29 de julio de 2013

Barreras Generacionales



        Dicen que existen unas barreras entre generaciones que se forman como los arrecifes de coral y día a día las sedimentaciones construyen muros invisibles.
Carmen llevaba unos meses trabajando con nosotros, era guapa, extrovertida y sobre todo muy joven. Durante la interminable comida de navidad con los compañeros del banco y antes de los postres, decidimos escaparnos a un bar de copas cercano para fumarnos unos cigarros, y pongo a dios por testigo que no había por mi parte ninguna intención deshonesta en ese encuentro al más puro estilo Lost in Translation.

        En la terraza del bar me pidió mi dirección de twitter mientras tecleaba algo en el smartphone a una velocidad de vértigo. Le contesté que no tenía y en su cara aparecieron signos de incredulidad. Empezamos mal y para romper el silencio que se había creado, saqué el asunto de los políticos corruptos que habían arruinado el banco. Su respuesta me hizo abrir levemente la boca: "la política nunca me ha interesado, pero voto a los conservadores para que los zánganos no se aprovechen del trabajo de los demás". ¡Vaya por dios!

        Se declaró una apasionada del cine, y analizando sus filias y sus fobias cinematográficas me di cuenta de que todas sus predilecciones se situaban sistemáticamente en el siglo XXI.
        No le gustaban las películas de Woody Allen porque le parecían especialmente paridas para gafapastas introvertidos:  ".....y además, un tío que se ha casado con su hija......¿qué se puede esperar de él?”  Yo le dije que tenía razón, intentando crear cierta empatía. Le hablé de `Réquiem por un sueño´ y antes de acabar me dijo que las películas de yonkis le parecían repugnantes. 
Otro pinchazo en hueso, y sin darme ninguna tregua me bombardeó con historias del flickr, el mp4, las series de Antena 3, el myspace, el tuenti y la última película de Justin Timberlake, y sin entender muy bien lo que me decía, me sentí igual que una monja de clausura viendo un desfile de carrozas del orgullo gay.

        Pensé que las películas de ciencia ficción podrían ser el primer punto de encuentro y antes de confesarle mi fascinación por Blade Runner, me dijo que esa película pertenecía a la prehistoria y que le molaba más el Lobezno del Jackman. Dirigí la mirada al cielo para recibir indicaciones divinas y cambié de tercio con una película bélica: `Apocalypse Now´, pero el nombre le sonó a chino.

        Mi empeño por reducir nuestra distancia generacional estaba resultando un fracaso y probé en el terreno de la música, constatando que ella lo tenía muy claro: “Me encanta oír los 40 Principales y creo que El Canto del Loco ha tocado la cima de la música, el mismo día que sacó su último disco fue trending topic", dijo Carmen preguntándome por el tipo de música que me gustaba a mí. Oculté mi desconocimiento sobre los nuevos términos de audiencia y mi nulo interés por determinado pop actual y le dije que me gustaba todo, desde Joni Mitchell hasta José Gonzalez. Me miró como si hubiera blasfemado y me contestó con bastante sorna que José Gonzalez le sonaba a un mariachi y que yo era el segundo que ella supiera, además de su madre, que le gustaba Joni Mitchell. Solo se me ocurrió decirle que su madre tenía muy buen gusto, pero me acordé también del resto de su familia.

        Con cierto nerviosismo miramos el reloj al mismo tiempo mientras pagaba las copas. En ese momento vino a mi memoria una canción de Steely Dan que relataba la primera y única cita entre un músico de jazz que había pasado de los cuarenta y una veinteañera, y en la que ambos fueron incapaces de intercambiar un par de frases con sentido. 

10 de julio de 2013

Sin rumbo


         Sin apenas darme cuenta y arrastrado por la inercia, convertí mis 
principios fundamentales en certezas absolutas y en dogmas inamovibles, pero al escudriñar detenidamente esas certezas desde otras perspectivas, he acabado encallando en una zona rocosa entre la duda y la confusión. Ahora contemplo aturdido como se han erosionado todos los pilares que mantenían hasta ahora mi frágil mundo artificial. Este sentimiento circular me ha situado en el punto de partida, una vez más. 

        Sin opciones ni alternativas, he apostado por dar el control de la situación a mi departamento de dudas para que se encargue de interrogar a los representantes de la ortodoxia y de los conceptos lógicos e irrefutables. Nada es como parece ser. Dudo de místicos y ateos, de la existencia del alma y de sus señorías los asesinos de sueños; desconfío de los bondadosos por omisión, de los pecadores por afición y también de mis siete máscaras.

        Mis recuerdos tampoco se salvan del banco de pruebas de la duda. Pulsé el play y apareció aquella pareja de recién casados desayunando en la terraza del hotel de Playa Sant Pol, muy temprano, cerca del mar y disfrutando de la sensación de libertad que les daba el todavía tímido sol asomando por esa enorme ventana azul por la que, entre nubes caprichosas, se colaba el universo. Entre sorbos de café, la charla se mezclaba en una proporción perfecta con el traqueteo de las piedras torneadas por el mar y arrastradas al ritmo que imponían las olas.

        Me sentí exultante subido en aquel recuerdo, como el que descubre una nueva estrella semioculta entre la nebulosa. ¿Sería fruto de mi imaginación? Retomé el hilo y los recordé riendo como niños hasta caer al suelo jugando a provocar la risa del otro, mirándose fijamente y empleando el viejo truco de bizquear los ojos.

        Hay  mucha gente que es feliz sin saberlo, acaso lo intuyen, pero la felicidad de alta intensidad pasa tan rápidamente que solo son conscientes cuando ven esa felicidad plasmada en el recuerdo. Si la sabiduría fuera una de mis virtudes, miraría la vida con los ojos de un niño, con la única expectativa de navegar sobre las veinticuatro horas que me presta el día.

Steppenwolf