo evitarlo, es una información que debo conocer, pero eso de contar 15 billones de bacterias es para quitarse el sombrero. Sin pensarlo dos veces, llamé al laboratorio sueco que fabrica los probióticos, con mi inglés de my taylor is rich, para conocer a mi alma gemela, a esa persona que había contado las bacterias de cada cápsula, pero de manera imprevista, mi interlocutor me recomendó una conocida práctica homosexual y me colgó. Los suecos tienen fama de ser muy civilizados pero realmente no tienen educación. --------------------------------- Paciencia, prudencia y mucho ánimo, y no olvidéis la clase de zumba online todas las mañanas.
Había
recibido varias
cartas y al principio era divertido: divagábamos, bromeábamos y a
veces desvelábamos nuestros más
íntimossecretos.
Pero quizá debido a la tolerancia, que en términos médicos
significa que cada vez necesitábamos una dosis mayor de
contacto, nuestras cartas eran
insuficientes y en el horizonte habían aparecido los ojos
desafiantes del síndrome de abstinencia. Ayer recibí la última
carta y, como siempre, la guardaba para
leerla y saborearla al día siguiente mientras desayunaba, como el
que espera durante la comida el momento del postre, y esa carta decía
así: “…………....ya sé que hicimos un trato, pero no puedo
mantenerlo, no quiero seguir con las cartas, quiero verte. Me
da igual que nos odiemos dentro de dos o tres años y que nos tiremos
los platos a la cabeza. Voy
a ir el sábado por la mañana a tu casa, y si no
me recibes y prefieres tirarme los
platos directamente,
lo entenderé, pero espero
que sean de plástico”.
Reconocí
inmediatamente mis antiguos nervios adolescentes y los pensamientos
estresantes parecían no tener fin: “hoy es
sábado, son las once y todavía no me
he duchado”, “¿el vestido azul o los vaqueros?”, “debería ordenar un poco la casa”………....en ese preciso momento
sonó el timbre y mis pulsaciones comenzaron a rebotar en mis venas.
Mientras me abrochaba el batín y apartaba de mi cara los rizos, abrí
la puerta casi temblando y ….……… era él. Nos miramos sin
hablar durante unos segundos y comenzó a sonreír con sus ojos
rasgados. Yo lo atraje hacia mí agarrándolo de la cintura mientras
nos besábamos como si de esos besos dependiera nuestra vida. La
cuenta atrás había comenzado, ya no queríamos una relación para
siempre, solo queríamos quemarnos hasta que se acabara el
combustible; todo tiene un final, era así
de simple. No pudimos llegar a la habitación, esos
diez metros de distancia eran kilómetros, pero nos acogió el pobre
sofá del salón que no tenía culpa de nada.
____________________
Nunca
había escrito un libro para nadie, y ahora soy lo que coloquialmente se
llama ‘un negro’, pero lo que no imaginaba es que lo tuviera que
escribir para una mujer y relatado en primera persona en un ejercicio
de travestismo mental. El encargo era para Laura Lujan, presentadora
del Canal Siete y mujer del dueño de Construcciones Hispania. Esa
noche quedé con Víctor, mi excéntrico editor, en el lugar donde
partió la historia, el Singles Bar, para recibir el esperado talón
de cincuenta mil euros, tomar unas copas y también me pidió que
llevara mi agenda porque iba a proponerme un encargo de otra mujer. A
pesar de que no me hacía mucha gracia que mi nombre no apareciera
por ningún lado, era dinero fácil por escribir algo más de
doscientas paginas de historias románticas, muy alejadas de mi
estilo y de los temas turbulentos en los que suelo sumergirme,
además, Víctor siempre me ha ayudado en los peores momentos
colocando mis libros en las principales librerías y, sin duda, su
influencia ha contribuido positívamente en las criticas hacía mi; no
podía negarme a sus extrañas peticiones.
