Ni
el más lúcido guionista de series distópicas hubiera desarrollado
una trama en la que un virus invisible y asesino se alía con un
planeta agonizante y mantiene en jaque la vida y la economía de la
raza humana. El coronavirus nos está golpeando con crueldad y nos ha
devuelto a una realidad que incluso algunos desconocían: nuestra
extrema fragilidad. Ahora, confinados en nuestras confortables cárceles,
echamos de menos aquellas pequeñas cosas, cotidianas, rutinarias
e insignificantes, esas que ahora sabemos que eran muy importantes.
Esta tragedia quizá saque lo mejor de nosotros, incluso puede que nos conciencie de que formamos parte de una enorme comunidad global donde el dolor de una parte es el dolor de todos, o que nos aleje del egoísmo más rancio y nos anime a respetar, sin excepción, todo lo que nos rodea; pero no olvidemos que también puede aflorar lo peor de nosotros mismos.
Esta tragedia quizá saque lo mejor de nosotros, incluso puede que nos conciencie de que formamos parte de una enorme comunidad global donde el dolor de una parte es el dolor de todos, o que nos aleje del egoísmo más rancio y nos anime a respetar, sin excepción, todo lo que nos rodea; pero no olvidemos que también puede aflorar lo peor de nosotros mismos.
Me refiero a los justicieros de balcón, los que lanzan gritos amenazantes a cualquier humano que se atreva a circular por la vía pública. Esos vigilantes de la legalidad vigente se sientes enfundados con el uniforme de policía o de la Gestapo, vaya usted a saber, con un pensamiento recurrente: "si yo no puedo, tú tampoco".
Te pueden insultar si al sacar al perro creen que has sobrepasado el límite de tiempo, y no dudan en marcar el 091, como si se tratara de una Smith and Wesson, ante cualquier anomalía que ellos creen detectar.
Eso sí, a las 8 de la tarde están sin falta en sus balcones aplaudiendo con fervor a los sanitarios que, efectivamente, salvan nuestras vidas arriesgando las suyas, pero a algunos se les olvida que sus votos propician el desmantelamiento de la sanidad pública, esa que ahora aplauden.
El coronavirus nos abre una gigante oportunidad para replantearnos el modo de vivir, para preguntarnos sobre cuál es el sentido de la vida y qué queremos de ella (¿será acumular a toda costa como hasta ahora o podremos conectarnos con la abundancia y compartir, respetar y cuidar a nuestro entorno?). Pero también despierta nuestros más básicos instintos de supervivencia, y en ese modo no son muy asequibles las reflexiones ni la empatía.
ResponderEliminarOjalá algo, al menos, avancemos
Me gustan tus reflexiones y tu forma de mirar la vida
Besos
Aunque no seamos conscientes, algo positivo sucederá en nuestro interior, como un punto de inflexión sin retorno. Soñaré con eso.
EliminarUn beso.
Tremendo lo de los chivatos en aras de la justicia.Como muy de peli norteamericana.Igual es el encierro que les vuelve locos.También son los mismos que salen solo a por una barra de pan.
ResponderEliminarEspero que los justicieros de balcón no consigan Kalashnikovs.
EliminarUn beso