14 de enero de 2021

Revolución

          Mientras buscaba restos de bocadillos en la playa, una gata negra, erguida sobre el techo de un chiringuito, se dirigió a mi utilizando un extraño idioma que, increiblemente, entendí sin problemas. Con la calma de una figura de porcelana, afirmó que conociendo el gusto musical de cada uno podía hacer un retrato psicológico del sujeto con muy poco margen de error. Su curiosa exposición me hizo lanzarme a su encuentro sin sopesar las consecuencias, como solemos hacer los inocentes mejores amigos del hombre sobre una pelota de tenis.

La invité a mover ficha. Sonrió ligeramente y enumeró con los dedos de sus patas delanteras sus géneros preferidos entre los que estaban: el soul, el funk, el jazz, el rock, el reggae, la bossa nova, música afro, clásica, americana y alguna más que ahora no recuerdo. Era la típica respuesta escondida tras la tinta de un calamar. Con los movimientos de mi morro, intentaba olfatear el sentido de sus palabras, pero intuía que el asunto de la música era solo un pretexto. Sabía que me estaba tendiendo una trampa retórica y esperé a que ampliara su mensaje para desvelar la incógnita X.

Ella leyó mi pensamiento y, sentándose sobre sus patas traseras, argumentó su discurso de manera escalonada cual profesor de filosofía: 'las etiquetas que le damos a las cosas son atajos, artilugios para facilitar el entendimiento de nuestro perezoso cerebro. No hay límites ni divisiones desde un punto de vista atemporal. Ni tú eres un perro, ni yo una gata ni tu dueño un ser humano, aunque alguna vez lo hayamos creído, solo somos una mezcla uniforme que se mueve dentro de una espiral que llamamos tiempo. Tú y yo, si quieres, vamos a luchar contra la principal pandemia que estamos sufriendo desde hace miles de años: los humanos. Pero dicho esto, si te gusta el reggeton ya te puedes ir con tu dueño'.

Nunca había oído hablar a un gato de esa manera. Bueno, de ninguna. Me describió su plan que en un principio me pareció bastante disparatado, pero me mantuvo con la boca abierta durante esos breves minutos. Se despidió dándome su número de wasap y, mirando hacia ambos lados, me aconsejó que lo usara mientras el enemigo estuviera roncando y su móvil accesible. Cuando me confirmó que no íbamos a estar solos en esta revolución, recordé por un momento a Ed Norton y Brad Pitt en El Club de la Lucha. Regresé sospechando que esos restos de bocadillo contenían algún producto alucinógeno debido a la labor de las incansables bacterias, y no sé por qué, cuando vi a mi dueño lanzarme un plato volador, supe que esta vez lo iba a recoger él.

6 comentarios:

  1. Apúntame en el equipo de esa gata antireggetonera.

    Besos entre riffs

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    1. Vale, pero en esta nueva cruzada hay que arañar, no basta el diálogo y esas bobadas.

      Un beso.

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    1. Nina Simone era una gata muy feminista en un mundo muy machista. A mí también me gusta.

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  3. Va llegando el momento de que los animales impongan su sentido común, a ver si aprendemos.

    Muy original el relato y el final me encanta.

    Besos

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    1. Los animales y todos los que están en un segundo plano.....sin merecerlo.

      Un beso

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