17 de diciembre de 2013

¿Ley de inseguridad ciudadana?


        El vértigo que sientes cuando el coche patina levemente sobre una placa de hielo y rezas oraciones blasfemas para que no se desplace hacia ningún lado, lo he sentido cuando he leído el anteproyecto de la ley para la protección de la seguridad ciudadana que amenaza con fuertes multas a quien se manifieste pacíficamente sin permiso y otras cosas como esta:   “Las manifestaciones efectuadas a través de cualquier medio de difusión cuya finalidad sean las injurias o calumnias a las instituciones públicas, autoridades, agentes de la autoridad o empleados públicos, cuando no constituyan delito..."(infracción grave: hasta 600.000€, leve: hasta 1.000 €).

        Este regreso a las cavernas tiene un tufillo casposo que recuerda a otros tiempos, porque en pleno siglo XXI es como mínimo anacrónico que nos puedan sancionar por manifestar nuestra opinión "en cualquier medio", esto incluye a periodistas, redes sociales, blogueros y cualquier bicho viviente que hiera la sensibilidad de las autoridades. Si esta escalada de derechización salvaje continua en progresión, no me sorprendería nada que en breve nos presenten un anteproyecto de ley donde se ampare la tortura, eso sí, siempre por nuestro bien y con eufemismos como: "reeducación mental y física de los detenidos", o quizá vuelva la censura a su máximo esplendor sobrevolando nuestras cabezas, con sus alas negras y su pico afilado, dispuesta a aterrizar a las primeras de cambio, amenazando con azotar a cualquier perroflauta radical que se atreva a mirar a los ojos de las autoridades y a pensar por sí mismo. 

       Cualquiera que haya ojeado los artículos de esta desproporcionada ley de seguridad ciudadana, se tiene que preguntar cosas como: ¿Sabrá el gobierno algo fundamental que nosotros ignoramos? ¿Temen un estallido social? ¿Existe una voluntad decidida para construir una pseudo-dictadura democrática? Sea lo que fuere, la ley representa una merma de los derechos ciudadanos, un recorte de las libertades a todos los niveles, excepto para políticos y banqueros, y un intento de cerrar la boca a cualquier manifestante mediante una nueva herramienta donde los jueces quedarán al margen y los sancionados estarán en manos del político de turno o de la policía. Si se persigue a los vándalos que agreden y rompen escaparates, no se entiende el afán de ampliar el radio de acción de la ley hasta aquellos que con su presencia o sus palabras manifiestan una disconformidad de manera pacífica. Quizá hubiera sido más adecuado dirigir esta ley hacia algunos elementos descontrolados de las fuerzas de seguridad de porra fácil o de miembros de la administración que con sus comportamientos chulescos azuzan el clima de confrontación. Es decir, la ley viene a decirnos que si no estamos de acuerdo con las medidas impuestas por los bancos o las autoridades, no debemos manifestarnos porque entonces nos puede caer todo el peso de la ley y algún par de porrazos. Pagar impuestos, votar y callar, es lo que "ellos" nos proponen. 

        A pesar de ser un agnóstico tirando a ateo, rezo todas las noches y cuento las bolitas del rosario como si de un bingo religioso se tratara para que la ley definitiva de seguridad ciudadana no sea de carácter retroactivo, porque si es así, más de uno tendrá que ir borrando contenidos "inapropiados" que ha vertido en la red, como yo mismo. Para que voy a negarlo, antes me divertían las apariciones de los políticos, era como ver un trailer de una película de los hermanos Marx, con ese humor tan absurdo y surrealista, pero ahora tengo pesadillas provocadas seguramente por el dichoso borrador de la ley de seguridad ciudadana. Sueño que el sistema político se cae a pedazos, que los seguratas nos detienen a su criterio, que el gobierno compra camiones cisterna antidisturbios, como en tiempos del blanco y negro. En mis pesadillas aparece, como no, el ministro Montoro amenazando con desvelar las vergüenzas financieras de los medios de comunicación no afines a su credo. Y también aparecen en mis sueños peticiones surrealistas, como que para tocar música en las calles de Madrid, la Botella exige un casting. Pero cuando despierto y compruebo que las pesadillas permanecen en la realidad ordinaria, siempre me acuerdo de mi amiga Paca, Paca Garse. 


28 de noviembre de 2013

Los ojos del cielo


        La urbanización de Amelia consta de tres bloques de diez plantas cada uno. Hay dos cámaras de vigilancia por bloque y ocho para zonas comunes, y las catorce cámaras las puede ver en su televisor como el resto de canales de televisi
ón. Si realizáramos un sondeo sobre el share de estos canales en la comunidad de propietarios, seguramente estaría en segundo lugar, muy cerca de los reality shows de Telecinco.


        Amelia pasa la mayor parte de su tiempo intentando conocer la vida y desventuras de los demás, y ahora está esperando que llegue Jon, su nuevo vecino, para averiguar algo más sobre él. La última vez vino acompañado por una pelandusca que parecía estar borracha. ¡La que armaron! Y lo peor, todavía no sabe de donde saca el dinero, porque apenas sale de casa y se pasa todo el día pegado al ordenador.

Jon llegó a su casa después de desayunar, sacó las llaves, y a pesar de que a veces no advierte ni el estruendo de una bomba, oyó un sonido casi imperceptible que ya había etiquetado anteriormente, era la mirilla de la vecina de enfrente, de Amelia. Antes de cerrar la puerta, levantó la mano enseñando sus dedos indice y meñique a modo de saludo heavy y sacando la lengua hasta la campanilla le regaló la mueca más horrorosa que pudo. La mirilla se cerró súbitamente.

       Jon Noriega es un detective privado, pero no vigila a la gente ataviado en una gabardina y con gafas de sol, él es un hacker y espía por Internet. Es un trabajo arduo y rutinario, y para desengrasar y como hobby, entra en todos los ordenadores que quiere, para fisgonear, para hacer travesuras y enterarse de como funcionan las vidas de los demás, de hecho, tiene en el escritorio de su ordenador un archivo con el que puede visualizar la cámara web de su vecina Belén.
Hackear las cámaras web es uno de los trabajos espías más sencillos que uno puede imaginar. Con unos conocimientos básicos de informática y un mínimo contacto con el ordenador de la víctima, lanzamos un troyano mediante un email, el Flux o el Nuclear Rat por ejemplo, y ya podemos ver y grabar durante las veinticuatro horas del día la cámara en cuestión. Jon lleva más de tres largos meses espiando a Peter Green y está a punto de provocar un terremoto político de consecuencias imprevisibles.

          Peter Green es el embajador estadounidense en España. Está casado, tiene dos hijos adolescentes y fama de ser ultra religioso, homófobo y políticamente reaccionario. Green en realidad es un espía, como casi todos los embajadores. Ha conseguido información sensible sobre políticos y banqueros españoles que ya ha mandado a Washington para facilitar la presión y ayudar a los intereses americanos en España, pero Jon le ha seguido la pista y en unas semanas el chantaje del embajador será publicado en los periódicos más importantes del mundo. Por cierto, Green tenía escondida una revista de Barazoku en una carpeta del ordenador, y es que le pasa a todos los diestros, su moral nunca es acompañada por sus instintos sexuales.

           Quizá estamos demasiado ocupados intentando evitar que políticos y banqueros nos roben hasta la dignidad y no le damos importancia al hecho de estar vigilados por miles de cámaras y dispositivos móviles. Cada vez que salimos a la calle, cuando pagamos con tarjeta, cada pregunta que le hacemos a google y cada vez que encendemos nuestro smartphone, estamos dejando huellas indelebles en discos duros tan lejanos y profundos como el océano Pacífico. De seres anónimos, pasaremos a protagonizar el papel principal del Show de Truman, el deseo oculto de más de uno.

