Ese sábado por la
mañana estuve haciendo gestiones telefónicas, mandé por email un montón de curriculums y me pateé todas las tiendas de la calle Mayor sin éxito. Después de tres años sigo en paro, sin un trabajo
estable y sin ninguna perspectiva para conseguirlo a corto plazo, y además, tengo que templar mis nervios cada vez que veo por televisión al ministro `Montoro Sex
Pistols´ asegurando ver la luz al final del túnel, pero la verdad es que nunca le
he hecho ni puto caso. Creo que este tío toma mucha
medicación, se le nota en la voz y en las tonterías que dice un
día sí y otro también. La realidad a pie de calle es otra, está
llena de cadáveres andantes, de tiendas cerradas, de carteles que se venden y de una falta de ilusión que no recordaban ni los más viejos
de la ciudad, de esta ciudad donde los carros de Mercadona llenos de chatarra atascan la circulación en
las calles mientras sus nuevos dueños escarban en los apestosos
contenedores de basura.
Nubarrones negros planean sobre nuestro futuro, sí, pero por lo menos ese sábado nos consolamos viendo el partido Barsa-Madrid: birras, whisky y Mary Jane. Las risas acompañaron la locura
del gol y también las maldiciones blasfemas cuando el gol era en contra, pero
aunque quisimos ocultarlo, nuestras miradas delataban desesperación, y es que el opio del pueblo solo es un escondite transitorio. El partido de fútbol no fue mi único consuelo, esa noche
nos daban una hora y esa si que era una gran noticia. Damián decía
que solo era una devolución de la hora que nos
habían quitado en abril, pero a mí me daba igual, a las tres de la madrugada las agujas del
reloj volverían a marcar las dos en punto. Retroceder en el tiempo entra en la categoría de la magia y debía pensar con
celeridad lo que iba a hacer durante esa hora.
Pensé que durante esa hora regalada, un baño
nocturno en la playa podría ser una buena idea. El día anterior habíamos llegado a los veintinueve grados, podía nadar mar
adentro durante media hora para volver viendo las luces de la ciudad rebotando en el agua hasta chocar en mis ojos, sería una experiencia excitante y única. O quizá podía jugarme en el casino los últimos
cinco mil euros que me quedaban. Sincronizaría las vibraciones de la
ruleta con mi respiración y en el ultimo minuto de esa hora me lo
jugaría todo a un número, esperando ansioso que los giros
contrapuestos de la bola y la ruleta coincidan en el 10 negro. Un río de adrenalina derraparía
por las curvas de mis venas, y si acertaba, solucionaría durante un par de años mis problemas económicos, sin sudores nocturnos ni pesadillas con los ministros
del PP. Pero no quería ocultar la realidad, estadísticamente tenía muchas más probabilidades de acabar en la ruina total. Mi futuro
dependería de una bolita caprichosa, aunque pensándolo bien, siempre dependemos de factores externos que no podemos controlar, o dicho de manera bucólica, solo somos hojas de otoño a merced del viento.
Descarté todas
esas peligrosas opciones y quedé con Claudia a las tres de la
madrugada. Le dije que era una sorpresa muy especial, que cuando cerrara el pub viniera corriendo a mi casa, pero
no quise decirle que el motivo de la sorpresa era que nuestro gobierno nos había regalado una hora
coincidiendo con el cambio de horario, porque Claudia es un poco rara
y seguramente no lo hubiera entendido. Me gasté más de doscientos euros en dos
latas de caviar de Beluga y una botella de Moet Chandon, la ocasión
lo valía. Apagué las luces de la terraza del ático, quedando únicamente alumbrada por la luz pálida de la luna y de algunas estrellas en blanco y negro, y de fondo sonaba
la trompeta de Miles Davis tocando el
Autumn Leaves. Todo estaba ya preparado, estaríamos follando en la
tumbona toda la hora, como si el mundo fuera a explotar en mil
pedazos al finalizar esa hora extra.
