No recuerdo muy bien cómo entré en ese piso. La terraza estaba abierta y mi curiosidad me introdujo hasta un salón barroco y recargado, más propio de un siglo anterior. Los muebles eran de madera noble, había tomos de escritores rusos y alemanes del siglo XIX minuciosamente ordenados, cuadros de Sorolla y luz amarilla indirecta que se deslizaba discretamente desde los rincones del salón. Sacudido por el síndrome de Stendhal, tomé la arriesgada decisión de esperar al dueño de tan singular morada, quizá para averiguar la frecuencia de onda con la que se comunicaba con el exterior.
El silencio de las noches de verano produce un efecto amplificador en el sonido. Oí, lejanas, las risas de unos adolescentes que repetían el patrón de conducta de miles de generaciones anteriores en un extraño ritual de maduración etílica. El sonido rítmico de un colchón vibraba en el techo del salón. Era la imposición genética de la supervivencia de las especies a cambio de un poco de dopamina. Bendita trampa.
Entre sonidos y reflexiones, apareció el dueño dentro de un pijama amarillo de verano, buscando algo en una de sus fosas nasales y con el dominical del ABC en la mano. Pensé disculparme y decirle que solo había sido un impulso, pero mirándome con cara de terror (él tampoco era muy guapo) y sin previo aviso, se dirigió hacia mí cogiendo una de sus zapatillas y bramando: “¡maldita chicharra!”. Ante ese afectuoso recibimiento y sin esperar ni un solo segundo, salí volando por la misma terraza que había entrado minutos antes y aterricé en mi árbol preferido.
En ese momento pensé que el ser humano estaba sobrevalorado, muy sobrevalorado, pero no me importaba, tenía delante de mí a un par de guapas vecinas grises a las que quería convencer con mi canción de la importancia de la procreación.
Iba leyendo y pensando en qué aséptica era la mirada del intruso, atento a los detalles objetivos y con poca emocionalidad en el relato. Sin duda, era alguien peculiar. ¡Y tan peculiar! jajajaja. Lograste sorprenderme y eso me gusta.
ResponderEliminarBesos
Conozco muy bien a esos bichos, en verano tienen la deferencia de cantarme hasta la madrugada, flamenco, rock progresivo y jazz session.
EliminarUn beso
Jajajajaja debería haberle picado por leer el ABC
ResponderEliminarSe me olvidaba que las chicharra no pican
Intrigante jeje
😘😍🦗
Son buena gente, solo pican si les intentas vender una alarma o un seguro.
EliminarBesos.
Sí, la humanidad de cierta gente está sobrevalorada. Unos tomos rusos del XIX en manos de esa pieza. Ja, ja, ja. Mucho postureo. Saludos.
ResponderEliminarEl posturero manda, seguro que le encajaba bien en el mueble del salón.
ResponderEliminarUn abrazo