        Algunos piensan que esos puntos brillantes que a veces recorren el cielo pueden ser ovnis o aviones militares, pero no, son satélites espías. En condiciones óptimas podemos verlos a simple vista, son los nuevos satélites NGEO (Next Generatión Electro Optical). Leerán nuestros labios, detectarán nuestra presencia en nuestra propia casa con sus cámaras térmicas y rebañarán hasta la última gota de nuestra intimidad. A partir de ahora sería conveniente salir de casa pulcros y 
presentables por si estamos siendo grabados, y si es posible, vamos a evitar rascarnos la bragueta. Que nadie piense que esto va a ser otro Gran Hermano, será el nacimiento del nuevo dios, el omnipresente, el que todo lo ve.
                                                      
Polaris - Zero 7

14 de noviembre de 2013

Una noche en Barcelona




        La ultima vez que estuve en en Barcelona con motivo de la Fira, me alojé en un hotel cercano para no tener que utilizar el coche. Después de cenar con los colegas de profesión y tomar algunas copas, me dirigí al hotel entre las estrechas y oscuras calles del centro de Barcelona. Voluntariamente desorientado, absorbí el aire de las calles y me mezclé con el enjambre multicolor de las Ramblas. Cuando estaba a punto de llegar, vi como se acercaba corriendo un individuo con gorra y una porra en la mano. Sin presentaciones previas y levantando un tubo metálico, me dijo con los ojos desorbitados:

        - Dame la cartera y el reloj o te doy un palo que te dejo tieso. Rápido!

        - Joder, que susto, por un momento creí que era un mosso de escuadra – le dije aliviado.

        - Oiga, me insulta con esa insinuación, yo no voy pegando palizas por ahí, soy un delincuente honrado que se gana el pan con el sudor de su frente – contestó airado.

        - No era mi intención ofenderle, señor......delincuente, pero ya sabe que hoy en día nadie puede estar seguro por la calle. Bueno, estará muy ocupado y no quiero hacerle perder más tiempo, aquí tiene la cartera y el reloj, y por cierto, tengo que confesarle que nunca me habían atracado tan profesionalmente – Este último halago le hizo bajar la guardia.

        - Aguánteme el palo que me voy a probar el reloj – me dijo el atracador guardándose
mi cartera en el bolsillo trasero de su pantalón mientras miraba fascinado el Lotus. En ese momento vi la oportunidad para recuperar mis pertenencias, me lo puso a huevo.

        - Lo siento señor delincuente, devuélvame lo que me ha robado o le abro la cabeza - le hablé con firmeza mientras levantaba amenazante el tubo de hierro.

        Me miró aturdido durante unos segundos sin entender muy bien el cambio de papeles, hasta que oímos un ¡alto!, eran dos mossos de escuadra que se acercaban. El delincuente me quito el tubo de hierro, lo tiro entre dos coches y me dijo que me fuera por la calle de la izquierda que él se iría por la derecha. Me deseo suerte y me dijo que si necesitaba algo que fuera al barrio del Raval y preguntara por él, pero no no pude entender su nombre porque su voz se iba distorsionando por el efecto Doppler a la misma velocidad que se alejaba mi cartera y mi reloj. Salimos corriendo a ritmo de cien metros libres a pesar de que los mossos no corrían, decidieron no dividirse y nos dejaron escapar. Cuando vi que no me seguían, mi cerebro empezó a funcionar y me pregunté por qué corría, y esa pregunta fue dura. No había hecho absolutamente nada, solo era la víctima de  un atraco, y además, estaba sin dinero ni documentación. Corría y corría sin notar el menor cansancio, quizá porque la adrenalina había salido de sus depósitos y no quería perderse lo mejor de la película.

        Me dirigí al Raval por la Avenida del Paralelo y durante mi carrera aparecieron por mi mente preguntas extrañas que no esperaban respuesta, quizá solo buscaban desfilar en el teatro de la consciencia a lomos de unas cuantas miles de neuronas: ¿De quien huimos?  ¿Quienes son nuestros enemigos?  ¿Por qué desde hace unos años me duelen las rodillas? Incluso aparecieron intercalados ese tipo de pensamientos vacíos y edulcorados que acaban subiéndose en la canción de un anuncio de patatas fritas.

29 de octubre de 2013

Una hora gratis



        Ese sábado por la mañana estuve haciendo gestiones telefónicas, mandé por email un montón de curriculums y me pateé todas las tiendas de la calle Mayor sin éxito. Después de tres años sigo en paro, sin un trabajo estable y sin ninguna perspectiva para conseguirlo a corto plazo, y además, tengo que templar mis nervios cada vez que veo por televisión al ministro `Montoro Sex Pistols´ asegurando ver la luz al final del túnel, pero la verdad es que nunca le he hecho ni puto caso. Creo que este tío toma mucha medicación, se le nota en la voz y en las tonterías que dice un día sí y otro también. La realidad a pie de calle es otra, está llena de cadáveres andantes, de tiendas cerradas, de carteles que se venden y de una falta de ilusión que no recordaban ni los más viejos de la ciudad, de esta ciudad donde los carros de Mercadona llenos de chatarra atascan la circulación en las calles mientras sus nuevos dueños escarban en los apestosos contenedores de basura.

        Nubarrones negros planean sobre nuestro futuro, sí, pero por lo menos ese sábado nos consolamos viendo el partido Barsa-Madrid: birras, whisky y Mary Jane. Las risas acompañaron la locura del gol y también las maldiciones blasfemas cuando el gol era en contra, pero aunque quisimos ocultarlo, nuestras miradas delataban desesperación, y es que el opio del pueblo solo es un escondite transitorio. El partido de fútbol no fue mi único consuelo, esa noche nos daban una hora y esa si que era una gran noticia. Damián decía que solo era una devolución de la hora que nos habían quitado en abril, pero a mí me daba igual, a las tres de la madrugada las agujas del reloj volverían a marcar las dos en punto. Retroceder en el tiempo entra en la categoría de la magia y debía pensar con celeridad lo que iba a hacer durante esa hora.

        Pensé que durante esa hora regalada, un baño nocturno en la playa podría ser una buena idea. El día anterior habíamos llegado a los veintinueve grados, podía nadar mar adentro durante media hora para volver viendo las luces de la ciudad rebotando en el agua hasta chocar en mis ojos, sería una experiencia excitante y única. O quizá podía jugarme en el casino los últimos cinco mil euros que me quedaban. Sincronizaría las vibraciones de la ruleta con mi respiración y en el ultimo minuto de esa hora me lo jugaría todo a un número, esperando ansioso que los giros contrapuestos de la bola y la ruleta coincidan en el 10 negro. Un río de adrenalina derraparía por las curvas de mis venas, y si acertaba, solucionaría durante un par de años mis problemas económicos, sin sudores nocturnos ni pesadillas con los ministros del PP. Pero no quería ocultar la realidad, estadísticamente tenía muchas más probabilidades de acabar en la ruina total. Mi futuro dependería de una bolita caprichosa, aunque pensándolo bien, siempre dependemos de factores externos que no podemos controlar, o dicho de manera bucólica, solo somos hojas de otoño a merced del viento.

        Descarté todas esas peligrosas opciones y quedé con Claudia a las tres de la madrugada. Le dije que era una sorpresa muy especial, que cuando cerrara el pub viniera corriendo a mi casa, pero no quise decirle que el motivo de la sorpresa era que nuestro gobierno nos había regalado una hora coincidiendo con el cambio de horario, porque Claudia es un poco rara y seguramente no lo hubiera entendido. Me gasté más de doscientos euros en dos latas de caviar de Beluga y una botella de Moet Chandon, la ocasión lo valía. Apagué las luces de la terraza del ático, quedando únicamente alumbrada por la luz pálida de la luna y de algunas estrellas en blanco y negro, y de fondo sonaba la trompeta de Miles Davis tocando el Autumn Leaves. Todo estaba ya preparado, estaríamos follando en la tumbona toda la hora, como si el mundo fuera a explotar en mil pedazos al finalizar esa hora extra.

