24 de junio de 2014

Adictos al móvil


             A pesar de haber estado casi dos meses lejos de mi tierra, no me he sentido extranjero ni fuera de lugar en ningún momento, más bien diría que en esas condiciones de austeridad extrema puedo percibir una perspectiva diferente de la realidad. Allí en el cuarto mundo, inmerso en una atmósfera de comprensión progresiva, atisbo débilmente las claves secretas que me indican el camino a seguir, como la vida zen del pescador que huye de tierra firme. 

Cuando salimos de nuestro hábitat natural, el mundo comienza a crecer, desaparece la pecera en la que damos vueltas sin sentido y nos encontramos por arte de magia nadando mar adentro. Podría ser lícito sentir miedo a nadar en alta mar, con tanto tiburón que anda suelto, pero la recompensa es mayor que el riesgo. Podemos encontrar bancos de peces de mil colores, delfines aliados y vistas submarinas alucinantes. Solo con cerrar los ojos puedo oír la voz de los grumetes anunciando el regreso al mar: “prepárense señores, vamos a zarpar”. Todos los científicos lo saben y la iglesia lo oculta, venimos del mar y tarde o temprano volveremos a la libertad del mar, un mar que es la antítesis de la tecnología. Pero de nuevo en la civilización, compruebo claramente que nuestro primer mundo es una pecera que nos atrapa con teléfonos móviles y extraños artilugios electrónicos, conectándonos a un mundo virtual que compite con la realidad ordinaria.

El viernes quedé en una cafetería con Claudia, y en el momento que le anunciaba mi decisión de vivir fuera de España me contestó que esperara un momento porque estaba terminando de jugar al angry birds. Tecleaba con extremada rapidez y seguía tan abducida por el móvil que ni siquiera se percató del momento en el que me fui.
A Damián le conté mi desesperada situación económica mientras tomábamos unos whiskys en el pub, le dije que si no encontraba trabajo estaba dispuesto a atracar un banco, pero me di cuenta que no había escuchado ni una sola palabra cuando me dijo sin despegar la mirada de su tablet: “tío, acabo de ligar con una rusa”. Desmoralizado, dejé a Damián en pleno hot chat y me fui caminando sin rumbo fijo por la Explanada, esperando ver una luz que me mostrara la clave para salir de esta incomunicación intercomunicada, pero lo único que veía era gente mirando hacia abajo, caminantes anónimos, estudiantes, embarazadas y sacerdotes cibernéticos, todos colgados de las diabólicas pantallitas. Nos ha caído una maldición de enormes dimensiones y parece que nadie se ha dado cuenta, bueno, solo los operadores de internet y telefonía móvil.

Me dirigí al coche barajando la posibilidad de abandonar la ciudad en ese mismo momento, pero algo me hizo cambiar de opinión: un papel enganchado en el parabrisas con un texto. ¿Sería un mensaje importante de alguien que comunicaba sus sentimientos en un un papel? Cuando me acerqué, comprobé que era una misiva escrita a mano, que en estos tiempos que corren se podría convertir fácilmente en un hito sin precedentes para la raza humana. Sin demora, leí detenidamente la nota que estaba firmada por Paco, y aunque la sintaxis del texto no estaba muy cuidada, el tono amable y el fondo épico que subyacía de esas breves palabras brillaban con luz propia. Es cierto que su compleja simbología no me permitía entender muy bien el mensaje, sobre todo porque yo no veía ningún golpe en mi coche, pero el goteo de aceite sobre el asfalto me llevo hasta el lateral izquierdo del Audi donde se apreciaba un impacto mas propio de un meteorito de cien kilos. 

La reparación del coche me costó mas de tres mil euros, y no pretendo insinuar que se deba a un proceso causa-efecto, pero lo cierto es que ahora voy a todas partes sin despegar mi vista del móvil, plasmando en twitter lo que como, lo que pienso y lo que hago en cada momento, posiblemente porque a la comunicación tradicional ya no le veo su encanto, no sé por qué será. Y Paco, si por esas casualidades de la vida estás leyendo esto, quiero que sepas que después de descubrir tu deslumbrante prosa, no hay ni un solo día que no me acuerde de ti y de toda tu familia.


Steppenwolf