Estaba
anotando algunas modificaciones para una posible segunda edición del
libro cuando mi copa cayó bruscamente empujada por el bolso de una
pelirroja que pasaba junto a mi mesa. Me levanté inmediatamente
intentando evitar que el whisky cayera sobre mis pantalones y le
dije: ”no te preocupes, pediré otra copa, no pasa nada". Ella
se sentó en la mesa de al lado y se disculpó diciéndome que no
estaba teniendo una buena noche y estaba un poco descentrada. Después
de intercambiar comentarios sobre el incidente, me pidió permiso
para sentarse en mi mesa porque corríamos el riesgo de quedar
afónicos. Era curioso, parecía que estábamos viviendo uno de los
episodios del libro y además en el Singles Bar. Me preguntó si
había arruinado lo que estaba escribiendo en su agenda, y yo le dije
que solo eran apuntes para un libro.
—¿Qué
hace un escritor en un sitio como este? —preguntó.
Al
oír su pregunta me quedé helado. ¡Estaba viviendo el mismo guion
del libro, no podía ser! ¿Era una casualidad, era una fantasía, o
quizá dios me enviaba un mensaje? Hasta ese día había sido un ateo
pragmático que no creía en las casualidades, pero……¿cuál era
la explicación?
—Estoy
esperando a mi editor……...se ha empeñado en quedar aquí en el
Singles Bar ……...que es el punto de partida del libro —le
respondí casi en estado de shock y sin saber muy bien lo que decía.
El
motor turbo de mi cerebro se estaba gripando. Ese libro todavía no
estaba a la venta y, además, nadie sabía que lo había escrito yo,
ella no podía tener esa información. ¿Era posible escribir algo
que sucedería exactamente en el futuro? ¿Sería humana esta guapa pelirroja?
En medio de mi confusión, ella intentó taparse la boca pero
no impidió que explotara su risa desbocada.
—Soy
Carmen, la prima de Víctor, todo es una broma, espero que no te enfades —me
dijo riendo y besándome en la mejilla a modo de desagravio—, y
para compensarte, aquí tengo un talón a tu nombre con mucho ceros.
—Gracias
—le dije riendo—, lo has hecho muy bien, me lo he tragado de
principio a fin, creía que me estaba volviendo loco.
—Yo
también escribo; la
verdad es que le
pedí a Víctor que nos presentara, estaba deseando hablar contigo
sobre tus
libros, y
después
de leer el borrador de
Singles Bar se me ocurrió la
broma. Por
cierto, si
otra vez vuelves a escribir un libro encarnado en el
sexo opuesto,
creo que te podría enseñar varias armas de mujer que estoy segura
que desconoces.
—Vale, pero ¿tú que elegirías conmigo: amistad o sexo? —le pregunté
sonriendo y parafraseando el texto del libro.
Estuvimos conversando de mesa a mesa sobre el incidente hasta que me pidió permiso para sentarse en mi mesa argumentando que corríamos el riego de quedarnos afónicos. De verbo fácil, irónico, atractivo y educado, no parecía pertenecer al tipo de ganado que abundaba en ese lugar. A mí pregunta sobre la agenda, me dijo que escribía apuntes para un libro.
—¿Qué hace un escritor en un sitio como este? —le pregunté irónica.
—Podría preguntarte más o menos lo mismo, pero bueno, sí, soy un cuenta historias, por el día escribo y por la noche preparo lo que voy a escribir el día siguiente inspirándome en tugurios como este. Ahora estoy escribiendo sobre singles, por eso estoy aquí, para informarme de primera mano de todo lo que se cuece por aquí, haciendo casi de espía.
—No me incluyas en el grupo, estoy aquí..…....digamos que por una pésima elección —intenté salir de su mira telescópica.
—Bueno, para que lo voy a negar, yo soy un single, estoy afortunadamente separado y poco a poco he desarrollado una clara alergia a los contratos. Cuando me invitan a una boda y veo a las víctimas, no puedo dejar de sentir pena por ellos.
—Sí, yo también estoy separada, y desde luego yano busco al príncipe azul. La convivencia es complicada, y la relación de pareja eleva esta dificultad hasta el nivel diez; es tóxica, una lucha de egos, es un viaje destinado al fracaso. ¿Cuantos ejemplos quieres que te ponga sobre la mesa además del mío? —le dije riendo.