        Antes de continuar con mi relato quiero aclarar la utilización del verbo follar. Hay gente que considera malsonante esta palabra para describir el acto sexual, pero debo decir en mi descargo que he rechazado utilizar eufemismos porque me parecen mucho más radicales y ofensivos que el verbo inicial. Vamos a ver:
Hacer el amor: Como la realización de un trabajo manual llamado amor no está mal, pero esta expresión no tiene ni un gramo de pasión, pues bien, a la mierda con hacer el amor.
Joder: Incluye connotaciones agresivas que no refleja el respetuoso verbo follar, también lo deseché.
Yacer: Si utilizamos este verbo muerto, inevitablemente se enfriarán nuestros ánimos: “¡vamos a yacer!”  Si alguien lo ha utilizado temerariamente o por error, es mejor que la fiesta la deje para otro día, además corre el riesgo de que lo tomen por necrófilo.
Fornicar: Un verbo que resuena a pecado original por todas partes, ¡y por dios!, no podemos empezar una buena faena de esta guisa.
Mantener relaciones sexuales: Una frase impertinentemente larga, carente de alma e inapropiada, o copular, que recuerda a el apareamiento de las hormigas tibetanas.
En la jerga de a pie, tenemos una gran cantidad de expresiones plebeyas que también he desechado porque intentan sustituir, sin la categoría necesaria, al auténtico verbo follar: pegar un polvo, acostarse con, echar un kiki, meterla en caliente, zumbar, ponerla mirando a Cuenca, chingar, etc, etc, etc.

        Una vez aclarado este contencioso lingüístico, vuelvo al relato de los hechos: ......una hora gratis es un botín. Seguramente cabría la vida entera de la tierra, desde que era solo una simple mezcolanza de materias desechadas por el sol, hasta el día que volvamos a reunirnos con nuestra estrella en el panteón estelar de la vía láctea. Una voz desde la calle interrumpió mis pensamientos espaciales, me acerqué corriendo a la terraza para ver si era Claudia, pero en la semioscuridad no calculé bien el impulso y durante unas décimas de segundo interminables fui deslizándome lentamente hacia el exterior hasta caer. Seguramente el miedo y la desesperación consiguieron que me pudiera agarrar a la barra metálica del toldo del piso de abajo, y después de un balanceo, rompí el cristal de la terraza acristalada con los pies y entré en el salón de mi nuevo vecino al que no conocía de nada, pero para mi desgracia era policía y no creyó que fuera su vecino ni tampoco se explicaba por qué había entrado en su casa sin llamar. Le relaté paso a paso la caída, le dije que no tenía la documentación encima porque estaba en mi piso, pero las llaves también estaban allí. Todos mis intentos fueron infructuosos, pero tampoco podía esperar un índice elevado de comprensión por su parte, era un policía. Me esposó y me llevó personalmente a comisaría.

        Antes de salir del edificio me encontré con Claudia, y su cara pálida como la tiza al verme esposado añadió más zozobra a mi estado ya muy agitado. Le dije que era un malentendido, que no se preocupara y que llamara a mi abogado. Le aseguré que en media hora estaría en casa, pero ni ella ni yo creímos en mi afirmación. A las tres de la madrugada que volvían a ser las dos por el cambio horario, ingresé en una celda común de la comisaría.

        Esa hora que en un principio iba a ser inolvidable, la iba a pasar con tres maleantes, soportando el hedor que residía permanentemente en la celda, y como paradigma de la pintura naíf, nos acompañaban las numerosas zurraspas y versos peregrinos que decoraban las paredes de la celda. Empecé a desmoralizarme y pensé que los momentos anodinos y de poca calidad no debería ser vividos. Estaba dispuesto a pedir la devolución de la hora, como esos regalos siniestros que a veces recibimos y no sabemos como quitárnoslos de encima, hasta que entablé conversación con mis colegas de celda y a los pocos minutos estábamos debatiendo apasionadamente, intercambiando nuestras distintas maneras de ver el tinglao, y todos mis prejuicios sobre ellos se derrumbaron. Fue una experiencia intensa y surrealista, todavía recuerdo las risas flotantes y los lazos que se formaron durante esa hora mágica hasta que vino mi abogado y a regañadientes abandoné el calabozo, no sin antes intercambiar los números de teléfono. Hoy todavía nos vemos de vez en cuando para organizar algún que otro trabajo, pero eso ya es otra historia.
    

16 de octubre de 2013

El tiempo es agua




         Volver a la civilización es zambullirse en un mundo dinámico, vertiginoso y permanentemente cambiante. Todo es diferente con el paso del tiempo, pero el sol siempre es el mismo. Una explosión silenciosa nos aniquila lentamente y es posible que en un momento de lucidez veamos sus efectos, correremos el velo y descubriremos a millones de pilotos en sus naves espaciales lanzando desesperados maydays, y en el rostro de los mayores veremos con nitidez el dolor y la soledad que han acumulado durante años y que sus escasos momentos de felicidad no han podido neutralizar. Han sido derrotados por el tiempo.

        Observo con resignación como desaparecen los sueños y los ideales, como el paso del tiempo en lugar de hacernos más sabios y tolerantes nos esclaviza todavía más a un mundo material y descubre nuestros instintos más básicos. Desearía negarlo, pero adivino en las canas infiltradas, en las arrugas traicioneras y en las tripas henchidas, la bandera blanca de la rendición. Otra generación vencida por el tiempo.

        La maison en petits cubes es un entrañable cortometraje que refleja de una manera sutil las etapas de la vida desde un enfoque retrospectivo. Realizado intencionadamente en  dos dimensiones, utiliza el agua como una alegoría del tiempo, las plantas del edificio como la lucha por la supervivencia y la inmersión en el agua como un recorrido nostálgico y sereno por los recuerdos. Este corto es un constructor de sentimientos, es fácil comprobarlo. 


25 de agosto de 2013

Publicidad y otras formas de manipulación

        Mario se licenció en marketing, publicidad y ciencias de la comunicación a los veintitrés años, siendo el numero uno de su promoción. Estuvo doce años trabajando en las mejores compañías de Europa, colaborando en importantes spots publicitarios de compresas voladoras, detergentes que blanqueaban tanto que producían cataratas, cervezas que eran el paradigma de la amistad etílica con responsabilidad y latas de refrescos con cuarenta gramos de azúcar (sin mencionar los cien miligramos de cafeína pura). Hasta ese momento había hecho magistralmente lo que le habían pedido, manipular neuronas inconexas. Siempre estuvo limitado por sus jefes y por las empresas anunciantes que querían campañas publicitarias prácticas que produjeran ventas, al margen de la ética y la estética del anuncio, pero él sabía que su verdadero potencial estaba esperando una oportunidad, podía crear arte y vender sin manipular, con buenos productos y empresarios honestos. Esto último era ciertamente bastante difícil, pero él lo tenía que intentar, aunque tuviera que volar quince horas hasta Tokio. 

        Una gran empresa tecnológica Japonesa le dio carta libre para realizar una campaña a nivel mundial, no en vano, Mario era en ese momento uno de los publicitarios más cotizados del mundo. De Tokio voló a San Francisco, compró un cuarto de millón de pelotas de goma, dispuso de los mejores profesionales y medios técnicos del momento y dirigió una obra de arte para televisión e Internet de poco más de dos minutos. Como en el estreno de la ópera prima de un director de cine, su anuncio tuvo excelentes críticas, pero inexplicablemente fue retirado de manera prematura por la empresa anunciante aduciendo un pobre impacto en el potencial cliente. Un anuncio que apuntaba a la fibra sensible y al corazón del cliente, pasó totalmente desapercibido.

