Esa noche húmeda de verano fui solo al Angel City, un refinado disco-bar al aire libre en el puerto de
Alicante, de tendencia retro, música de los sesenta y maduras con dinero, como Pilar. Ese día ella tenía una reunión de trabajo, o eso me había dicho, y decidí poner en orden mis ideas ejerciendo de rodriguez. Pilar era una adicta al deja vu del Angel City, seguramente porque rondaba los cincuenta. Los años iban
pasando inexorablemente y a pesar de sus intentos con
cremas anti-age, dietas y gimnasios, el tiempo no se dejaba sobornar. Le pedí al
camarero un zumo y me senté en la mesa más alejada de la
pista de baile, resguardado de los distorsionados sonidos agudos de los bafles y con una espectacular vista del centro de la ciudad temblando sobre el
agua del puerto. Era el lugar perfecto para utilizar por primera vez el verbo pensar; después de veintiséis años, debía visitar mi centro de control y reprogramarlo.

- Tú debes ser Jose Arcadio Buendía, ¿acierto? -- dijo sentándose a horcajadas en la silla.
- ¿Como? ….. -- tardé en reaccionar pero respondí a su adivinanza -- así es, entonces tú debes ser Úrsula Iguarán.
- ¡Vaya, si sabe leer! -- dijo burlona -- ¿Por qué alguien como tú bebe zumos por la noche? -- me preguntó como si hubiera cometido un delito.
- Porque las erecciones son más potentes -- le dije para espantarla.
- ¿Que haces aquí?, dime la verdad. Esta es una discoteca para gente mayor -- me sermoneó ella que seguramente no tendría mas de dieciocho o diecinueve años.
- Y tú.....¿ no deberías estar jugando en el parque? -- le repliqué.
- ¿Jugando en el parque? Espero no estar hablando con un pervertido -- me dijo reprimiendo la risa -- para tu información, estoy con mi madre y con sus amigos celebrando su cumpleaños y he venido a averiguar si tú estás embalsamado como los otros.¡Vaya que suerte! Me había tomado como un pasatiempo. Concentré mi mirada hacia la pista de baile sin apenas parpadear esperando que se aburriera y abandonara la mesa, pero ella se acercó un poco más y me dijo apuntándome con el dedo:
- Solo, en una discoteca de carrozas........ eso indica que solo puedes ser dos cosas: o un espía, o …..
- …..o un narcotraficante -- le completé la frase esnifando un polvo invisible.
- No era narcotraficante la palabra que iba a decir, era gigoló.
Me había
cogido con la guardia baja, no sabía que hacía allí esa niñata
interrogándome y riéndose de mi descaradamente. Caperucita se había acercado al lobo y
por lo visto no se había dado cuenta, o peor: le daba igual, o
mucho peor: el lobo era ella. Inició un monólogo en el que me
negué a participar; estudiaba primero de medicina pero lo iba a
dejar, decía que el cáncer le estaba ganando la partida a la
medicina y no quería formar parte de un equipo perdedor, pero a mí
me daba la impresión de que la niña de papá se había cansado de
jugar a Jack el destripador con los fiambres en formol.
Me dijo que la antropología
sería su próximo destino. Esa declaración de intenciones me hizo abandonar mi mutismo: "casi nadie sabe a que
coño se dedica un antropólogo, y para empezar, eso me gusta. Los antropólogos que conozco no buscan una cómoda situación económica, más bien buscan respuestas, una señal que les indique el camino, un salvoconducto para atravesar fronteras, o
simplemente una vía para reconciliarse con nuestra especie". Cuando Virginia terminó su exposición, me pareció que su manera de pensar no era la de una niña `bien´ y que el Angel City nunca había brillado de esa manera.
Una atractiva mujer que yo conocía muy bien apareció entre las luces e interrumpió nuestra conversación, era su madre que había estado buscándola por toda la discoteca. Con su descaro habitual y tapándose la boca para ocultar la risa, Virginia mintió presentándome como
Jose Arcadio, un compañero de la facultad, y a su madre me la presentó como Pilar, algo que yo ya sabía. Le dí dos castos besos y Pilar solo acertó a esbozar una sonrisa artificial, desencajada, de esas que aparecen cuando se quiere ocultar un oscuro secreto. Me despedí de Virginia con un hasta pronto, y mientras se marchaba, mis ojos se tornaron estrábicos mirando por un lado su cara sonriente, y por otro, sus ajustados pantalones vaqueros.