Cucharadas de limón se mezclaban con el deseo blanco, bajo un cielo mojado que observaba minuciosamente los grilletes que esclavizan a los ángeles caídos. Ella vino del frío siendo todavía una niña, de una tierra donde el sol es extranjero, sin protección, tan frágil, tan vulnerable, tan pálida y tan flaca, vendiendo jirones de piel a cincuenta euros el completo.
La providencia siempre le fue esquiva y el destino la volvió a herir, esta vez accediendo a su deseo de conocer las profundidades del alma a través de grutas mugrientas y de las estrechas galerías del conocimiento envenenado.
El lago onírico, donde los sueños sueñan con la dama negra, la envolvió en la más absoluta oscuridad, y detrás de una noche vino otra. Las cuerdas que sostenían sus latidos se rompían lentamente mientras los buitres volaban sobre ella, pero un buen día salió el sol.
Agitando
su plumaje anaranjado, renació de sus cenizas como el Ave Fénix para recomponer todas
las piezas del puzzle esparcidas sobre su soledad. Al fin y al cabo ella solo es una flor que ha crecido entre la basura, como todas las demás, pero vuela por encima de las que mirando hacia arriba la desprecian. Ahora, la dignidad
juega
con su pelo rubio y su sonrisa ilumina la cara oculta de la luna.
No desvelamos ningún secreto si decimos que siempre hemos tenido problemas de comunicación por las diferentes interpretaciones que hacemos de una misma palabra, de una frase o de una mirada; cuantos malentendidos y cuantas guerras se podrían haber evitado si comprendiéramos lo que nos quiere decir el otro........ o la otra. Lo mismo podemos decir de la comunicación con los extranjeros, esos que hablan lenguas extrañas, como por ejemplo el inglés. Las malas lenguas confirman que ostentamos el dudoso honor de hablar el peor inglés de Europa, y nuestros políticos y
otros personajes siniestros nos lo demuestran a diario. Una completa
encuesta realizada a tres personas, nos revela información
importante sobre lo que piensan los españoles al respecto: dos de
los encuestados proponen cursos intensivos de español a los ingleses
que visiten España, y el último cree que los que hablan ingles se
lo inventan.
De aquellos polvos vienen
estos lodos, y es que todavía recuerdo a Botín, el presidente del Banco de Santander, hablando como un Sioux ante los inversores internacionales, o a Aznar, que no se conformo con
maltratar el idioma de los hijos de la Gran Bretaña, sino que intento
inventar el idioma tejano con aquel inolvidable “estamos trabajando
en ellooo”, y si alguien podía mejorar la linea marcada por el expresidente, esa persona estaba en casa. Ana botella mejoró esa perla de Aznar, y vaya si lo logró; la habilidad con el inglés es algo que le viene de familia y presentando la candidatura olímpica de Madrid, la lió
parda con el famoso “relaxing cup of café con leche”.
Oír hablar ingles a los
presidentes Zapatero y Rajoy es una sensación muy fuerte; esos
balbuceos en spanglish, más que risa, ponen los pelos de punta. Pero
todo tiene un límite y una nueva generación viene a redimirnos del
desastre lingüístico. Nuestros jóvenes pronuncian el inglés como nadie (yoniualquer, pleiesteison o feirbu), y que decir del dominio de este idioma por nuestros futbolistas internacionales: “...de vol tu mi......”
Hace
quince años que iniciamos la investigación sobre el deterioro de la memoria y el síndrome de korsakoff, y gracias a los importantes avances que conseguimos, una empresa privada, la Clínica Borsay, se fijó en nosotros y así acabo nuestra precaria situación económica de becarios. Comencé trabajando junto al doctor Martín, tratando
problemas crónicos de memoria con cobayas humanas mediante terapias electroconvulsivas, una técnica que utilizaba descargas
eléctricas y que dejó como un vegetal a más de uno. Eran daños
colaterales necesarios hasta llegar cinco años más tarde al
definitivo TEC, un sistema borrador de recuerdos que nos permitía
ver en la pantalla de un ordenador las secuencias de la memoria
del paciente con nitidez y en riguroso orden cronológico. Podíamos borrar episodios no
deseados e insertar nuevos recuerdos, construyendo por un módico
precio el nuevo pasado de nuestros clientes.