        La multinacional japonesa le pago casi un millón de dólares y canceló unilateralmente el contrato. El impacto de esa decisión desestabilizó de tal manera a Mario que abandonó momentáneamente su profesión y se sumió en un peligroso viaje interior durante más de un año, buscando una explicación coherente a lo que había sucedido o quizá intentando encontrar una motivación que le hiciera arrancar del punto muerto en el que se encontraba. Con casi cuarenta años se encontraba saturado, agotado, no quería crear más basura para un prototipo de consumidor manipulable que devoraba felizmente toneladas de mierda impecablemente presentada y envuelta con un hermoso lazo. No sin esfuerzo, su mujer consiguió convencerlo para que recibiera ayuda y saliera de esa profunda depresión en la que había caído. Y ya tumbado en el diván, un psicoterapeuta con las gafas de John Lennon intentó que viera la luz y le dijo que debía adaptar su visión de la vida a la realidad y no al revés. Antes de acabar, Mario se levanto, le pagó la sesión y le preguntó si esa frase era suya o la había leído en un libro de autoayuda.    
                                   
       Viajó  directamente a Illinois y a los tres meses estaba dirigiendo la campaña más ambiciosa que hasta el momento se había realizado, la del gigante de las hamburguesas. Y triunfó por todo lo alto. Gracias a esa campaña, la empresa rebasó en los cinco continentes la cantidad de 25.000 establecimientos. Mario ganó tanto dinero que le permitió retirarse definitivamente de la actividad publicitaria y se dedicó a denunciar los abusos que cometían sus antiguos clientes, las empresas multinacionales, y a escribir artículos sobre las técnicas de manipulación de la publicidad en las revistas más prestigiosas del mundo. Posteriormente la empresa de hamburguesas fue denunciada, junto a otras multinacionales del sector de la alimentación, por originar con sus productos daños irreversibles en las arterias de sus clientes y convertir en obesos a una gran parte de sus consumidores. El final de aquel famoso spot publicitario de hamburguesas lo cerraba un eslogan que decía algo así como: “me encanta”.  
¡Hay que joderse con los publicitarios! Un día de estos nos anunciarán misiles nucleares para instalarlos en el jardín, por nuestra seguridad, por supuesto.


29 de julio de 2013

Barreras Generacionales



        Dicen que existen unas barreras entre generaciones que se forman como los arrecifes de coral y día a día las sedimentaciones construyen muros invisibles.
Carmen llevaba unos meses trabajando con nosotros, era guapa, extrovertida y sobre todo muy joven. Durante la interminable comida de navidad con los compañeros del banco y antes de los postres, decidimos escaparnos a un bar de copas cercano para fumarnos unos cigarros, y pongo a dios por testigo que no había por mi parte ninguna intención deshonesta en ese encuentro al más puro estilo Lost in Translation.

        En la terraza del bar me pidió mi dirección de twitter mientras tecleaba algo en el smartphone a una velocidad de vértigo. Le contesté que no tenía y en su cara aparecieron signos de incredulidad. Empezamos mal y para romper el silencio que se había creado, saqué el asunto de los políticos corruptos que habían arruinado el banco. Su respuesta me hizo abrir levemente la boca: "la política nunca me ha interesado, pero voto a los conservadores para que los zánganos no se aprovechen del trabajo de los demás". ¡Vaya por dios!

        Se declaró una apasionada del cine, y analizando sus filias y sus fobias cinematográficas me di cuenta de que todas sus predilecciones se situaban sistemáticamente en el siglo XXI.
        No le gustaban las películas de Woody Allen porque le parecían especialmente paridas para gafapastas introvertidos:  ".....y además, un tío que se ha casado con su hija......¿qué se puede esperar de él?”  Yo le dije que tenía razón, intentando crear cierta empatía. Le hablé de `Réquiem por un sueño´ y antes de acabar me dijo que las películas de yonkis le parecían repugnantes. 
Otro pinchazo en hueso, y sin darme ninguna tregua me bombardeó con historias del flickr, el mp4, las series de Antena 3, el myspace, el tuenti y la última película de Justin Timberlake, y sin entender muy bien lo que me decía, me sentí igual que una monja de clausura viendo un desfile de carrozas del orgullo gay.

        Pensé que las películas de ciencia ficción podrían ser el primer punto de encuentro y antes de confesarle mi fascinación por Blade Runner, me dijo que esa película pertenecía a la prehistoria y que le molaba más el Lobezno del Jackman. Dirigí la mirada al cielo para recibir indicaciones divinas y cambié de tercio con una película bélica: `Apocalypse Now´, pero el nombre le sonó a chino.

        Mi empeño por reducir nuestra distancia generacional estaba resultando un fracaso y probé en el terreno de la música, constatando que ella lo tenía muy claro: “Me encanta oír los 40 Principales y creo que El Canto del Loco ha tocado la cima de la música, el mismo día que sacó su último disco fue trending topic", dijo Carmen preguntándome por el tipo de música que me gustaba a mí. Oculté mi desconocimiento sobre los nuevos términos de audiencia y mi nulo interés por determinado pop actual y le dije que me gustaba todo, desde Joni Mitchell hasta José Gonzalez. Me miró como si hubiera blasfemado y me contestó con bastante sorna que José Gonzalez le sonaba a un mariachi y que yo era el segundo que ella supiera, además de su madre, que le gustaba Joni Mitchell. Solo se me ocurrió decirle que su madre tenía muy buen gusto, pero me acordé también del resto de su familia.

        Con cierto nerviosismo miramos el reloj al mismo tiempo mientras pagaba las copas. En ese momento vino a mi memoria una canción de Steely Dan que relataba la primera y única cita entre un músico de jazz que había pasado de los cuarenta y una veinteañera, y en la que ambos fueron incapaces de intercambiar un par de frases con sentido. 

10 de julio de 2013

Sin rumbo


         Sin apenas darme cuenta y arrastrado por la inercia, convertí mis 
principios fundamentales en certezas absolutas y en dogmas inamovibles, pero al escudriñar detenidamente esas certezas desde otras perspectivas, he acabado encallando en una zona rocosa entre la duda y la confusión. Ahora contemplo aturdido como se han erosionado todos los pilares que mantenían hasta ahora mi frágil mundo artificial. Este sentimiento circular me ha situado en el punto de partida, una vez más. 

        Sin opciones ni alternativas, he apostado por dar el control de la situación a mi departamento de dudas para que se encargue de interrogar a los representantes de la ortodoxia y de los conceptos lógicos e irrefutables. Nada es como parece ser. Dudo de místicos y ateos, de la existencia del alma y de sus señorías los asesinos de sueños; desconfío de los bondadosos por omisión, de los pecadores por afición y también de mis siete máscaras.

        Mis recuerdos tampoco se salvan del banco de pruebas de la duda. Pulsé el play y apareció aquella pareja de recién casados desayunando en la terraza del hotel de Playa Sant Pol, muy temprano, cerca del mar y disfrutando de la sensación de libertad que les daba el todavía tímido sol asomando por esa enorme ventana azul por la que, entre nubes caprichosas, se colaba el universo. Entre sorbos de café, la charla se mezclaba en una proporción perfecta con el traqueteo de las piedras torneadas por el mar y arrastradas al ritmo que imponían las olas.

        Me sentí exultante subido en aquel recuerdo, como el que descubre una nueva estrella semioculta entre la nebulosa. ¿Sería fruto de mi imaginación? Retomé el hilo y los recordé riendo como niños hasta caer al suelo jugando a provocar la risa del otro, mirándose fijamente y empleando el viejo truco de bizquear los ojos.

