23 de julio de 2012

Crónicas desde el infierno



              A veces nos sorprende, es caprichoso, absurdo, justiciero, y aunque luchemos con todas nuestras fuerzas, siempre acaba derrotándonos. Todo comienza como una comedia, poco a poco nos sumerge en el terreno del drama e inexorablemente acabamos en las garras de la tragedia. Estoy hablando del destino.


              Pero a veces el destino no sigue esa pauta. Nunca he contado lo que me sucedió aquel día, pero siempre hay una primera vez.................era una mañana fresca de marzo, las nubes pintaban de gris el monótono paisaje de la autopista y el zumbido del motor era la banda sonora de la película. 

               Durante todo el viaje tuve la sensación de que las cosas sucedían de una manera predeterminada, al margen de mi voluntad. En el aire flotaba una tensa calma que se rompió cuando la rueda izquierda delantera del Audi reventó, cruzando sin control la mediana. El coche impactó lateralmente contra una furgoneta negra, volviendo a cruzar la mediana hasta ser embestido violentamente por un trailer de gran tonelaje que circulaba en mi sentido original. El golpe me saco de la carretera y comencé a dar vueltas de campana. El coche aguantó bien el zarandeo de las primeras vueltas hasta que el sonido desapareció, y en la enésima vuelta de campana se apagaron las luces.

                A los pocos segundos, estaba en una de las múltiples colas que había en un pabellón vetusto y metálico, como un hangar de la segunda guerra mundial. Aturdido y confuso me preguntaba donde coño estaría, ¿en un nuevo Mauthausen producto de la crisis? Tenía algunas heridas superficiales pero ese lugar no era un hospital, y por más que lo intentaba, no conseguía recordar nada después del accidente. Quise preguntar a una anciana que estaba delante de mí, pero tenía clavado un hacha en la cabeza y preferí no importunarla. 
      Alguien me llamó por mi nombre en la mesa de al lado, alcé la vista y vi a un funcionario de pelo blanco indicándome con la mano que me acercara. Se llamaba Rodrigo y parecía recién salido de la película Casablanca. Me acerqué y le pregunté donde me encontraba, confesándole mi fundado temor de haber perdido la memoria. Sin inmutarse, el funcionario  me ordenó que me sentara, recitándome de memoria un texto estándar que habría repetido miles de veces en en el que decía de manera ambigua que me encontraba en una estación, en un proceso crucial que decidiría si mi destino final era el cielo o el infierno. Ante tal declaración, pensé y pregunté al mismo tiempo temiendo la respuesta:

        - ¿Estoy muerto? 

        - Técnicamente sí, igual que yo, igual que todos los que estamos aquí. Está en la estación de transición, también llamada purgatorio. Me llamo Rodrigo Pisano  - se presentó con un marcado acento porteño, los argentinos están en todas partes, pensé  - nuestra función es dirigir a cada difunto al lugar más adecuado para su nueva vida, dependiendo de los pecados que haya cometido, de sus merecimientos y de otro tipo de parámetros. Realizaré cien acusaciones sobre presuntos pecados de los que tenemos constancia y de los que usted debe defenderse. ¿Preparado? - me preguntó mirándome por encima de las gafas.

        - ¿Esto es un juicio? - le devolví la pregunta.

        - Si lo quiere llamar así, sí. En este caso, para usted es el juicio final.

        - Ah.... claro, estoy listo, adelante – le conteste preparando mentalmente la estrategia a la que debía jugar para ganarme el cielo: negar y mentir.

        El funcionario comenzó a leer mi curriculum completo, incluyendo hechos en los que me encontraba totalmente solo, luego era cierto, dios estaba en todas partes y mira que me lo habían dicho: "cree en dios, aunque solo sea por precaución".

        - Javier Romero, nacido en Madrid, …....... transbordo a la estación transitoria desde la autopista AP-7 por accidente de tráfico...........la primera acusación.........veo aquí que defraudó a hacienda100.000 € en el ejercicio 2005, ¿qué tiene que decir sobre esto?

          - Es falso, el banco en el que trabajaba inflaba las cifras de gastos pero nos pagaba menos y así conseguía pagar menos impuestos. Me imagino que me va a creer a mí antes que a un banquero, ¿no? 

          - Le creo Javier, todavía recuerdo el corralito cuando estaba vivo. Políticos y banqueros especulaban con nosotros a su antojo. Los que tienen la plata son los dueños y permiten que soñemos con un mundo democrático, pero no es una democracia real.

          El primer asalto lo había ganado, además había creado una atmósfera de complicidad. La táctica funcionaba.

          - Señor Romero, según mis datos, la sinceridad nunca fue su mejor virtud. ¿Es cierto?

          - Rodrigo, tendrá que convenir conmigo que decir la verdad es duro e hiriente, incluso se podría calificar como forma sádica de maltrato. Yo no soy un sádico, y si mis mentiras piadosas son un pecado, que conste en acta que son producto de mi amor por el prójimo – mentí descaradamente.