—Solo los que hayan tenido éxito, así acabamos antes —reía acompañando mi risa.
—No te interesará una mánager para relanzar tu carrera literaria? —le pregunté con algo de sorna.
—Gracias por tu proposición pero no te podría pagar, apenas puedo mantenerme yo. Si no fuera por el pluriempleo no podría vivir de mis libros, pero no me quejo, muy pocas personas pueden decir que trabajan en lo que les gusta, además, cuando escribo puedo ser Dios dentro del universo del libro. Decido quién es el protagonista, el color de ojos de ella, donde y cuando se van a producir los encuentros casuales de los personajes. Si quiero puedo hacer caer desde un cielo gris una fina lluvia sobre el asfalto de una calle vacía, y puedo desnudar los pensamientos de cualquier personaje solo con rescatar imágenes de sus sentimientos. Al fin y al cabo escribir es principalmente una terapia, un tubo de escape que evita que las dudas y las contradicciones se queden anquilosadas en el interior.
Me gustaba como desarrollaba sus argumentos, como movía sus manos y como cerraba sus ojos casi orientales cuando sonreía. Habían pasado dos horas a la velocidad de la luz y me sentía tan cómoda con su compañía que apenas escuchaba la desastrosa música del local, y si la gente que había a nuestro alrededor hubiera sido abducida por alienígenas, seguro que no me habría dado cuenta.
—Aprovechando que hablo con Dios, ¿no podrías haber perfeccionado un poco más nuestro cerebro?, porque te has lucido con el ser humano, tu invento biológico—le pregunté irónica.
—Siempre me han malinterpretado, el humano es el malo dentro de mi creación —dijo siguiendo la broma—, y el matrimonio ‘hasta que la muerte nos separe’ del que hemos hablado, es producto de los homo sapiens, no mía. Científicos y psicólogos opinan que la atracción entre dos personas no dura más de tres años en el mejor de los casos. Para que funcione una pareja, dando por hecho que los cerebros estén mínimamente equilibrados, deberían convivir como máximo un par de días al mes, después, cada uno en su casa, y así estoy seguro que tenemos una pareja feliz para años. Puede que las relaciones sexuales y los vínculos de amistad funcionen mejor de manera separada, así sabríamos a que atenernos y que relación elegir sin tener que cargar con todo el pack. Esa es mi receta.
—Y tú, que elegirías conmigo: ¿amistad o sexo? —le dije con malicia.
—Contigo apostaría por una relación platónica, porque a pesar de no conocerte apenas, pareces tan especial que no me arriesgaría a perderte si primero consigo tenerte. Bueno, ahí va mi proposición: sexo durante una sola noche y comunicación mediante una carta escrita a mano, una vez al mes, y no vernos nunca más. ¿Qué me dices? —me dijo mirándome directamente a los ojos.
¡Estaba hablando en serio! Era una proposición indecente, lo sabía, pero había algo en él y en sus palabras que me incitaba a participar en el juego. Después de mantener su mirada, sonreí y acepté su trato con un beso.
Acabamos en su casa, y esa noche descubrí que era la persona que había estado esperando toda mi vida......…..pero habíamos acordamos no volver a vernos.
Siempre
me he considerado una mujer activa e
involucrada en diversos proyectos,
pero parece que con el paso de los años
me he quedado en punto muerto. Puede que el cambio hormonal y la
falta de dopamina producida por la maldita menopausia me haya robado
parte de la ilusión y el coraje necesario para seguir en primera
línea, además, mis relaciones
personales están a mitad de camino
entre el desastre y la inactividad, lo
que me lleva a estar a un paso de tirar la toalla.
Después de casi
veinte años de un matrimonio que
prometía, pero
que acabó siendo anodino y rutinario, y de varias relaciones que no
duraron más de seis meses, a
mis cincuenta años ya no estoy dispuesta a aceptar actitudes
machistas de aquellos que se declaran feministas en público pero que
en el fondo no quieren perder los privilegios heredados del macho ibérico.