        Hay  mucha gente que es feliz sin saberlo, acaso lo intuyen, pero la felicidad de alta intensidad pasa tan rápidamente que solo son conscientes cuando ven esa felicidad plasmada en el recuerdo. Si la sabiduría fuera una de mis virtudes, miraría la vida con los ojos de un niño, con la única expectativa de navegar sobre las veinticuatro horas que me presta el día.

24 de junio de 2013

Angel City



        Esa noche húmeda de verano fui solo al Angel City, un refinado disco-bar al aire libre en el puerto de Alicante, de tendencia retro, música de los sesenta y maduras con dinero, como Pilar. Ese día ella tenía una reunión de trabajo, o eso me había dicho, y decidí poner en orden mis ideas ejerciendo de rodriguez. Pilar era una adicta al deja vu del Angel City, seguramente porque rondaba los cincuenta. Los años iban pasando inexorablemente y a pesar de sus intentos con cremas anti-age, dietas y gimnasios, el tiempo no se dejaba sobornar. Le pedí al camarero un zumo y me senté en la mesa más alejada de la pista de baile, resguardado de los distorsionados sonidos agudos de los bafles y con una espectacular vista del centro de la ciudad temblando sobre el agua del puerto. Era el lugar perfecto para utilizar por primera vez el verbo pensar; después de veintiséis años, debía visitar mi centro de control y reprogramarlo.

      Cuando ya me encontraba inmerso en mis pensamientos, se acercó a mi mesa una señora en un lamentable estado etílico con la intención de sentarse; llovía sobre mojado. Con poca delicadeza le dije que se evaporara, añadiendo un gesto explícito con las dos manos para que no quedara ninguna duda. Respiré hondo para relajarme, activé todos los sentidos y el calor de esa noche de julio se acercó amistoso, como un aliado. Comencé a recibir oleadas de vapores salinos; la brisa fluía con olor a marisco del puerto; bocanadas de tabaco rubio se elevaban lentamente formando imágenes caprichosas frente a mis ojos, y no podía faltar una fragancia lejana e intermitente de pachuli. Solo desentonaba en ese universo perfecto, el desatinado baile que exhibían los voluntariosos cincuentones en la pista. Entre tanta madurez, vi a una chica morena que venía hacia mí y comencé a pensar que quizás lo más apropiado para meditar hubiera sido subir a la cara oscura del castillo.

  • Tú debes ser Jose Arcadio Buendía, ¿acierto? -- dijo sentándose a horcajadas en la silla.

  • ¿Como? …..  --  tardé en reaccionar pero respondí a su adivinanza -- así es, entonces tú debes ser Úrsula Iguarán.

  • ¡Vaya, si sabe leer!  -- dijo burlona -- ¿Por qué alguien como tú bebe zumos por la noche? -- me preguntó como si hubiera cometido un delito.

  • Porque las erecciones son más potentes -- le dije para espantarla.

  • ¿Que haces aquí?, dime la verdad. Esta es una discoteca para gente mayor -- me sermoneó ella que seguramente no tendría mas de dieciocho o diecinueve años.

  • Y tú.....¿ no deberías estar jugando en el parque? -- le repliqué.

  • ¿Jugando en el parque? Espero no estar hablando con un pervertido -- me dijo reprimiendo la risa -- para tu información, estoy con mi madre y con sus amigos celebrando su cumpleaños y he venido a averiguar si tú estás embalsamado como los otros.

    ¡Vaya que suerte! Me había tomado como un pasatiempo. Concentré mi mirada hacia la pista de baile sin apenas parpadear esperando que se aburriera y abandonara la mesa, pero ella se acercó un poco más y me dijo apuntándome con el dedo:

  • Solo, en una discoteca de carrozas........ eso indica que solo puedes ser dos cosas: o un espía, o …..

  • …..o un narcotraficante -- le completé la frase esnifando un polvo invisible.

  • No era narcotraficante la palabra que iba a decir, era gigoló.

        Me había cogido con la guardia baja, no sabía que hacía allí esa niñata interrogándome y riéndose de mi descaradamente. Caperucita se había acercado al lobo y por lo visto no se había dado cuenta, o peor: le daba igual, o mucho peor: el lobo era ella. Inició un monólogo en el que me negué a participar; estudiaba primero de medicina pero lo iba a dejar, decía que el cáncer le estaba ganando la partida a la medicina y no quería formar parte de un equipo perdedor, pero a mí me daba la impresión de que la niña de papá se había cansado de jugar a Jack el destripador con los fiambres en formol.

        Me dijo que la antropología sería su próximo destino. Esa declaración de intenciones me hizo abandonar mi mutismo: "casi nadie sabe a que coño se dedica un antropólogo, y para empezar, eso me gusta. Los antropólogos que conozco no buscan una cómoda situación económica, más bien buscan respuestas, una señal que les indique el camino, un salvoconducto para atravesar fronteras, o simplemente una vía para reconciliarse con nuestra especie". Cuando Virginia terminó su exposición, me pareció que su manera de pensar no era la de una niña `bien´ y que el Angel City nunca había brillado de esa manera. 

        Una atractiva mujer que yo conocía muy bien apareció entre las luces e interrumpió nuestra conversación, era su madre que había estado buscándola por toda la discoteca. Con su descaro habitual y tapándose la boca para ocultar la risa, Virginia mintió presentándome como Jose Arcadio, un compañero de la facultad, y a su madre me la presentó como Pilar, algo que yo ya sabía. Le dí dos castos besos y Pilar solo acertó a esbozar una sonrisa artificial, desencajada, de esas que aparecen cuando se quiere ocultar un oscuro secreto. Me despedí de Virginia con un hasta pronto, y mientras se marchaba, mis ojos se tornaron estrábicos mirando por un lado su cara sonriente, y por otro, sus ajustados pantalones vaqueros.
 

4 de junio de 2013

Crisis de identidad



        Recuerdo muy bien el momento en el que advertí la presencia de un intruso en mi interior, fue viendo un partido de fútbol por televisión. Durante el partido, incomprensiblemente mi mano derecha apretó el botón numero dos del mando a distancia, y sin poder evitarlo, me cargué un documental entero donde se podía ver detalladamente el apareamiento y la reproducción de las focas siberianas. Intenté varias veces volver al canal que emitía el fútbol, pero algo me lo impidió. Al principio me pareció un pasajero desdoblamiento de personalidad y no le di mayor importancia, pero progresivamente los síntomas se acentuaron y comencé a preocuparme. A veces podía sentir detrás de mi cabeza el aliento de un visitante oculto que me vigilaba y provocaba que mi calidad de vida se resintiera notablemente. Por ejemplo, cuando realizaba trucos de prestidigitador jugando a las cartas (hacer trampas dicen los ignorantes), existía la posibilidad de que el visitante pudiera delatarme y tirar por la borda mi reputación labrada durante tantos años. Era una situación estresante, y no digamos cuando realizaba actos inconfesables con una mujer, ahí estaba él, mirándonos, como un voyeur pervertido, impidiendo mi concentración y consecuentemente, corriendo el riesgo del temido gatillazo. 

        Ante el miedo a perder irremediablemente la cabeza, pedí ayuda a Damián, el bajista del grupo y creyente de todo lo que uno pueda creer en este mundo, desde los ovnis con marcianos verdes hasta la teletransportación física a otras dimensiones. Me aconsejó acudir al párroco del barrio de Malasaña, un sacerdote muy discreto que estaba especializado en exorcismos y que con toda seguridad solucionaría mi problema. Durante la sesión, me hizo vomitar una pasta verde que había ingerido unos minutos antes. Debía insultar a diestro y siniestro a cualquiera que estuviera junto a mí, y para terminar, el cura intentó girar mi cabeza 360 grados, argumentando que así el diablo saldría de mi cuerpo, pero la cabeza que estuvo a punto de rodar por el suelo fue la suya. El intento fue en vano y además el cura me denunció por agresión (yo le dije que había sido el diablo), pero el inquilino seguía dentro de mí.