Antes de continuar con mi relato quiero aclarar la utilización del verbo follar. Hay gente que considera malsonante esta palabra para describir el acto sexual, pero debo decir en mi descargo que he rechazado utilizar eufemismos porque me parecen mucho más radicales y ofensivos que el verbo inicial. Vamos a ver:
Antes de continuar con mi relato quiero aclarar la utilización del verbo follar. Hay gente que considera malsonante esta palabra para describir el acto sexual, pero debo decir en mi descargo que he rechazado utilizar eufemismos porque me parecen mucho más radicales y ofensivos que el verbo inicial. Vamos a ver:
Hacer el amor: Como
la realización de un trabajo manual llamado amor no está mal, pero
esta expresión no tiene ni un gramo de pasión, pues bien, a la
mierda con hacer el amor.
Joder: Incluye connotaciones agresivas que no refleja el respetuoso verbo
follar, también lo deseché.
Yacer: Si utilizamos este verbo muerto, inevitablemente se enfriarán nuestros ánimos: “¡vamos
a yacer!” Si alguien lo ha utilizado temerariamente o por error, es
mejor que la fiesta la deje para otro día, además corre el riesgo
de que lo tomen por necrófilo.
Fornicar: Un verbo
que resuena a pecado original por todas partes, ¡y por dios!, no podemos empezar
una buena faena de esta guisa.
Mantener relaciones
sexuales: Una frase impertinentemente larga, carente de alma e
inapropiada, o copular, que recuerda a el apareamiento de las
hormigas tibetanas.
En la jerga de a pie,
tenemos una gran cantidad de expresiones plebeyas que también he
desechado porque intentan sustituir, sin la categoría necesaria, al
auténtico verbo follar: pegar un polvo, acostarse con,
echar un kiki, meterla en caliente, zumbar,
ponerla mirando a Cuenca, chingar, etc, etc, etc.
Una vez aclarado
este contencioso lingüístico, vuelvo al relato de los hechos: ......una hora gratis es un botín. Seguramente cabría la vida entera de la tierra, desde que era solo una simple mezcolanza de materias
desechadas por el sol, hasta el día que volvamos a reunirnos con nuestra estrella en el panteón estelar de la vía láctea. Una voz desde la
calle interrumpió mis pensamientos espaciales, me acerqué corriendo a la
terraza para ver si era Claudia, pero en la semioscuridad no calculé bien el impulso y
durante unas décimas de segundo interminables fui deslizándome
lentamente hacia el exterior hasta caer. Seguramente el miedo y la desesperación consiguieron que me pudiera agarrar a la barra metálica del toldo del piso de abajo, y después de un balanceo, rompí el cristal de la terraza acristalada con los pies y entré en el salón de mi nuevo vecino al que no conocía de nada,
pero para mi desgracia era policía y no creyó que fuera su vecino
ni tampoco se explicaba por qué había entrado en su casa sin llamar. Le
relaté paso a paso la caída, le dije que no tenía la documentación encima porque estaba en mi piso, pero las llaves también estaban allí. Todos mis intentos fueron infructuosos, pero tampoco podía esperar un índice elevado de comprensión por su parte,
era un policía. Me esposó y me llevó personalmente a comisaría.
Antes de salir del edificio me encontré con Claudia, y su cara pálida como la tiza al verme esposado añadió más zozobra a mi estado ya muy agitado. Le dije que era un malentendido, que no se preocupara y que llamara a
mi abogado. Le aseguré que en media hora estaría en casa, pero ni ella ni yo creímos en mi afirmación. A las tres de la
madrugada que volvían a ser las dos por el cambio horario, ingresé
en una celda común de la comisaría.
Esa hora que en un principio iba a ser inolvidable, la iba a pasar con tres maleantes, soportando el hedor que residía permanentemente en la celda, y como paradigma de la pintura naíf, nos acompañaban las numerosas zurraspas y versos peregrinos que decoraban las paredes de la celda. Empecé a desmoralizarme y pensé que los momentos anodinos y de poca calidad no debería ser vividos. Estaba dispuesto a pedir la devolución de la hora, como esos regalos siniestros que a veces recibimos y no sabemos como quitárnoslos de encima, hasta que entablé conversación con mis colegas de celda y a los pocos minutos estábamos debatiendo apasionadamente, intercambiando nuestras distintas maneras de ver el tinglao, y todos mis prejuicios sobre ellos se derrumbaron. Fue una experiencia intensa y surrealista, todavía recuerdo las risas flotantes y los lazos que se formaron durante esa hora mágica hasta que vino mi abogado y a regañadientes abandoné el calabozo, no sin antes intercambiar los números de teléfono. Hoy todavía nos vemos de vez en cuando para organizar algún que otro trabajo, pero eso ya es otra historia.
