21 de mayo de 2013

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        Sasha observaba desde el primer banco la boda de sus amigos Petrus y Marian, una ceremonia que llenaba de luces de colores y música electrónica la iglesia, convirtiendo la boda en un pequeño festival. Un escalofrió recorrió su espalda cuando Petrus metió el anillo en el dedo de su futura mujer. Instintivamente, Sasha desplegó el dedo anular de su mano izquierda.
Sin un punto de partida, comenzó a divagar imaginando la convivencia de sus amigos después de diez duros años de casados. Puede que sintiera envidia, felicidad o pena, no lo sabía a ciencia cierta, pero compartir la vida con alguien, con lo que eso conlleva, incluyendo la cara oculta de cada uno, las inseguridades, los ronquidos......... podía ser una actividad de riesgo. Cada vez le parecía menos apetecible la vida en pareja, mas bien, se sintió afortunada con su soltería.

        Ella hizo de celestina y propició el encuentro de los novios sin proponérselo. Sasha le contaba a Petrus maravillas de Marian, tantas, que este acabó enamorándose de ella sin apenas conocerla. Marian era su mejor amiga, y él era su novio, el que la tuvo al borde del psiquiatra cuando la dejó por su amiga, aunque después de 100 noches y ningún día, Sasha lo superó pensando que por lo menos no acabaría en manos de una zorra, sino en los brazos de Marian, su compañera de piso y de juergas hasta el amanecer. Sasha todavía recuerda como antes de acostarse, siempre compartían la ultima sonrisa.

        Cuando acabó la ceremonia, los novios salieron radiantes de la iglesia, recibiendo una intensa lluvia de arroz como un anticipo de otros tipos de lluvias que les caerían en el reino de Belcebú. Sasha besó en la mejilla al novio, le sonrió y le envió una potente mirada de rayos gamma. Después besó a la novia, y disimuladamente, la traviesa Marian le obsequió con un cariñoso pellizco en la zona más curvada de su cuerpo, activándole el pulsador del punto G. 

         Cada vez es mas frecuente que los robots androides se casen. Es evidente que a pesar de disponer de una gran inteligencia evolutiva, han heredado las mismas taras y cometen los mismos errores que sus padres, los ya desaparecidos humanos.

5 de mayo de 2013

La aguja y la raya


    

    
        Algo me indica que se esta acabando la gasolina, quizá la aguja esté en la raya marcando la reserva. Más que un dato empírico es un sentimiento que se solidifica en el aire, tan real como una roca, tan implacable como una tormenta perfecta, pero esta vez no es George Clooney el que se va a ahogar. Aprendés a competir, a conseguir, a ganar, pero nadie te enseña a dejar que el río siga su curso, a abandonar y a decir adiós.

        La realidad se decodifica en la mente y se convierte en un mar de datos que fluye a tumba abierta sobre un universo onírico, y puede que el cerebro se equivoque en su proceso, pero también tengo serias dudas sobre la realidad absoluta. No sé si fue real, pero todavía veo el resplandor de esa luz amarilla que se colaba por la ventana de la habitación rellenando el fondo de su silueta negra. La noche nos presentó sin palabras, eramos dos extraños pero nos conocíamos muy bien, y a pesar de que ninguno de los dos encendió la luz, nuestros cuerpos se acoplaron como las piezas de un puzzle. 
Todo acaba, sin excepción, y aquejado de un ataque de responsabilidad, me negué a seguirla por el lado salvaje, por los caminos psicotrópicos y por las noches desnudas. Sus labios no hablaron, pero oí una voz que dijo adiós.
      
        La gente es así, siempre tan extraña, cómicos surrealistas parodiándose a si mismos y empapados del queroseno tóxico que flota sobre los aeropuertos del deseo. La gente dice, la gente hace, la gente piensa; la gente, extraño término para referirnos a nosotros mismos.
Cuando la ilusión es esclava, cuando la suerte se acaba, cuando todo se convierte en nada y la aguja está en la raya, quizá sea el momento de decir adiós.



Steppenwolf