21 de marzo de 2013

Una crisis terrorífica


   
        Román, un mecánico barcelonés en paro, Carmen, sin profesión conocida, y la abuela de Carmen, una anciana con principios de alzheimer, sufrían el azote de la profecía de las vacas flacas. 
La crisis les había golpeado duramente, como a todos los peones de este tablero de ajedrez llamado economía global. Con la pensión de la abuela, el paro de Román y lo que ganaba Carmen limpiando el pub que estaba en los bajos de su edificio, conseguían llegar a fin de mes y pagar la hipoteca de manera casi milagrosa. A Tobi, un dálmata de tres años, también le había llegado los recortes, ya no lo llevaban al veterinario. Carmen lo justificaba diciendo que eso era cosa de urbanitas, que en su pueblo todos los perros estaban sanos hasta que les llegaba la hora, y sin ningún veterinario. Y por    supuesto a Lolo, un gato siamés, se le acabó su comida especial.

        En Noviembre de 2014 la situación se tornó más oscura. Los recortes del gobierno redujeron el importe de los subsidios de desempleo y las pensiones casi en un cincuenta por ciento, y además, Carmen dejó de trabajar en el pub, el dueño desapareció sin haberle pagado los dos últimos meses. Tuvieron que reducir los gastos al máximo, comer en los comedores sociales y pedir alimentos básicos en la cruz roja. Román que siempre había formado parte de la mayoritaria clase media, fue consecuente, y en ese momento formaba parte de la mayoritaria clase baja, pero lo importante era no perder el piso, haría lo que fuera necesario para evitar que el banco arruinase su vida. Tan solo pensar que podía convertirse en un sintecho arrastrando a toda su familia, le producía escalofríos.

        En Enero de 2015 se anunció la suspensión de los programas de asistencia alimentaria de Cruz Roja, Cáritas y comedores sociales. Los fondos y donaciones no llegaban al diez por ciento de lo que la población sin recursos demandaba. Toda la ayuda se canalizó desde cuarteles militares mediante cartillas de racionamiento, las cuales no garantizaban los escasos alimentos que allí se distribuían si no se guardaba cola con más de tres o cuatro días de antelación. Ante esta situación, no tuvieron más remedio que utilizar el escaso dinero del subsidio de desempleo y la pensión de la abuela para alimentos básicos, luz y agua, renunciando a pagar la hipoteca a la espera de mejores tiempos. Román comenzó a recoger chatarra y cartones de los contenedores de basura mediante un carro de madera que él mismo había fabricado, mientras que ellas recogían hierbas del Parque del Laberinto para cocinar sopas experimentales.

        Abril de 2015 fue un mes muy duro para ellos, el pesimismo se reflejaba todos los días a la hora de comer, apenas hablaban, solo la abuela balbuceaba algunas frases sin ton ni son. Tenían algo de leche que utilizaban para el desayuno y la cena, y el menú fijo para las comidas era pan y sopa de finas hierbas con sal. Antes de empezar a comer, el gato acudió para pedir las sobras y Román lo miró fijamente, después miró a Carmen, y esta a la abuela. Los tres se relamieron. La abuela fue la encargada de matarlo, pero al intentar darle un golpe en la cabeza, el gato se movió y la abuela se rompió dos dedos al golpear con el puño sobre el fregadero. Carmen le rompió el cuello al gato con gran destreza, como si fuera una experta en estas lides, entablilló los dedos de la vieja para evitar el copago del hospital y media hora después, el gato estaba desollado, cortado en piezas, y llenando de alegría esos platos de sopa con ….... carne.

        En junio de 2015 la crisis se agudizó más todavía. Apenas se podía transitar por las calles sin ser atracado, violado o asesinado, en medio de un escenario de basura y escombros habitado tan solo por las ratas, ya que los gatos habían desaparecido misteriosamente. Román y Carmen ya no hablaban, utilizaban un sistema de comunicación telepático para ahorrar energía. Habían perdido tantos kilos que parecían caricaturas de ellos mismos, absortos casi todo el día, mirando el televisor incluso cuando estaba apagado. Mientras sorbían la sopa de hierbas de manera ruidosa, la abuela disparató sobre una noticia que había visto en televisión: “en china se comen a los perros y dicen que tienen buen sabor”. En ese momento, Tobi dormía tranquilamente en su cesta, pero se despertó al sentir sus miradas torvas e inquisidoras, y sin un ápice de compasión fue reducido por los tres, lo llevaron a la bañera y lo mataron con un cuchillo jamonero. La alegría iluminó sus caras, había dálmata para una semana y mientras lo despiezaban, la abuela no pudo evitar salivar repetidamente. La comida fue espectacular, aderezada con ajos y finas hierbas, y mientras comían a dos carrillos, empezaron a experimentar una nueva forma de alimentarse hasta entonces desconocida para ellos, nuevos sabores y nuevos horizontes, rompiendo tabúes occidentales. El perro dálmata era un manjar de dioses.

        En septiembre de 2015, Román pidió al banco una refinanciación de la hipoteca, y a la semana siguiente vino la procuradora para conocer la situación económica familiar in situ. Quiso saber donde estaba la abuela, pero no tuvo una respuesta convincente. Román le dijo que se había ido unos días al pueblo de su hermana, pero la procuradora se levantó y le dijo que hasta que no apareciera la abuela no habría refinanciación. Sin duda, el dinero de su pensión era importante para el pago de la hipoteca. Cuando se dirigía hacia la puerta, Román le corto el paso con un fémur en las manos, mientras Carmen, imitando la voz de la abuela con la dentadura postiza en la mano, dijo: “procuradora, estoy aquí”. Aterrorizada, la procuradora se dio cuenta que de la abuela solo quedaban los huesos. El miedo provoco un goteo rítmico de orina sobre sus pies mientras Carmen babeaba e imaginaba los solomillos, chuletas e hígado que iban a degustar ese mismo día, y ella parecía estar en buen estado, no como las dos testigos de jehová que vinieron a visitarlos el mes pasado. La carne de las religiosas no estaba tierna, más bien les pareció algo reseca. Antes de que intentara escapar, Román la golpeó con fuerza con el fémur de la abuela. La procuradora quedó  semiinconsciente, pero vio como la introducían en la bañera y ordenaban meticulosamente un surtido de cuchillos, artilugios de carnicero y bolsas para el empaquetado de la carne; y como en una pesadilla, los oía hablar con voces graves y pausadas:

            --  Por favor Carmen, dame el cuchillo numero cuatro. 
            --  Toma, pero todavía está viva.
            --  Si, ya lo sé, pero por poco tiempo.


Steppenwolf