Hace más de veinte años trabajé en el puerto de Alicante, tenia una pequeña barca con un motor de 250cc. de quinta o sexta mano, cuatro plazas y ninguna medida de seguridad, era lo más parecido a una patera. Por ochenta pesetas tampoco me podían pedir un yate, pero esos viajes a la isla de Tabarca me permitieron retomar mis estudios que abandone a los quince años y al mismo tiempo pude ayudar a mi familia. Cuando amarraba la barca al final del día, siempre visitaba a Hugo, un viejito de pelo blanco, un artista que dibujaba quemando y tallando la madera, obras de arte selectas, pero las verdaderas perlas eran las narraciones de algunos episodios de su vida y sobre todo sus reflexiones que visitaban lejanas y oscuras zonas de sabiduría. Hablando sobre el crecimiento interior, decía:
" una persona normal anclada en el miedo, si no crece día a día, es un candidato a la neurosis. Los datos redundantes que almacenamos de manera mecánica, no sirven para nada si no aprendemos lo esencial " ¿Como podía crecer y conseguir porciones de sabiduría? Hugo proponía desandar el camino realizado hasta ahora, empezar de cero y leer los millones de mensajes de nuestra cadena genética. Esa era su fórmula, pero yo no tenía ni idea de como llevarla a la práctica.
El primer pasajero que llegó al puerto esa mañana, era un profesor universitario que realizaba un estudio biológico en la isla de Tabarca. Vestía un traje clásico color gris marengo, su avanzada edad y su pelo blanco, me recordaba a Hugo, aunque no así en la manera inquisidora de interesarse por mis conocimientos:
-- Yo he dedicado toda mi vida a la cultura, ¿Ha oído hablar de la física cuántica?
-- No tengo ni idea - le dije.
-- Pues es el secreto de la vida, ¿y de la antigua Grecia que me puede decir joven?
-- Que inventaron las olimpiadas - le dije con ironía, sin saber a que venía tanta pregunta, ¿sería un nuevo concurso de televisión?.
-- ¿Que me puede decir de Descartes? - contraatacó el profesor.
-- Es el que ganó el campeonato de póquer de este año, ¿no? - ya me estaba cansando su tono prepotente y se lo hice saber con mi mirada.
-- No se da cuenta joven que con su ignorancia prácticamente ha desperdiciado su vida. - El viento arreció tanto que interrumpió el discurso del profesor. La barca estaba a punto de zozobrar por las olas.
-- ¿Sabe nadar profesor? - le dije, preparándome para lo peor.
-- No - dijo aterrado.
Rápidamente saqué el asiento de madera de pasajeros y se lo dí al profesor para que le sirviera de salvavidas, era lo único que flotaba en la barca.
-- No lo suelte por nada del mundo y rece si sabe.
A los pocos segundos volcamos y al sacar la cabeza a la superficie, no había barca ni profesor. Intente bucear para buscarlo pero apenas había visibilidad.
Nadé unos dos kilómetros hasta el puerto y le conté lo sucedido a Lucas, el más veterano de los barqueros que estaba conmigo esa mañana. Lucas me aconsejo que no comunicara el hecho a la policía, no creía mi relato. Me dijo en voz alta, varias veces y acentuando cada silaba como si yo estuviera sordo:
-- Cuando has salido del puerto esta mañana estabas solo, no había ningún pasajero.
Anduve sonámbulo y sin dirección durante horas preguntándome que me había pasado, no sabía si había perdido la cabeza, pero la vieja barca desde luego que sí. Después de cambiarme de ropa y tranquilizarme, fui a la tienda de Hugo. Estaba sentado de espaldas trabajando con unas pieza de

-- Hola barquero, vienes pronto hoy, ¿No habrás naufragado?
-- Si Hugo, ¿Como lo sabes?
-- Bueno, es una posibilidad y he acertado. ¿Estás bien?
Le conté cronológicamente todo lo que me había pasado y mi preocupación por haber tenido esa alucinación. Hugo me escuchaba sin inmutarse, como si ya lo supiera todo, hasta que comenzó a darme su versión.
-- Creo barquero que esa alucinación ha sido un sueño dentro de la consciencia, a veces nuestro subconsciente nos quiere enviar un mensaje claro y se manifiesta así. El profesor perdió su vida por desconocer lo importante, lo esencial, que era saber nadar; de nada sirve en ese momento la física cuántica.
-- ¿Debo preocuparme por la alucinación, Hugo? - le pregunté sonriendo.
-- Por supuesto que no, pero si no quieres que te encierren no se lo cuentes a nadie.
Le di una palmada en la espalda como despedida y al girarme vi la madera que estaba tallando, eran restos del asiento de pasajeros de mi hundida barca. Le quise preguntar como había llegado hasta aquí, pero como si hubiera leído mi pensamiento se adelantó diciéndome:
-- Hoy ya has agotado el cupo de preguntas. Hasta mañana barquero.