Esa hora que en un principio iba a ser inolvidable, la iba a pasar con tres maleantes, soportando el hedor que residía permanentemente en la celda, y como paradigma de la pintura naíf, nos acompañaban las numerosas zurraspas y versos peregrinos que decoraban las paredes de la celda. Empecé a desmoralizarme y pensé que los momentos anodinos y de poca calidad no debería ser vividos. Estaba dispuesto a pedir la devolución de la hora, como esos regalos siniestros que a veces recibimos y no sabemos como quitárnoslos de encima, hasta que entablé conversación con mis colegas de celda y a los pocos minutos estábamos debatiendo apasionadamente, intercambiando nuestras distintas maneras de ver el tinglao, y todos mis prejuicios sobre ellos se derrumbaron. Fue una experiencia intensa y surrealista, todavía recuerdo las risas flotantes y los lazos que se formaron durante esa hora mágica hasta que vino mi abogado y a regañadientes abandoné el calabozo, no sin antes intercambiar los números de teléfono. Hoy todavía nos vemos de vez en cuando para organizar algún que otro trabajo, pero eso ya es otra historia.
Ja, ja, ja.
ResponderEliminar¿Organizar algún trabajo?¿juegas al despiste también?
Socióloga, si es que no te crees nada.
ResponderEliminarFollar es la palabra, no se me ocurre llamarlo de otra manera.
ResponderEliminarSaludos.
Merce, es la palabra auténtica, sin duda. Pero las palabras son neutras, están ahí para representar lo que nosotros queremos que representen, no hay ninguna connotación ni contaminación en ellas, otra cosa es como se dicen y en que contexto. Hay palabras que se susurran y otras..... y otras que se escupen.
ResponderEliminarUn saludo.
Jajaja, al menos fue un modo interesante, original y nuevo de pasar esa hora, sin malgastarla haciendo lo de siempre. Aunque el plan de pasarla follando no era malo, pero esa experiencia ya la conocías.
ResponderEliminarComo ejercicio está bien, si no, no creo necesario dar tantas explicaciones sobre qué palabras usamos.
Un abrazo
Es una buena forma de pasar la hora extra del cambio horario...
ResponderEliminarManu, me he pasado por vuestra web y está divertida. Adelante con el glamour!
ResponderEliminarMoisés, de cárceles y comisarías se aprende mucho, si sales vivo, claro.
ResponderEliminarBienvenido.
Jajaja ponerse mirando a la meca y zumbar esas me gustan.Vaya hora, de lo que pudo ser a lo que fue, que desastre de hora y Claudia compuesta y sin novio como diria mi madre al año que viene y no organices jiji
ResponderEliminarJulia, te recuerdo que estuve solo una hora en comisaría y quedaba todavía la mitad de la noche, pero como soy un caballero, de temas íntimos no hablo (a no ser que me paguen en Telecinco).
ResponderEliminarMirando a la Meca...... todo producto de mentes calenturientas y es que toda la culpa la tienen los genes del sexo.
¿Habrá sido dios el responsable? Aunque después de los escándalos del PP, ya no me sorprende nada.
Alís, las palabras que utilizamos son muy importantes, cuidado con ellas. Un acento puede cambiar una frase, un mensaje, una vida y el futuro del planeta. Bueno, es posible que me haya pasado un poco, pero por lo menos te pueden suspender en un examen de lengua :)
ResponderEliminarAbrazos
4
follar viene del latín, folgar, hogar...
ResponderEliminara mí me encanta la sonoridad de la palabra follar.
y sobre todo, en esto, no hay que ponerle demasiadas expectativas. puede acabar mal la cosa. cuánto más altas, más dura puede ser la caída.
un abrazo.
Senses, todo puede fallar, los gatillazos pueden estar esperando traicioneros, pero si no juegas, ya has perdido de antemano. Procrear es otra palabra fantástica.
ResponderEliminarAbrazos.