Tuvimos que borrar secuencias horribles en las neuronas del hipocampo de los clientes: violaciones, asesinatos y todo tipo de sufrimientos físicos y psicológicos, pero después de una sesión de apenas dos horas con impulsos radioeléctricos sobre la zona seleccionada de la corteza cerebral, devolvíamos a la sociedad a individuos sanos y felices. El lanzamiento del TEC fue todo un éxito, pero con los primeros clientes comenzaron a aflorar extraños efectos secundarios, como con Malena, victima de malos tratos cuando era una niña. Le insertamos recuerdos de un mundo feliz, pero ella nunca fue capaz de adaptarse a la cruda realidad. Al cabo de unas semanas intentó suicidarse y fue recluida en un centro psiquiátrico.
Bertrand, un administrativo de ocho a tres, nos pidió que borrásemos su aburrida vida de rata de biblioteca. Él
quería acción y vaya si se la dimos; le suplantamos sus recuerdos
por unos en los que su vida estaba llena de aventuras arriesgadas,
chicas de playboy y peleas de karate donde siempre vencía a sus
enemigos. El fin de semana siguiente a la operación, disfrutando
de su nuevo pasado y de su luminosa vida, Bertrand estuvo en una
discoteca de la playa. Además de no ligar con nadie, tuvo la mala
fortuna de no sobrevivir a una pelea. Al funeral solo acudió el enterrador. Como el doctor Jekyll, había experimentado conmigo mismo intentando olvidar de una vez a Virginia. Al principio todo fue bien, hasta que al inhalar por casualidad el perfume Rive Gauche, empecé a notar como se desvanecía mi memoria. Ese olor estaba asociado a ella y mi mente buscaba esa relación, pero siempre recibía el mismo mensaje: "ningún elemento coincide con el criterio de búsqueda". Había borrado todos sus recuerdos, pero los enlaces hacia ella seguían allí creando un bucle que me producía una amnesia temporal durante unos minutos, lo que me obligó a tener mis datos básicos en un block de notas de bolsillo que siempre iba conmigo, como un flotador en caso de naufragio. A los pocos días, aparcando el coche en el garage, comencé a notar los efectos de la amnesia, quedando mi memoria en blanco. Sabía que era de manera temporal, así que me tranquilicé y mire mi block de notas de emergencia donde decía entre otras cosas que me llamaba Javier Romero y que vivía en el piso 3º-2. Cuando llegué a mi piso intente abrir con la llave, pero no entraba en la cerradura. ¿Me habría equivocado de llaves? Oí ruidos dentro del piso y supuse que sería mi actual pareja. Pulsé el timbre y a los pocos segundos me abrió un negro de color de mas de dos metros de altura, me miró sonriente y me dijo cariñosamente: "Hola Javier".
¡Joder!
Es duro enterarse de esta manera, ¡me había convertido en
homosexual! ¡Vivía con un negro! No lo entendía, a mí siempre me
había gustado el pescado, y ahora......... Por un momento me imagine lanzando
piropos a algún albañil descamisado: “que no me entere
yo que ese culito pasa hambre” y cosas así. Debía afrontar el
hecho y no esconder la cabeza como un avestruz. Pero ¿qué tenía que
hacer en estos casos con mi presunto novio?, ¿darle un beso? Esa opción me parecía repulsiva, pero dar la mano sería un protocolo frío y de ámbito comercial, y este
no parecía el caso. Me fijé en su mano izquierda y me pareció que
lucía un anillo como el mío. La posibilidad de que estuviéramos casados
me dejó helado.
Solo
habían pasado dos segundos y probablemente había reflexionado más
que Aristóteles y Platón juntos, o eso me había parecido a mí.
Debía aceptar mi condición sexual actual y no
podía comportarme como un racista homófobo, pero justo antes de hablar, oí una voz conocida desde el piso de enfrente, el 3º-3, y
todos mis recuerdos volvieron de golpe: “Javier, te estoy esperando
para cenar” dijo Claudia , mi novia. Entonces el piso equivocado era
el 3º-2, el de Robert, mi vecino y jugador del equipo de
baloncesto Estudiantes. Sin saber muy bien que decir delante del gigante, le pedí un sacacorchos, lo primero que se me
ocurrió para salir del paso.
Claudia
me preguntó para que quería el sacacorchos, pero ignoré
su pregunta y la abracé como lo hubiera hecho un pulpo, sondeando
todas las lineas curvas de su cuerpo hasta que se me
pasó el susto. Ese mismo día dejé mi trabajo y desde entonces
conservo todos mis recuerdos, no solo los buenos y reconfortantes, sino también los recuerdos
dolorosos y negativos, esos que utilizo como una brújula que me indica donde no ir.