26 de septiembre de 2011

El blog de Truman



         Sara ha creado un mundo virtual, una realidad paralela, una segunda vida al aterrizar en el país de los blogs, un camino que le ha abierto las puertas de espacios inexplorados. Cada vez utiliza más tiempo en la oficina para leer a otros blogueros y confeccionar sus posts, esos diarios íntimos al alcance de medio mundo.

         Desde el comienzo de su blog, hace ahora dos años, percibió un ambiente diferente. Abandonó sus cuentas de facebook y twitter porque comparando, estas le parecían pueriles sistemas de comunicación en los que se sentía fuera de lugar, sin embargo el blog le permitía dejar su huella y recibir por parte de algunos blogueros sensaciones especiales, como si de la carta de un amigo se tratara, sobre todo si esa carta provenía de Truman, su media naranja cibernética, su poeta privado, culto, inteligente, irreverente y con un especial sentido del humor. No tiene ninguna foto de él pero lo imagina cuarentón y bien parecido, distinguido y al mismo tiempo informal y descarado, aunque a veces se le antoja tímido y sensible.

        Sara no está aquí para ligar y ya está de vuelta de muchas cosas, por eso se relaciona con él con mucha prudencia, aunque sabe que cada día le resulta más difícil no estar comunicada de alguna manera con Truman, no lo puede evitar. Ella está casada con Carlos desde hace veinte años, lo quiere a su manera, sin prisas ni pausas y no necesita ningún lío con nadie y mucho menos por Internet, pero desde hace unos meses corre adrenalina por sus venas y se llama Truman.

        Aunque es duro reconocerlo, la complicidad entre Carlos y Sara cada vez es menor, ella lo sabe. En su día fueron una pareja casi perfecta pero ahora pertenecen al grupo R, al club de la rutina. Ya no salen solos a cenar, siempre van con varias parejas, frecuentemente con compañeros de trabajo de Carlos y sus respectivas mujeres e hijos. Las conversaciones de ellos discurren entre el futbol, el trabajo y el análisis de los coches que cada uno se ha comprado. Mientras piensa en Truman, Sara finge disfrutar de la compañía de sus colegas de cena, unas cabezas de chorlito que diseccionan como Jack el destripador a compañeras de trabajo, suegras y a cualquiera que les caiga mal. Es peligroso situarse en medio de sus dianas, y para colmo, nunca falta un repaso pormenorizado de los logros de los hijos de cada una, tapando por supuesto los desvaríos de los hijos adolescentes. Sara y Carlos no tienen hijos y tampoco los desean, esos diablillos siempre les han parecido unos tocahuevos, pequeños terroristas que mantienen a sus padres al borde del suicidio.                                                                                                                      

         Esa noche, ella vio una  película de Audrey Hepburn, mientras Carlos leía un enorme tocho sobre la segunda guerra mundial. Antes de acostarse, Sara le dio un rutinario beso a su marido y tomó un somnífero. Ya en la cama y con los ojos cerrados pensaba en Truman, y se preguntaba si habría  escrito ya en su blog esos poemas con los que conseguía erizar su piel; mañana lo averiguaría.

         Cuando Carlos advirtió que Sara estaba dormida, abrió el ordenador y como un autómata  tecleó la dirección de internet, introdujo la clave 321403A y su nick: Truman.

Sabia que había llegado el momento de dar la cara, de proponerle a Sara una cita a ciegas. Corría el riesgo de que ella pensara que él solo se había estado burlando, como una broma de mal gusto; lo que estaba claro es que ese encuentro sería un punto de inflexión para ellos. Carlos sentía miedo, no podría soportar que su relación con Sara se enfriara definitivamente si la cita fallaba, pero si ganaba la partida, se volverían a colgar como dos adolescentes. Terminó de redactar su post con un mensaje adicional para Sara en su correo electrónico, una cita. Entró en la cama con cuidado para no despertarla, besó sus hombros, abrazó su espalda y se durmió sabiendo que ella soñaba con Truman.
                                    

Steppenwolf