Siempre que puedo, me escapo unos días a los
Pirineos catalanes (cuando no hay pandemias), y no ha habido ni una
sola vez que no me haya quedado al borde del síndrome de Stendhal
mirando las gigantescas montañas que rodean el valle, casi
verticales y cubiertas de su habitual manto blanco. Sin duda, es un
escenario más cercano a la fantasía que a la realidad ordinaria.
En una excursión con rumbo incierto, junto a la estrecha y escarpada carretera de montaña en la que nos encontrábamos, nos topamos con un pequeño pueblo de no más de cincuenta
habitantes, con una vieja iglesia presidiéndolo y cuatro pequeñas calles de
viviendas aplastadas por el tiempo. Varios perros nos recibieron, y
frente a nosotros había un viejito sentado en
una silla de esparto junto a la puerta de su casa, viendo la vida pasar. Bajé del coche y
le pedí información sobre un pueblo abandonado que figuraba en
nuestro mapa local.
El viejo hablaba una mezcla de aranés,
catalán y español que no impidió la comunicación. Era un
conversador nato y, tras sus detalladas indicaciones, se interesó
por nosotros y por nuestro viaje. En medio de la cháchara, intenté
averiguar que opinaba sobre su increíble entorno, si todavía le
seguía sorprendiendo ese paraíso, y él me respondió algo así
como: "la visión del mar desde una playa vacía tampoco debe
estar mal”. No sé si como una
reflexión sobre lo que tenemos y somos incapaces de apreciar, pero
el viejito me devolvió mi propia pregunta.
Desde una playa vacía...eso lo resume todo.
ResponderEliminar....puede ser
EliminarBUena reflexión te hizo. El Pirineo Catalán, lugar hermoso al que siempre volver.
ResponderEliminarBesos.
Sí Laura, ir a los pirineos es como viajar a otro planeta sin ningún tipo de conexión con el nuestro.
ResponderEliminarUn beso.