Mientras
buscaba restos de bocadillos en la playa, una gata negra, erguida
sobre el techo de un chiringuito, se dirigió a mi utilizando un
extraño
idioma
que, increiblemente,
entendí
sin
problemas.
Con la calma de una figura de porcelana, afirmó
que conociendo el gusto musical de cada uno podía hacer un retrato
psicológico del sujeto con muy poco margen de error. Su
curiosa exposición me
hizo lanzarme a su encuentro sin sopesar las consecuencias, como
solemos hacer los inocentes mejores amigos del hombre sobre una
pelota de tenis.
La
invité a mover
ficha. Sonrió
ligeramente y
enumeró con los dedos de sus patas delanteras sus géneros
preferidos entre los que estaban: el soul, el funk, el jazz, el rock,
el reggae, la bossa nova, música afro, clásica, americana y alguna
más que ahora no recuerdo. Era la típica respuesta escondida tras
la tinta de un calamar. Con los movimientos de mi morro, intentaba
olfatear el sentido de sus palabras, pero intuía que el asunto de la
música era solo un pretexto. Sabía que me estaba tendiendo una
trampa retórica y esperé a que ampliara su mensaje para desvelar la
incógnita X.
Ella
leyó mi pensamiento y, sentándose sobre sus patas traseras,
argumentó su discurso de manera escalonada cual profesor de
filosofía: 'las etiquetas que le damos a las cosas son atajos,
artilugios para facilitar el entendimiento de nuestro perezoso
cerebro. No hay límites ni divisiones desde un punto de vista
atemporal. Ni tú eres un perro, ni yo
una
gata ni tu dueño un ser
humano, aunque alguna vez lo hayamos creído, solo somos una mezcla
uniforme que se mueve dentro de una espiral que llamamos tiempo. Tú
y yo, si
quieres,
vamos a luchar contra la principal pandemia que estamos sufriendo
desde hace miles de años: los humanos. Pero dicho esto, si te gusta
el reggeton ya te puedes ir con
tu dueño'.
Nunca
había oído hablar a un gato de esa manera. Bueno, de ninguna. Me
describió su plan que en un principio me pareció bastante
disparatado, pero me mantuvo con la boca abierta durante esos breves
minutos. Se despidió dándome su número de wasap y, mirando hacia
ambos lados, me aconsejó que lo usara mientras
el enemigo
estuviera roncando y su móvil accesible. Cuando me confirmó que no
íbamos a estar solos en esta revolución, recordé por un momento a
Ed Norton y Brad Pitt en El Club de la Lucha. Regresé sospechando
que esos restos de bocadillo contenían algún producto alucinógeno
debido a
la
labor de las
incansables bacterias, y
no sé por qué, cuando vi a mi
dueño
lanzarme un plato volador, supe que esta vez lo iba a recoger él.
14 de enero de 2021
Revolución
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Apúntame en el equipo de esa gata antireggetonera.
ResponderEliminarBesos entre riffs
Vale, pero en esta nueva cruzada hay que arañar, no basta el diálogo y esas bobadas.
EliminarUn beso.
Muy ocurrente.
ResponderEliminarMuy bueno el vídeo.
Nina Simone era una gata muy feminista en un mundo muy machista. A mí también me gusta.
EliminarVa llegando el momento de que los animales impongan su sentido común, a ver si aprendemos.
ResponderEliminarMuy original el relato y el final me encanta.
Besos
Los animales y todos los que están en un segundo plano.....sin merecerlo.
EliminarUn beso