          El funcionario dio su veredicto positivo a mi defensa y ya estábamos en la tercera acusación, la guerra.

              
        - ¿Participo en la guerra de Irak de manera activa?

          La pregunta me pilló a contrapie, frío, sin capacidad de reacción. Pagaría lo que fuera por un método científico que me devolviera al pasado y evitar la vergüenza de haber sido un mercenario. Si encontrara esa fórmula, rectificaría más de un error aunque suene extraño. Ahora nadie se arrepiente de nada, si eres un asesino en serie no te arrepientes porque te ha servido para aprender. Sí, seguramente anatomía.

                Sabiendo que no podía seguir esquivando preguntas, decidí atajar y tocar la fibra sensible de Rodrigo, debía intentar que se sintiera identificado conmigo, que recordara que yo era solo un simple pecador, indefenso y desamparado, y como tal, una victima que merecía la redención y la gloria.

        - Rodrigo, permítame que le diga que por su manera de hablar y su mirada directa y certera, sé que usted es una persona que conoce perfectamente a cada difunto que tiene enfrente, ¿acierto?

        - Modestia aparte, cuando veo a alguien por primera vez, sé si es una alma pura o es un pecador empedernido, y siempre acierto.

        - Bien, pues hoy es viernes, ahórrese trabajo y certifique lo que esta viendo, dígame si merezco el cielo o el infierno. Sea cual sea su decisión la acataré sin rechistar y me declararé inocente o culpable, lo que proceda.


          - Señor Romero, si me pide sinceridad, allá va: usted merece ir al infierno, sobre todo por su desordenada vida sexual, pero tengo que decirle que se defiende mejor que algunos abogados que he conocido y si sigue con las preguntas, seguramente se salvará del infierno, pero ..... ¿está seguro del destino que prefiere?

                   El giro en el interrogatorio y el extraño comportamiento del funcionario me abrió los ojos, era el momento más importante de mi muerte y no podía fallar. Quise indagar sobre mis dos posibles destinos y me animé a pedir información reservada.

        -  ¿Que menús hay en el cielo, Rodrigo? ¿Hay conciertos de rock? ¿Sexo, aunque sea casto?


                                    - Romero, en el cielo no hay sexo, ni 
          los ángeles ni los humanos que ingresan en el cielo tienen ningún tipo de apéndice ni orificio de entrada, los deseos sexuales se subliman con los cantos gregorianos. Allí no es necesario comer ni beber, y todo el día se reza en infinitas columnas, como un gran ejercito de seres perfectos que se arrodillan al paso de dios. La población del cielo esta formada por las cúpulas del vaticano, políticos, personajes ricos e influyentes, delincuentes de cuello blanco, traficantes, y los millones de avispados que han trabajado su llegada al cielo como un plan de pensiones.

           La descripción que hizo Rodrigo del cielo, cambió mi punto de mira.

        - ¿Temperatura media del infierno?   - le pregunté con la intención de que se explayara.

        - Desde el año 1950 hay aire acondicionado,  - sonrió - el infierno es una estación parecida a la que vivíamos en la tierra, pero sin políticos ni religiosos, sin maleantes, sin dinero y sin propiedades. Cada uno trabaja en lo que realmente le gusta y las tareas menos demandadas son realizadas por robots fabricados por la colonia de japoneses residentes en el infierno. Todos los días hay festivales de jazz, blues, bossa, cine y fiestas de todo tipo. El sexo es uno de los productos principales de ocio, allí ya saben que eso del amor de pareja es un camelo, que solo es un proceso químico pasajero. Los productos autóctonos de la zona destacan por su calidad, plantaciones de  marihuana curativa y sobre todo los destilados de malta que ya están siendo exportados a la tierra, de estrangis por supuesto. Ah, de esto ni una sola palabra  - dijo el funcionario con el indice sobre la boca.

        - Confieso que merezco ir al infierno , adelante, proceda   -  la decisión ya la había tomado, solo rezaba para que el funcionario estuviera en lo cierto.

        Rodrigo se aclaró la voz y leyó de manera solemne un contrato que curiosamente ya tenia preparado, declarándome culpable y condenándome a pasar el resto de mis días en el infierno. 

         - ¿Alguna pregunta más antes de partir, Romero? 

        - ¿Voy a volar en primera o en clase turista? 

        - Al infierno se va en metro - Sonrió y me estrechó la mano. Sin duda fue el inicio de una gran amistad.

          ............... Sentado en una terraza acuática, puedo saborear el extraño color verde de este mar situado al sur del infierno. Jimi Hendrix toca la guitarra sobre un liviano puente de madera y juraría que ha mejorado con el tiempo, como los buenos vinos. Amy toma un whisky a palo seco, celebrando su primer aniversario. Ella tenía razón, no necesitaba la rehab, ahora es más valorada por todos. Una satánica compañía con bikini negro me quita la tablet justo antes de despedirme, y ........que le vamos a hacer, estoy a su entera disposición.
                              
                  
     

Steppenwolf