Eran la 9.30, y ahí estaba yo, en una mesa con velitas esperando a Marisa. No conocía El Gran Capitán, un restaurante pequeño e íntimo que denotaba muy buen gusto. El camarero aparecía y desaparecía esperando una respuesta, pero yo tampoco la tenía. Le pedí el tercer daiquiri y volví a mirar por todas las mesas buscando a Marisa; no podía equivocarme, tenía el pelo azul.
Siempre he desconfiado de las citas a ciegas por internet, nunca sabes lo que te vas a encontrar: una asesina en serie, una levantadora de pesas o una pívot de baloncesto; no tenía ninguna pista, ella nunca había querido desvelar ni una sola foto lejana, ni siquiera a contraluz. Sobre mis divagaciones sin rumbo aparecieron nuevas dudas: sería tan fea que asustaba a los niños al pasar por la acera? Sería una introvertida con mil problemas psicológicos?........ o quizá una monja que por fin había abrazado la heterosexualidad?
Eran las 11 y ya iba por mi quinto daiquiri, intentando adivinar por qué no había venido. Me habría visto por una ventana y no le había gustado? Era raro, porque esa semana sí me había duchado y me había afeitado la barba de profeta que exhibía sin ningún pudor. Me había embadurnado, por error, de la colonia de mi ex y había teñido de negro mi escaso pelo superviviente.
Derrotado psicológicamente, pagué al camarero los 40 euros de los daiquiris y le dije que a pesar de no haber cenado, recomendaría El Capitán a mis amigos. El camarero se quedó mirándome fijamente durante unos segundos y me dijo ligeramente alucinado:
- Este no es El Capitán, ese restaurante está justo enfrente.
- No me jodas! - le respondí levantándome de golpe. El mundo se movía, y en ese momento recordé los numerosos viajes en ferry que había realizado cuando vivía en Ibiza.
Salí disparado hacia la calle sin recoger las vueltas y vi a una preciosa mujer de pelo azul que salía del restaurante El Capitán, tambaleándose también. Era ella! Los dos nos miramos y nos acercamos a menos de un metro de distancia.
- Sergio? - preguntó ella.
- Marisa? - le dije yo.
Al intentar abrazarnos no acertamos, ella se fue hacia la izquierda y yo al lado opuesto. Los efectos secundarios de las bebidas etílicas nos estaban pasando factura. Al segundo intento, nos abrazamos como si hubiéramos encontrado un tesoro en el fondo del Atlántico. Yo le pregunté, con mi habitual prudencia: "en tu casa o en la mía?", y ella balbuceó que no había visto un hombre tan atractivo en su vida, lo que evidenciaba que estaba totalmente borracha.
Esa fue mi primera y última cita a ciegas, y ahora sé por qué se llaman a "ciegas".
Jajajajaja en tu casa o en la mía.
ResponderEliminarSi llegan jajajajaja
😂😘
Según las últimas noticias que tengo, se fueron en el coche de ella y acabaron los dos en comisaría, parece que fue una noche inolvidable
ResponderEliminarJajajaja
ResponderEliminarMenos mal que Marisa tenía también paciencia.
Porfa, dime que habrá segunda parte!!
Besos
No hay más, aquí se acaba, pero si has visto cadena perpetua de Freeman y Robbins, pues imagínatelo.
ResponderEliminarUn beso
Bueno, vale, pero acaba mal, ya te aviso
EliminarYa sé que a mi cita la tengo que invitar a daiquiris. Ja, ja, ja. Saludos.
ResponderEliminarDaiquiris o cualquier agua de fuego.
EliminarSaludos
Jajaja.
ResponderEliminarBesos.
Un saludo, Amapola
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