Desde que acabó el verano estuve
viviendo el día de la marmota: de casa al trabajo, del trabajo a
casa, un par de horas en internet,
series de Netflix y vuelta a empezar. Pero decidí
cortar el círculo vicioso abandonando las redes y jubilando la
televisión para apuntarme a la vida real a
tumba abierta. Todavía me considero un
mujer atractiva, pero
no estoy dispuesta a pasar por un casting de autoestima constanteporque una sociedad patriarcal
nos pida
una puesta en escena impecable en cada
momento: depilaciones, peluquería o
maquillaje, como si tuviéramos que estar siempre dispuestas para
rodar Pretty
Woman.
Enfundada en mi chándal de
runner novata, regresédel footing agotada,
reflejando en mi rostro los gestos de
dolor de este invento llamado ejercicio físico,con el pelo chorreando de
sudor, la boca seca por la
deshidratación y la ropa interior
empapada. Si, esa soy yo, la original,
un ser humano diferente al
resto e inevitablemente igual a
todos los
demás.
Cándida es otra
separada de la que suelo huir
habitualmente; experta en quedadas de
singles y otros saraos, y a pesar de que nunca me ha dado buen
pálpito, ese día me convenció para ir al Singles Bar, un disco-pub
situado en la playa.
Antes de abandonar el parking y todavía dentro de su desordenado
coche, Cándida comenzó a prepararse
para el combate en un ritual de gestos automáticos,
acicalándose el cabello, utilizando mecánicamente el carmín y el
spray de colonia, colocándose con precisión el sujetador y pasando
revista al resto de sus armas. Siempre había tenido la dudosa virtud
de elegir mal, me sucede
de serie, y parecía que esta vez no iba
a ser una excepción. Pero bueno, ya estábamos allí.
La
estrategia de Cándida, que actuaba de maestra de ceremonias, era
bastante previsible. Insistió en que
nos sentáramos en el centro de la gran barra que había junto a la
pista de baile, y a los a los pocos minutos ya teníamos a dos
individuos junto a nosotras. Parecían salidos de alguna película de
Santiago Segura, vestidos con ropa 'moderna' y con un aliento
alcohólico muy acusado. Cándida ya los conocía y comenzó a hacer
manitas, totalmente desinhibida, con uno de ellos. El que me tocó a
mí me contaba historias fantásticas de superhéroes: “La última
vez que estuve con una mujer me dijo que no sabía lo que era un
hombre hasta que estuvo conmigo”. Este era el nivel.
Haciendo
de tripas corazón, los acompañé brevemente a la pista bailando el
'despacito'. Cándida me separó ligeramente de ellos y me propuso
que nos fuéramos los cuatro a su casa, pero viendo el panorama, le
contesté que ni de coña. Ella me miró durante unos segundos con
cara de fastidio y me dijo que se iba con uno de ellos. El
otro cromañón había
oído la conversación y me
endosó un codazo diciendo:
“Venga, no te hagas la estrecha”, a lo que contesté sin elaborar
demasiado mi respuesta: “¿Por qué no te vas a tomar por culo y
compruebas si te gusta?". Recibí miradas
poco amistosas
y los tres desaparecieron dejándome sola en medio de la barra de un
bar de singles.
Estaba
fuera de lugar, en el sitio erróneo y con las personas equivocadas,
como era habitual en mí. Me sentía extraña
con los más jóvenes, demasiado joven con los de mi edad, incomoda
cuando estaba rodeada de gente y cuando estaba sola echaba de menos
a esa persona a la que no encontraba. Buscaba ese ente misterioso
llamado 'mi sitio' y parecía que en ese antro no lo iba a
encontrar. Huyendo
de los focos,
me dirigí a la mesa más escondida posible, sincronizando el tiempo
que iba a permanecer en el Singles Bar con el sorbo final de mi gin
tonic. Para colmo de males, tiré con el bolso la copa que
había en la mesa de al lado sobre
la única persona que no gritaba
en ese puto club y que estaba
escribiendo algo en una agenda. ¡Tierra, trágame!
Antes de
disculparme, se levantó con su agenda chorreando de whisky y me
dijo: "No te preocupes, pediré otra copa y limpiarán la mesa;
ojalá todo se solucionara tan fácilmente, ¿no
crees?"