28 de noviembre de 2013

Los ojos del cielo


        La urbanización de Amelia consta de tres bloques de diez plantas cada uno. Hay dos cámaras de vigilancia por bloque y ocho para zonas comunes, y las catorce cámaras las puede ver en su televisor como el resto de canales de televisi
ón. Si realizáramos un sondeo sobre el share de estos canales en la comunidad de propietarios, seguramente estaría en segundo lugar, muy cerca de los reality shows de Telecinco.


        Amelia pasa la mayor parte de su tiempo intentando conocer la vida y desventuras de los demás, y ahora está esperando que llegue Jon, su nuevo vecino, para averiguar algo más sobre él. La última vez vino acompañado por una pelandusca que parecía estar borracha. ¡La que armaron! Y lo peor, todavía no sabe de donde saca el dinero, porque apenas sale de casa y se pasa todo el día pegado al ordenador.

Jon llegó a su casa después de desayunar, sacó las llaves, y a pesar de que a veces no advierte ni el estruendo de una bomba, oyó un sonido casi imperceptible que ya había etiquetado anteriormente, era la mirilla de la vecina de enfrente, de Amelia. Antes de cerrar la puerta, levantó la mano enseñando sus dedos indice y meñique a modo de saludo heavy y sacando la lengua hasta la campanilla le regaló la mueca más horrorosa que pudo. La mirilla se cerró súbitamente.

       Jon Noriega es un detective privado, pero no vigila a la gente ataviado en una gabardina y con gafas de sol, él es un hacker y espía por Internet. Es un trabajo arduo y rutinario, y para desengrasar y como hobby, entra en todos los ordenadores que quiere, para fisgonear, para hacer travesuras y enterarse de como funcionan las vidas de los demás, de hecho, tiene en el escritorio de su ordenador un archivo con el que puede visualizar la cámara web de su vecina Belén.
Hackear las cámaras web es uno de los trabajos espías más sencillos que uno puede imaginar. Con unos conocimientos básicos de informática y un mínimo contacto con el ordenador de la víctima, lanzamos un troyano mediante un email, el Flux o el Nuclear Rat por ejemplo, y ya podemos ver y grabar durante las veinticuatro horas del día la cámara en cuestión. Jon lleva más de tres largos meses espiando a Peter Green y está a punto de provocar un terremoto político de consecuencias imprevisibles.

          Peter Green es el embajador estadounidense en España. Está casado, tiene dos hijos adolescentes y fama de ser ultra religioso, homófobo y políticamente reaccionario. Green en realidad es un espía, como casi todos los embajadores. Ha conseguido información sensible sobre políticos y banqueros españoles que ya ha mandado a Washington para facilitar la presión y ayudar a los intereses americanos en España, pero Jon le ha seguido la pista y en unas semanas el chantaje del embajador será publicado en los periódicos más importantes del mundo. Por cierto, Green tenía escondida una revista de Barazoku en una carpeta del ordenador, y es que le pasa a todos los diestros, su moral nunca es acompañada por sus instintos sexuales.

           Quizá estamos demasiado ocupados intentando evitar que políticos y banqueros nos roben hasta la dignidad y no le damos importancia al hecho de estar vigilados por miles de cámaras y dispositivos móviles. Cada vez que salimos a la calle, cuando pagamos con tarjeta, cada pregunta que le hacemos a google y cada vez que encendemos nuestro smartphone, estamos dejando huellas indelebles en discos duros tan lejanos y profundos como el océano Pacífico. De seres anónimos, pasaremos a protagonizar el papel principal del Show de Truman, el deseo oculto de más de uno.

