27 de febrero de 2013

Sicario Sunset



        Los reflejos del sol sobre la Smith and Wesson alumbraban las paredes de la habitación, simulando el efecto de las bolas de espejos de las discotecas. Era un ritual, Martín limpiaba y revisaba todos los mecanismos de la pistola un día antes de realizar el trabajo. Presionó el gatillo y comprobó el bloqueo del percutor, introdujo mecánicamente los diecisiete cartuchos en el cargador, con muescas en la punta de las balas para provocar un agujero de salida en el cuerpo de las víctimas del tamaño de una ciruela. Repasó meticulosamente todos los datos del empresario Enrique Byass, sobre todo el horario en el que iba a llegar al chalet de Las Rozas y su itinerario, ese era el momento en el que Byass estaría totalmente solo, porque un sicario profesional, y él lo era, siempre evita que los daños colaterales arruinen su trabajo. Salió a la terraza para contemplar como el sol buscaba otros continentes, se sentó en su sillón de mimbre y vio pasar todos los colores mágicos de la puesta de sol. Nunca había sentido esa atracción por los atardeceres, ni siquiera recordaba haber sido consciente de su existencia, pero desde hacia unos meses los contemplaba como si fueran estrenos de cine.

        Siguió desde una prudente distancia al Mercedes E550 que conducía el empresario, esperó a que llegara y cuando accionó el mando a distancia de la puerta del chalet, Martín aceleró su coche y entro junto a él, quedando los dos coches dentro del chalet. Byass comprendió al instante la situación y salió corriendo hacia la puerta trasera, pero Martín con las dos manos en su pistola le alcanzo en la espalda, Byass gateó moribundo hasta que Martín le puso la pipa en la cabeza y le descerrajó un tiro de gracia. Como ya le había pasado en su último “trabajo”, sintió una extraña sensación de repugnancia, como la que sienten los que ven a un muerto por primera vez.

        El aire se impregnó de un olor dulzón y nauseabundo. Martín lo conocía muy bien, era el olor de la sangre, esa que en sus primeros asesinatos formaba un charco armónico, pero ahora aparecía como una luz roja de alarma. La mayoría de sus víctimas eran voraces empresarios de la construcción, concejales corruptos, mafiosos y traficantes, y sus muertes nunca le habían importado un carajo, pero hoy sentía ganas de vomitar, esa cabeza destrozada no era el mejor aperitivo para cenar.
Salió del chalet y cambió de coche a unos pocos kilómetros de allí, se quito los guantes y el pasamontañas, y mientras conducía pasaron por su mente las caras de terror de sus ya treinta victimas, con la mirada inerte y sus manos intentando alcanzar alguna escapatoria. Esas víctimas ocupaban un lugar fijo en sus pesadillas todas las noches.

        Comenzó a matar hace diez años, a los veinticinco. Su segunda víctima fue un sicario duro y correoso que no merecía una muerte rápida. Ese fue el encargo, y le metió quince balazos. Empezó por las piernas, después le reventó las pelotas y acabó por el vientre. Esperó junto a su víctima hasta que murió, con todas sus tripas por el suelo y varios litros de sangre derramados por toda la casa. Cuando terminó, se ducho y se fue a comer. Eran otros tiempos, él era un depredador que vivía en la selva.

        Al salir de una curva vio un cuerpo sobre la carretera, bajó del coche y comprobó que era un perro atropellado, seguramente uno de los miles abandonados todos los años por sus dueños. Tenia las patas traseras rotas, varias costillas dañadas, y en su agonía, el perro sufría convulsiones. Martín arrancó el coche para irse, pero durante unos segundos se mantuvo allí mirando fijamente al perro. Volvió a parar el motor, lo subió con cuidado en el asiento trasero y lo llevó a una clínica veterinaria.
Después de una revisión inicial, el veterinario le confirmó que se salvaría, debería permanecer un par de semanas en la clínica y podría llevárselo si quería. Martín le dio al veterinario quinientos euros como adelanto, le dejo su teléfono para recoger al perro después de la operación y le pidió un formulario para realizar los trámites de la adopción.
Al despedirse, el veterinario le dio la mano y le dijo:

          -- Ojalá hubiera más hombres como usted, lo que ha hecho es un ejemplo de bondad.
        --Gracias, pero no me considero ningún ejemplo de bondad. No se fíe de las apariencias, puede que sea un asesino, quién sabe. – replicó Martín sonriendo
        -- No creo, usted es de esas personas en las que confiaría mi vida, lo dice mi intuición y no suele equivocarse. 
       
