Prácticamente todos los componentes del grupo estamos en el paro, viviendo los lunes al sol, y sin saber muy bien cual ha sido el proceso que nos ha llevado hasta aquí. De vivir como reyes, bueno, como duques, hemos pasado a vivir con una incertidumbre económica que a veces nos impide conciliar el sueño. Juan Luis, malvive dando clases de piano y yo hago lo mismo con la guitarra; Nestor, el bajista, trapichea en el rastro de la Explanada intentando llegar a fin de mes, y Rober, el batería, no sabemos como subsiste, pero lo hace.
Nuestro jazz rock no ha llenado estadios aunque en los pubs de la costa nos conocen bien, y si el placer por hacer música nos ha llevado a tocar en directo sin importarnos demasiado el dinero, ahora es nuestra única salida para sobrevivir porque los cuatrocientos euros del paro no nos llegan ni pa merca ni pa pipas.

A las dos horas ya estaba allí vestido de persona decente y oyendo el parloteo espídico del gerente, generoso en carnes y rojo como un vikingo. Sentados en una mesa del restaurante desde donde se veía toda la costa hasta el Cabo de Santa Pola, me contó que nos había visto tocar hacía unos meses en Calpe y pensó que nuestra música encajaría perfectamente en el ambiente del restaurante, pero sin rock, ahora solo quería que tocáramos jazz instrumental para amenizar la terraza y el restaurante. Era música un poco capada, pero por lo menos no me pedía que tocáramos el Que viva España, e insistió en la campaña de publicidad que se iba a realizar en la radio en la que se citaría nuestro nombre.
Yo escuchaba todas sus ocurrencias con movimientos afirmativos de cabeza y algunos "claro", esperando que me dijera de una vez la cuantía de la remuneración por tocar cinco días a la semana, es decir....... la pasta, el parné, la guita; hasta que por fin se decidió:
- Bueno, las dos primeras semanas estaréis de prueba, y a partir de la tercera, si los clientes están satisfechos, que eso se nota, hablaremos de dinero y os pagaré a partir de la tercera semana, ¿qué te parece? - mi mirada se fue a la mesa de cristal en la que estábamos para evitar que mis ojos reflejaran los adjetivos que pensaba dedicarle a su propuesta, pero después de un par de segundos me entraron ganas de reír, de descojonarme, y también tuve que mirar a la mesa para disimular y reprimir la risa. Analizando la situación y sabiendo que jugaba con negras, pase al contraataque y le propuse una oferta que no podía rechazar: - Me parece bien su propuesta y como agradecimiento quiero proponerle una oportunidad de negocio. Mire, en mi casa somos ocho, no hay ninguna mujer que nos eche una mano y hacer la comida para todos es complicado. Me gustaría que viniera un cocinero y un camarero de su restaurante durante un par de semanas para que nos alimenten adecuadamente, y si el servicio es aceptable, a la tercera semana podemos hablar de dinero. ¿Qué le parece? - el vikingo se levanto como un resorte y con un lacónico "hemos terminado", me invitó a abandonar su hermosa terraza con sus maravillosas vistas aéreas y su confortable restaurante; puse cara de no entender su actitud porque la oferta era cojonuda, más o menos como la suya. Antes de irme, vi un par de aves flotando con sus alas extendidas y si no fuera porque me encontraba en el centro de Alicante, hubiera afirmado que eran buitres buscando carroña.