        Algunos piensan que esos puntos brillantes que a veces recorren el cielo pueden ser ovnis o aviones militares, pero no, son satélites espías. En condiciones óptimas podemos verlos a simple vista, son los nuevos satélites NGEO (Next Generatión Electro Optical). Leerán nuestros labios, detectarán nuestra presencia en nuestra propia casa con sus cámaras térmicas y rebañarán hasta la última gota de nuestra intimidad. A partir de ahora sería conveniente salir de casa pulcros y 
presentables por si estamos siendo grabados, y si es posible, vamos a evitar rascarnos la bragueta. Que nadie piense que esto va a ser otro Gran Hermano, será el nacimiento del nuevo dios, el omnipresente, el que todo lo ve.
                                                      
Polaris - Zero 7

14 de noviembre de 2013

Una noche en Barcelona




        La ultima vez que estuve en en Barcelona con motivo de la Fira, me alojé en un hotel cercano para no tener que utilizar el coche. Después de cenar con los colegas de profesión y tomar algunas copas, me dirigí al hotel entre las estrechas y oscuras calles del centro de Barcelona. Voluntariamente desorientado, absorbí el aire de las calles y me mezclé con el enjambre multicolor de las Ramblas. Cuando estaba a punto de llegar, vi como se acercaba corriendo un individuo con gorra y una porra en la mano. Sin presentaciones previas y levantando un tubo metálico, me dijo con los ojos desorbitados:

        - Dame la cartera y el reloj o te doy un palo que te dejo tieso. Rápido!

        - Joder, que susto, por un momento creí que era un mosso de escuadra – le dije aliviado.

        - Oiga, me insulta con esa insinuación, yo no voy pegando palizas por ahí, soy un delincuente honrado que se gana el pan con el sudor de su frente – contestó airado.

        - No era mi intención ofenderle, señor......delincuente, pero ya sabe que hoy en día nadie puede estar seguro por la calle. Bueno, estará muy ocupado y no quiero hacerle perder más tiempo, aquí tiene la cartera y el reloj, y por cierto, tengo que confesarle que nunca me habían atracado tan profesionalmente – Este último halago le hizo bajar la guardia.

        - Aguánteme el palo que me voy a probar el reloj – me dijo el atracador guardándose
mi cartera en el bolsillo trasero de su pantalón mientras miraba fascinado el Lotus. En ese momento vi la oportunidad para recuperar mis pertenencias, me lo puso a huevo.

        - Lo siento señor delincuente, devuélvame lo que me ha robado o le abro la cabeza - le hablé con firmeza mientras levantaba amenazante el tubo de hierro.

        Me miró aturdido durante unos segundos sin entender muy bien el cambio de papeles, hasta que oímos un ¡alto!, eran dos mossos de escuadra que se acercaban. El delincuente me quito el tubo de hierro, lo tiro entre dos coches y me dijo que me fuera por la calle de la izquierda que él se iría por la derecha. Me deseo suerte y me dijo que si necesitaba algo que fuera al barrio del Raval y preguntara por él, pero no no pude entender su nombre porque su voz se iba distorsionando por el efecto Doppler a la misma velocidad que se alejaba mi cartera y mi reloj. Salimos corriendo a ritmo de cien metros libres a pesar de que los mossos no corrían, decidieron no dividirse y nos dejaron escapar. Cuando vi que no me seguían, mi cerebro empezó a funcionar y me pregunté por qué corría, y esa pregunta fue dura. No había hecho absolutamente nada, solo era la víctima de  un atraco, y además, estaba sin dinero ni documentación. Corría y corría sin notar el menor cansancio, quizá porque la adrenalina había salido de sus depósitos y no quería perderse lo mejor de la película.

        Me dirigí al Raval por la Avenida del Paralelo y durante mi carrera aparecieron por mi mente preguntas extrañas que no esperaban respuesta, quizá solo buscaban desfilar en el teatro de la consciencia a lomos de unas cuantas miles de neuronas: ¿De quien huimos?  ¿Quienes son nuestros enemigos?  ¿Por qué desde hace unos años me duelen las rodillas? Incluso aparecieron intercalados ese tipo de pensamientos vacíos y edulcorados que acaban subiéndose en la canción de un anuncio de patatas fritas.

Steppenwolf