        Con ciertas reservas y sin muchas esperanzas, visité a mi médico de cabecera. Me animó y me dijo que esos problemas eran de fácil solución y seguramente debidos a la crisis económica. Me dio unas pastillas para relajarme, pero fue un fracaso total. No vomite pasta verde como en el método exorcista, pero estuve quince días con problemas estomacales, y el okupa seguía allí.

        El padre de mi novia se interesó por mi problema y me invito a una sesión de yoga. Me presento a su profesor y este me aseguró que me curaría en una sesión; debería alejar de mi mente todos los pensamientos y cualquier elemento espurio que me impidiera reconocer al inquilino y sacarlo de mi interior. Me integré en la sesión con mi suegro y con un grupo de unos veinte jubilados con chándal que parecían sacados de una manifestación de yayoflautas, y después de las respiraciones y la relajación, el profesor comenzó a inducirnos hacia un estado de meditación, pero quedo abortado porque uno de los viejos soltó un sonoro pedo y la meditación se convirtió en risoterapia. Pero no desistí, cuando llegué a casa hice el ejercicio de yoga como me había indicado el profesor. Comencé a aislarme hasta conseguir parar todos los pensamientos y quedarme cara a cara con el huésped. Las peores previsiones se hicieron realidad, ese personaje oculto....... era yo, mi verdadero yo estaba prisionero en una jaula. Entonces ¿quién era el que estaba en la superficie? ¿quién era el del DNI?  Claramente, mi cuerpo había realizado un golpe de estado y quería eliminar mi conciencia.

        Debido a mi inclinación hacia las causas perdidas, cambié de bando y me identifiqué con mi yo interior, con mi conciencia. Yo sabía perfectamente que mi cuerpo pretendía todo el poder, pero no podía luchar a vida o muerte contra él, lo necesitaba para casi todo, él tenía la sartén por el mango y no me quedaba más remedio que negociar. Nos fuimos a tomar unas cervezas para relajar tensiones y llegar a un acuerdo, pero lo que sucedió allí merece un arduo esfuerzo de comprensión: después de tres horas de acaloradas discusiones, acabamos bebiendo tequila con limón y otros brebajes indescriptibles, algo que seguramente provocó la aparición de otros dos invitados: el alma, ese que pesa veintiún gramos, y el antimateria, incluido en la teoría de la física cuántica ("a cada unidad de materia le corresponde una unidad idéntica de antimateria”).  Al final, acabamos organizando una timba y jugando al poker durante toda la noche. 

         Ahora somos cinco, se nos ha unido mi ángel de la guarda; lo que se dice proteger, no protege, pero asusta. Y por fin, ahora toda va bien, solo he tenido que realizar algunos cambios, utilizar la  intuición y un poco de sentido común:  me he mudado a un piso de cinco habitaciones para que cada uno tenga su intimidad, he cambiado de novia (ahora salgo con una que esta pasando por una crisis de identidad), y por último, me he comprado un monovolumen de diez plazas, por si nos vamos los diez de picnic.


21 de mayo de 2013

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        Sasha observaba desde el primer banco la boda de sus amigos Petrus y Marian, una ceremonia que llenaba de luces de colores y música electrónica la iglesia, convirtiendo la boda en un pequeño festival. Un escalofrió recorrió su espalda cuando Petrus metió el anillo en el dedo de su futura mujer. Instintivamente, Sasha desplegó el dedo anular de su mano izquierda.
Sin un punto de partida, comenzó a divagar imaginando la convivencia de sus amigos después de diez duros años de casados. Puede que sintiera envidia, felicidad o pena, no lo sabía a ciencia cierta, pero compartir la vida con alguien, con lo que eso conlleva, incluyendo la cara oculta de cada uno, las inseguridades, los ronquidos......... podía ser una actividad de riesgo. Cada vez le parecía menos apetecible la vida en pareja, mas bien, se sintió afortunada con su soltería.

        Ella hizo de celestina y propició el encuentro de los novios sin proponérselo. Sasha le contaba a Petrus maravillas de Marian, tantas, que este acabó enamorándose de ella sin apenas conocerla. Marian era su mejor amiga, y él era su novio, el que la tuvo al borde del psiquiatra cuando la dejó por su amiga, aunque después de 100 noches y ningún día, Sasha lo superó pensando que por lo menos no acabaría en manos de una zorra, sino en los brazos de Marian, su compañera de piso y de juergas hasta el amanecer. Sasha todavía recuerda como antes de acostarse, siempre compartían la ultima sonrisa.

        Cuando acabó la ceremonia, los novios salieron radiantes de la iglesia, recibiendo una intensa lluvia de arroz como un anticipo de otros tipos de lluvias que les caerían en el reino de Belcebú. Sasha besó en la mejilla al novio, le sonrió y le envió una potente mirada de rayos gamma. Después besó a la novia, y disimuladamente, la traviesa Marian le obsequió con un cariñoso pellizco en la zona más curvada de su cuerpo, activándole el pulsador del punto G. 

         Cada vez es mas frecuente que los robots androides se casen. Es evidente que a pesar de disponer de una gran inteligencia evolutiva, han heredado las mismas taras y cometen los mismos errores que sus padres, los ya desaparecidos humanos.

5 de mayo de 2013

La aguja y la raya


    

    
        Algo me indica que se esta acabando la gasolina, quizá la aguja esté en la raya marcando la reserva. Más que un dato empírico es un sentimiento que se solidifica en el aire, tan real como una roca, tan implacable como una tormenta perfecta, pero esta vez no es George Clooney el que se va a ahogar. Aprendés a competir, a conseguir, a ganar, pero nadie te enseña a dejar que el río siga su curso, a abandonar y a decir adiós.

        La realidad se decodifica en la mente y se convierte en un mar de datos que fluye a tumba abierta sobre un universo onírico, y puede que el cerebro se equivoque en su proceso, pero también tengo serias dudas sobre la realidad absoluta. No sé si fue real, pero todavía veo el resplandor de esa luz amarilla que se colaba por la ventana de la habitación rellenando el fondo de su silueta negra. La noche nos presentó sin palabras, eramos dos extraños pero nos conocíamos muy bien, y a pesar de que ninguno de los dos encendió la luz, nuestros cuerpos se acoplaron como las piezas de un puzzle. 
Todo acaba, sin excepción, y aquejado de un ataque de responsabilidad, me negué a seguirla por el lado salvaje, por los caminos psicotrópicos y por las noches desnudas. Sus labios no hablaron, pero oí una voz que dijo adiós.
      
        La gente es así, siempre tan extraña, cómicos surrealistas parodiándose a si mismos y empapados del queroseno tóxico que flota sobre los aeropuertos del deseo. La gente dice, la gente hace, la gente piensa; la gente, extraño término para referirnos a nosotros mismos.
Cuando la ilusión es esclava, cuando la suerte se acaba, cuando todo se convierte en nada y la aguja está en la raya, quizá sea el momento de decir adiós.



11 de abril de 2013

Desengrasando


 El daño que están provocando los recortes en educación son incalculables. Los efectos negativos llegan con carácter retroactivo, solo hay que ver la misiva que ha escrito el presidente de mi comunidad de propietarios, el señor Comino, notario y abogado del estado, en la que se puede apreciar el ocaso de su sintaxis. Hecho de menos su habitual verbo cultivado, su agudeza mental para desmenuzar en unos pocos segundos los sentimientos que anidan en las regiones más profundas del alma. Y ahora, al cruzarnos en la escalera, solo me regala frases como esta: “me leio el marca y dise que muriño se va pa la inguelaterra”.

