16 de febrero de 2021

Ola de calor

  


         13 de agosto. En las noticias advirtieron de la ola de calor extrema que íbamos a sufrir en la provincia de Alicante, acompañada de la calima procedente del desierto del Sahara. No les concedí el beneficio de la duda y supuse que esa previsión era producto de pronósticos apresurados de los meteorólogos becarios que durante el mes de agosto sustituyen a los titulares. Esa mañana me desperté sudando. Abrí los ojos y miré fijamente al techo con la insoportable sensación que me produce no saber que hice la noche anterior. La habitación estaba muy caliente y decidí abrir las persianas para que se ventilara, pero recibí un fogonazo de aire hirviendo. Sin darle mucha importancia me introduje en la ducha, pero no había agua. Me puse la camiseta de los Ramones, un pantalón corto vaquero, unas chanclas y las gafas de sol. Desayunar era mi próximo destino.

Ademas del enorme calor, que me enrojeció la piel instantáneamente al salir a la calle, un silencio sepulcral inundaba toda la avenida, roto únicamente por el crepitar de las hojas de los ficus que, literalmente, se deshacían sobre mí por el calor. El color amarillento del cielo me hizo recordar las imágenes de las sondas que transmiten desde Marte. Aceleré el paso para llegar lo antes posible a la cafetería, pero en mi cabeza ya no estaba el desayuno, pensaba únicamente en el aire acondicionado que lógicamente estaría funcionando a su máxima potencia. Regaba el suelo con mi sudor, las sandalias se pegaban a un asfalto viscoso y comencé a quedarme sin saliva. Al doblar la esquina advertí la presencia de una pareja de jubilados tendidos en el suelo, totalmente deshidratados. Eran madrileños, por la sombrilla y las sillas playeras que estaban esparcidas junto a ellos y, sin perder ni un segundo, rebusqué en sus bolsas buscando agua, pero el resultado fue negativo. Cogí la gorra del fallecido para proteger mi cabeza del sol y me armé de valor, solo quedaban unos cien metros hasta la cafetería y quería llegar vivo.

La cafetería era virtualmente un horno y el espectáculo dantesco que vi era la representación del Guernica de Picasso. Decenas de cuerpos esparcidos por el suelo con los ojos abiertos y otros apilados junto a los grifos de cerveza y agua de los que no salia ni una gota. Le quite el burka a una monja inerte que estaba tendida en el suelo y me lo enfundé recordando el libro de Vázquez Figueroa, Tuareg, donde el protagonista utilizaba todos los recursos disponibles para evitar el calor asesino del desierto. Calculé mis opciones en décimas de segundo y decidí regresar a mi casa para apurar el escaso líquido que me quedara, y si tenía que morir, por lo menos estaría rodeado de los discos del Boss.

Cuando estaba a punto de llegar, caí al suelo casi desmayado junto a un Mercedes 4X4. Evidentemente era el final, pero antes de tirar la toalla, una idea salvadora me alumbró. Me introduje reptando debajo del  motor del Mercedes y, con las pocas fuerzas que me quedaban, solté el tubo que suministraba el agua a los limpiaparabrisas y ...........mucho mejor que un mojito. Gracias a este recurso de supervivencia logré llegar a mi casa justo en el momento en el que volvió el suministro de luz y agua a la ciudad. Pasé el resto del día junto al aire acondicionado viendo documentales de viajes a la Antártida y al espacio, donde la temperatura, en invierno y en verano, es de 270 grados bajo cero.

Steppenwolf