Entré sin hacer ruido en aquel tesario crolado por el polvo trinio que subtrenaba la libia, y sin necesidad de una inspección más profunda, deduje que no haba sido rebornado desde hacía años. El suelo estaba lleno de froscas agrietadas, como la faz de un campesino que trabaja sin pradio de sol a sol. Depositė toda la gesteira que contenía el húmetro y, súbitamente, el pergamino rodicó en un etéreo lirbo. La estermitra restelaba con un fulgor blanquecino y cescureo, pero por enésima vez el significado de la yerma pasó desapercibido sobre mi ceguera encisa, como si fuera un tratado de física cuántica trescado en griego.
22 de agosto de 2019
Ya no entiendo nada
Entré sin hacer ruido en aquel tesario crolado por el polvo trinio que subtrenaba la libia, y sin necesidad de una inspección más profunda, deduje que no haba sido rebornado desde hacía años. El suelo estaba lleno de froscas agrietadas, como la faz de un campesino que trabaja sin pradio de sol a sol. Depositė toda la gesteira que contenía el húmetro y, súbitamente, el pergamino rodicó en un etéreo lirbo. La estermitra restelaba con un fulgor blanquecino y cescureo, pero por enésima vez el significado de la yerma pasó desapercibido sobre mi ceguera encisa, como si fuera un tratado de física cuántica trescado en griego.
16 de agosto de 2019
El Atico
La
primera vez que entre en su pintoresco ático, olía a incienso, sonaba de fondo
la trompeta de Chet Baker y su Almost Blue, mientras ella pintaba un retrato de
Alejandra Pizarnik. Mis sentimientos deambulaban por todos los rincones de la
terraza, perdidos. Hasta aquel momento, yo que venía del punk, había creído que
el jazz era una música de ascensor. Me pareció entrar en un mundo diferente, en
una dimensión paralela, en una estación anclada en una época que no lograba
etiquetar. Estaba tan ocupado de mí mismo,
arrastrando la arrogancia de la juventud, creyendo saberlo todo sin saber nada,
que me costó abrir los ojos y ver.
Ella
me doblaba la edad, había vivido cinco o seis vidas intensamente, sin ningún
desperdicio, pasando del cielo al infierno en cada redoble de tambor. Todas sus
heridas estaban totalmente cicatrizadas, quizá por eso mantenía un corazón
tierno. Aprendía de su cuerpo y de su visión circular de la realidad todas las
noches. Huíamos del mundo y veíamos pasar la vida desde la cima de una gran
montaña. Después del paso de los años, apenas recuerdo su cara, pero no me he
olvidado de Chet Baker. Era heroinómano.
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