Parece ser que este virus de las tinieblas culturales es contagioso. Vecino tras vecino van cayendo en las garras de la enfermedad, caracterizada por un deterioro intelectual y una agresividad superlativa. Y nosotros, los que todavía no hemos sido contagiados, esperamos con miedo el terrible momento del contagio. Aunque ahora que lo pienso..... estoy viendo un partido de fútbol cada día.... me han crecido los colmillos y las uñas.... me ha salido pelo por la zona de los pómulos, y los gruñidos que emito cuando estoy conduciendo son muy preocupantes. Hes posivle que el birus de los tigeretasos cunturales se este cevando conmiguo, enseguro que estoi contajiao.

 Junto al vacío cultural, la crispación también amenaza con extenderse a toda la población, de hecho, la situación se está desmadrando tanto que un solo ejemplo personal servirá para visualizar el panorama actual:

Estaba en mi casa tranquilamente fabricando un misil atómico de largo alcance, y al advertir la ausencia de detonadores en mi radio de acción, me adentré en el territorio de mi vecino para pedirle algunos detonadores chinos. Me los dio a cambio de una granada de mano, y mientras me enseñaba orgulloso sus cinco misiles tierra-aire que ya había construido, me dijo: “si tienen huevos los americanos, que vengan ahora presumiendo de su arsenal de rifles y pistolas domésticas”.  Las diferencias entre los ciudadanos ya no se solucionan mediante el diálogo o en los juzgados, sino que se dirimen mediante lanzamientos de misiles atómicos; algo dramático, pero efectivo.
Cuando salí de casa de mi vecino, la luz se desvaneció, oí una voz misteriosa, y como le sucedió a San Pablo, de la oscuridad emergió una luz cegadora que me habló de esta manera: “No te tomes la vida muy en serio, recuerda que después de la tormenta viene la calma”. Me quedé perplejo al oírlo y pensé que lógicamente sería la voz de Dios. Ante un momento tan especial, quise aprovechar la oportunidad y me atreví a hacerle una pregunta que tenía guardada durante años:  “Dios, ¿si todo lo que hay en el universo lo has creado tú, porque has creado el cannabis? Lo habrás hecho por algo, ¿no?” 
Pero no era dios, era el electricista de la comunidad. Hizo un curso de Hare Krishna por correspondencia, y ante el apagón, me alumbraba con una linterna e intentaba orientarme espiritualmente. Le hice caso, y desde entonces todas las tormentas me las tomo con calma, como él me dijo, y por supuesto, he dejado de fabricar misiles. Eso si, he comprado una motosierra por si vienen los del banco. 

    Ya que estamos casi huérfanos de cultura, de dinero, de derechos básicos y sin apenas protección social, no es conveniente ahondar más en la herida, es hora de darnos una tregua, de desengrasar y de reír, aunque no tengamos muchos motivos. Primero, de nosotros mismos (por lo menos no serán los políticos y los banqueros los únicos), porque algunos pasajes de nuestra vida podrían formar parte de una serie de humor. Y después, nos podemos reír de todo lo que nos pase por...... la imaginación, porque de momento nadie ha privatizado la risa ni la libertad de expresión. De momento.  

  

21 de marzo de 2013

Una crisis terrorífica


   
        Román, un mecánico barcelonés en paro, Carmen, sin profesión conocida, y la abuela de Carmen, una anciana con principios de alzheimer, sufrían el azote de la profecía de las vacas flacas. 
La crisis les había golpeado duramente, como a todos los peones de este tablero de ajedrez llamado economía global. Con la pensión de la abuela, el paro de Román y lo que ganaba Carmen limpiando el pub que estaba en los bajos de su edificio, conseguían llegar a fin de mes y pagar la hipoteca de manera casi milagrosa. A Tobi, un dálmata de tres años, también le había llegado los recortes, ya no lo llevaban al veterinario. Carmen lo justificaba diciendo que eso era cosa de urbanitas, que en su pueblo todos los perros estaban sanos hasta que les llegaba la hora, y sin ningún veterinario. Y por    supuesto a Lolo, un gato siamés, se le acabó su comida especial.

        En Noviembre de 2014 la situación se tornó más oscura. Los recortes del gobierno redujeron el importe de los subsidios de desempleo y las pensiones casi en un cincuenta por ciento, y además, Carmen dejó de trabajar en el pub, el dueño desapareció sin haberle pagado los dos últimos meses. Tuvieron que reducir los gastos al máximo, comer en los comedores sociales y pedir alimentos básicos en la cruz roja. Román que siempre había formado parte de la mayoritaria clase media, fue consecuente, y en ese momento formaba parte de la mayoritaria clase baja, pero lo importante era no perder el piso, haría lo que fuera necesario para evitar que el banco arruinase su vida. Tan solo pensar que podía convertirse en un sintecho arrastrando a toda su familia, le producía escalofríos.

        En Enero de 2015 se anunció la suspensión de los programas de asistencia alimentaria de Cruz Roja, Cáritas y comedores sociales. Los fondos y donaciones no llegaban al diez por ciento de lo que la población sin recursos demandaba. Toda la ayuda se canalizó desde cuarteles militares mediante cartillas de racionamiento, las cuales no garantizaban los escasos alimentos que allí se distribuían si no se guardaba cola con más de tres o cuatro días de antelación. Ante esta situación, no tuvieron más remedio que utilizar el escaso dinero del subsidio de desempleo y la pensión de la abuela para alimentos básicos, luz y agua, renunciando a pagar la hipoteca a la espera de mejores tiempos. Román comenzó a recoger chatarra y cartones de los contenedores de basura mediante un carro de madera que él mismo había fabricado, mientras que ellas recogían hierbas del Parque del Laberinto para cocinar sopas experimentales.

        Abril de 2015 fue un mes muy duro para ellos, el pesimismo se reflejaba todos los días a la hora de comer, apenas hablaban, solo la abuela balbuceaba algunas frases sin ton ni son. Tenían algo de leche que utilizaban para el desayuno y la cena, y el menú fijo para las comidas era pan y sopa de finas hierbas con sal. Antes de empezar a comer, el gato acudió para pedir las sobras y Román lo miró fijamente, después miró a Carmen, y esta a la abuela. Los tres se relamieron. La abuela fue la encargada de matarlo, pero al intentar darle un golpe en la cabeza, el gato se movió y la abuela se rompió dos dedos al golpear con el puño sobre el fregadero. Carmen le rompió el cuello al gato con gran destreza, como si fuera una experta en estas lides, entablilló los dedos de la vieja para evitar el copago del hospital y media hora después, el gato estaba desollado, cortado en piezas, y llenando de alegría esos platos de sopa con ….... carne.

        En junio de 2015 la crisis se agudizó más todavía. Apenas se podía transitar por las calles sin ser atracado, violado o asesinado, en medio de un escenario de basura y escombros habitado tan solo por las ratas, ya que los gatos habían desaparecido misteriosamente. Román y Carmen ya no hablaban, utilizaban un sistema de comunicación telepático para ahorrar energía. Habían perdido tantos kilos que parecían caricaturas de ellos mismos, absortos casi todo el día, mirando el televisor incluso cuando estaba apagado. Mientras sorbían la sopa de hierbas de manera ruidosa, la abuela disparató sobre una noticia que había visto en televisión: “en china se comen a los perros y dicen que tienen buen sabor”. En ese momento, Tobi dormía tranquilamente en su cesta, pero se despertó al sentir sus miradas torvas e inquisidoras, y sin un ápice de compasión fue reducido por los tres, lo llevaron a la bañera y lo mataron con un cuchillo jamonero. La alegría iluminó sus caras, había dálmata para una semana y mientras lo despiezaban, la abuela no pudo evitar salivar repetidamente. La comida fue espectacular, aderezada con ajos y finas hierbas, y mientras comían a dos carrillos, empezaron a experimentar una nueva forma de alimentarse hasta entonces desconocida para ellos, nuevos sabores y nuevos horizontes, rompiendo tabúes occidentales. El perro dálmata era un manjar de dioses.

