10 de abril de 2020

Justicieros de Balcón

        
        Ni el más lúcido guionista de series distópicas hubiera desarrollado una trama en la que un virus invisible y asesino se alía con un planeta agonizante y mantiene en jaque la vida y la economía de la raza humana. El coronavirus nos está golpeando con crueldad y nos ha devuelto a una realidad que incluso algunos desconocían: nuestra extrema fragilidad. Ahora, confinados en nuestras confortables cárceles, echamos de menos aquellas pequeñas cosas, cotidianas, rutinarias e insignificantes, esas que ahora sabemos que eran muy importantes.
Esta tragedia quizá saque lo mejor de nosotros, incluso puede que nos conciencie de que formamos parte de una enorme comunidad global donde el dolor de una parte es el dolor de todos, o que nos aleje del egoísmo más  rancio y nos anime a respetar, sin excepción, todo lo que nos rodea; pero no olvidemos que también puede aflorar lo peor de nosotros mismos.

Me refiero a los justicieros de balcón, los que lanzan gritos amenazantes a cualquier humano que se atreva a circular por la vía pública. Esos vigilantes de la legalidad vigente se sientes enfundados con el uniforme de policía o de la Gestapo, vaya usted a saber, con un pensamiento recurrente: "si yo no puedo, tú tampoco".

Te pueden insultar si al sacar al perro creen que has sobrepasado el límite de tiempo, y no dudan en marcar el 091, como si se  tratara de una Smith and Wesson, ante cualquier anomalía que ellos creen detectar.
Eso sí, a las 8 de la tarde están sin falta en sus balcones aplaudiendo con fervor a los sanitarios que, efectivamente, salvan nuestras vidas arriesgando las suyas, pero a algunos se les olvida que sus votos propician el desmantelamiento de la sanidad pública, esa que ahora aplauden.

Steppenwolf