        Entró en el coche y cerro los ojos, sabía que las palabras del veterinario calificándolo de bondadoso habían destapado algo en su interior que inconscientemente ocultaba. Esas palabras habían sido como una carga de profundidad que tarde o temprano estallaría. Sí, no sabía como había ocurrido pero empezaba a amar la vida, desde su más amplio sentido, la vida en mayúsculas, pero ya era muy tarde. Lo único que sabía hacer era matar e intuía que la ley del karma no le permitiría vivir de incógnito. Su pensamiento buscó al perro que acababa de salvar, solo esperaba que alguien lo adoptara, alguien que amara la vida como él y que no tuviera un pasado.

        Al atardecer, Martín se sentó en el sillón de mimbre de la terraza de su ático del centro de Madrid, el cielo estaba despejado y su campo de visión era una espectacular puesta de sol que llenaba de luz rojiza la ciudad. Cuando el cielo se vistió de azul oscuro, sonó un disparo y se apagaron todas las luces.

4 de febrero de 2013

El circo de la corrupción



        Adelante señores, pasen y vean el mundo mágico del circo de la corrupción, tenemos todas las atracciones que harán las delicias de los contribuyentes: una ministra de sanidad que se encuentra un Jaguar en el parking de su casa, prestidigitadores que evaporan dinero público y lo transportan a bancos de Suiza y a los bolsillos de políticos de bien, y nuestro plato fuerte: Mariano Pepero, protagonizando Corrupción en Génova y El Padrino IV.

        Últimamente he leído reflexiones profundas como: “tenemos lo que nos merecemos”, “nuestros políticos son el reflejo de la sociedad”. Bueno, parece el pecado original heredado de Adán y Eva, pero ¿esto justifica la corrupción política?  Entre los confundidos y los que nos quieren confundir, nos va a costar trabajo distinguir a los ladrones de los que pagamos (de momento) la fiesta.
La salvaje corrupción política e institucional que estamos viviendo, propia de una república bananera, indigna y sonroja al mismo tiempo. Cuantos millones de trabajadores y parados habrán votado al partido del gobierno esperando que solucionara sus problemas, y a la postre se han encontrado que dentro de este partido estaban Ali Babá y los cuarenta ladrones escondidos bajo una piel de cordero, tras una vetusta noción excluyente de familia y un dudoso fervor religioso que han utilizado para engañar y manipular a la gente que ha confiado en ellos.

        La trama Gürtel ya plasmaba claramente la corrupción generalizada del Partido Popular, pero los documentos de cobros irregulares de dinero negro que han aparecido en los periódicos el Mundo y el País, ha sido la gota que ha colmado el vaso. Mariano Rajoy y sus acólitos, insultan nuestra inteligencia con excusas que ya no se llevan ni en el colegio. No se puede defender lo indefendible, no basta con decir yo no he sido o no me consta. Y si esto no fuera suficiente, tenemos a los periodistas pesebreros que intentan ocultar y encubrir de la manera más bochornosa los desmanes del gobierno con la estrategia del ventilador: “todos son corruptos”, "la herencia", "y tú más" o  con un acto de fe: "yo creo en ellos". 

        Cualquier manzana podrida de cualquier signo político debe responder ante la justicia, sean socialistas, catalanes, la corona o la iglesia. ¿Qué más da? Ellos son el otro bando, pero lo vergonzoso del asunto es que hemos pillado infraganti a la cúpula del gobierno con las manos en la masa, los que nos tienen que sacar de la crisis y cuidar de nuestro dinero son los que nos roban. Todos somos iguales ante la ley, es la esencia de la democracia, por lo tanto todos los implicados en escándalos de corrupción deben ser juzgados, y si procede, ingresar en la trena, o en su defecto, salir del gobierno y acabar en la puta calle.


Steppenwolf