        En septiembre de 2015, Román pidió al banco una refinanciación de la hipoteca, y a la semana siguiente vino la procuradora para conocer la situación económica familiar in situ. Quiso saber donde estaba la abuela, pero no tuvo una respuesta convincente. Román le dijo que se había ido unos días al pueblo de su hermana, pero la procuradora se levantó y le dijo que hasta que no apareciera la abuela no habría refinanciación. Sin duda, el dinero de su pensión era importante para el pago de la hipoteca. Cuando se dirigía hacia la puerta, Román le corto el paso con un fémur en las manos, mientras Carmen, imitando la voz de la abuela con la dentadura postiza en la mano, dijo: “procuradora, estoy aquí”. Aterrorizada, la procuradora se dio cuenta que de la abuela solo quedaban los huesos. El miedo provoco un goteo rítmico de orina sobre sus pies mientras Carmen babeaba e imaginaba los solomillos, chuletas e hígado que iban a degustar ese mismo día, y ella parecía estar en buen estado, no como las dos testigos de jehová que vinieron a visitarlos el mes pasado. La carne de las religiosas no estaba tierna, más bien les pareció algo reseca. Antes de que intentara escapar, Román la golpeó con fuerza con el fémur de la abuela. La procuradora quedó  semiinconsciente, pero vio como la introducían en la bañera y ordenaban meticulosamente un surtido de cuchillos, artilugios de carnicero y bolsas para el empaquetado de la carne; y como en una pesadilla, los oía hablar con voces graves y pausadas:

            --  Por favor Carmen, dame el cuchillo numero cuatro. 
            --  Toma, pero todavía está viva.
            --  Si, ya lo sé, pero por poco tiempo.


27 de febrero de 2013

Sicario Sunset



        Los reflejos del sol sobre la Smith and Wesson alumbraban las paredes de la habitación, simulando el efecto de las bolas de espejos de las discotecas. Era un ritual, Martín limpiaba y revisaba todos los mecanismos de la pistola un día antes de realizar el trabajo. Presionó el gatillo y comprobó el bloqueo del percutor, introdujo mecánicamente los diecisiete cartuchos en el cargador, con muescas en la punta de las balas para provocar un agujero de salida en el cuerpo de las víctimas del tamaño de una ciruela. Repasó meticulosamente todos los datos del empresario Enrique Byass, sobre todo el horario en el que iba a llegar al chalet de Las Rozas y su itinerario, ese era el momento en el que Byass estaría totalmente solo, porque un sicario profesional, y él lo era, siempre evita que los daños colaterales arruinen su trabajo. Salió a la terraza para contemplar como el sol buscaba otros continentes, se sentó en su sillón de mimbre y vio pasar todos los colores mágicos de la puesta de sol. Nunca había sentido esa atracción por los atardeceres, ni siquiera recordaba haber sido consciente de su existencia, pero desde hacia unos meses los contemplaba como si fueran estrenos de cine.

        Siguió desde una prudente distancia al Mercedes E550 que conducía el empresario, esperó a que llegara y cuando accionó el mando a distancia de la puerta del chalet, Martín aceleró su coche y entro junto a él, quedando los dos coches dentro del chalet. Byass comprendió al instante la situación y salió corriendo hacia la puerta trasera, pero Martín con las dos manos en su pistola le alcanzo en la espalda, Byass gateó moribundo hasta que Martín le puso la pipa en la cabeza y le descerrajó un tiro de gracia. Como ya le había pasado en su último “trabajo”, sintió una extraña sensación de repugnancia, como la que sienten los que ven a un muerto por primera vez.

        El aire se impregnó de un olor dulzón y nauseabundo. Martín lo conocía muy bien, era el olor de la sangre, esa que en sus primeros asesinatos formaba un charco armónico, pero ahora aparecía como una luz roja de alarma. La mayoría de sus víctimas eran voraces empresarios de la construcción, concejales corruptos, mafiosos y traficantes, y sus muertes nunca le habían importado un carajo, pero hoy sentía ganas de vomitar, esa cabeza destrozada no era el mejor aperitivo para cenar.
Salió del chalet y cambió de coche a unos pocos kilómetros de allí, se quito los guantes y el pasamontañas, y mientras conducía pasaron por su mente las caras de terror de sus ya treinta victimas, con la mirada inerte y sus manos intentando alcanzar alguna escapatoria. Esas víctimas ocupaban un lugar fijo en sus pesadillas todas las noches.

        Comenzó a matar hace diez años, a los veinticinco. Su segunda víctima fue un sicario duro y correoso que no merecía una muerte rápida. Ese fue el encargo, y le metió quince balazos. Empezó por las piernas, después le reventó las pelotas y acabó por el vientre. Esperó junto a su víctima hasta que murió, con todas sus tripas por el suelo y varios litros de sangre derramados por toda la casa. Cuando terminó, se ducho y se fue a comer. Eran otros tiempos, él era un depredador que vivía en la selva.

        Al salir de una curva vio un cuerpo sobre la carretera, bajó del coche y comprobó que era un perro atropellado, seguramente uno de los miles abandonados todos los años por sus dueños. Tenia las patas traseras rotas, varias costillas dañadas, y en su agonía, el perro sufría convulsiones. Martín arrancó el coche para irse, pero durante unos segundos se mantuvo allí mirando fijamente al perro. Volvió a parar el motor, lo subió con cuidado en el asiento trasero y lo llevó a una clínica veterinaria.
Después de una revisión inicial, el veterinario le confirmó que se salvaría, debería permanecer un par de semanas en la clínica y podría llevárselo si quería. Martín le dio al veterinario quinientos euros como adelanto, le dejo su teléfono para recoger al perro después de la operación y le pidió un formulario para realizar los trámites de la adopción.
Al despedirse, el veterinario le dio la mano y le dijo:

          -- Ojalá hubiera más hombres como usted, lo que ha hecho es un ejemplo de bondad.
        --Gracias, pero no me considero ningún ejemplo de bondad. No se fíe de las apariencias, puede que sea un asesino, quién sabe. – replicó Martín sonriendo
        -- No creo, usted es de esas personas en las que confiaría mi vida, lo dice mi intuición y no suele equivocarse. 
       
        Entró en el coche y cerro los ojos, sabía que las palabras del veterinario calificándolo de bondadoso habían destapado algo en su interior que inconscientemente ocultaba. Esas palabras habían sido como una carga de profundidad que tarde o temprano estallaría. Sí, no sabía como había ocurrido pero empezaba a amar la vida, desde su más amplio sentido, la vida en mayúsculas, pero ya era muy tarde. Lo único que sabía hacer era matar e intuía que la ley del karma no le permitiría vivir de incógnito. Su pensamiento buscó al perro que acababa de salvar, solo esperaba que alguien lo adoptara, alguien que amara la vida como él y que no tuviera un pasado.

        Al atardecer, Martín se sentó en el sillón de mimbre de la terraza de su ático del centro de Madrid, el cielo estaba despejado y su campo de visión era una espectacular puesta de sol que llenaba de luz rojiza la ciudad. Cuando el cielo se vistió de azul oscuro, sonó un disparo y se apagaron todas las luces.

Steppenwolf