3 de marzo de 2012

Cerebros en formación



        El pesimismo se había mezclado con el aire oscuro, espeso e irrespirable que se pegaba a la piel como un chicle viscoso. Salí temprano de la colmena de apartamentos donde había pasado la noche, miré hacia arriba con cuidado para evitar que me cayera algún suicida víctima de la crisis y me adentré en una de las calles bombardeadas, llenas de escombros, de vehículos calcinados, de restos humanos chamuscados y amoratados. Los edificios registraban las marcas de viruela producidas por las esquirlas de las bombas de racimo, y por más que lo intentaba, no recordaba cuando había empezado esta guerra ni por qué, solo sabía que el fin del mundo era inminente. Necesitaba una respuesta antes de que todo acabara.   
                                                                   
        Los predicadores callejeros apostados en las esquinas anunciaban la llegada del juicio final sin conseguir la atención de los supervivientes que deambulaban por las calles. Uno de los predicadores se giró hacia mí con sus ojos alucinados, no hablaba del fin del mundo como los demás y por su manera de comportarse juraría que estaba esperándome. Se tambaleaba ligeramente subido a una especie de barril semidestruido y una sucia túnica blanca cubría parcialmente su cuerpo. Extendió los brazos hacia mí y gritó:
        “¡Tenéis el tesoro más valioso que jamas hayáis imaginado!, la estructura más compleja, misteriosa y mágica que existe en el universo: el cerebro. No busquéis respuestas fuera de este mundo ni en el fondo del mar, están dentro de vosotros”. 
Yo seguía caminando sin perderlo de vista, sin fiarme demasiado. Podría ser un neurocirujano contratado por el gobierno, o quizá peor, un antropólogo en paro.
         El mensaje del predicador penetró como una bala entre mis ojos y despertó mi fascinación dormida por el cerebro humano. Desde los primeros homínidos hasta hoy, su volumen se ha multiplicado por cuatro y si continúa esta pauta de crecimiento desproporcionado, en un millón de años podríamos ser grandes cerebros con patas. Si para entonces no hemos destruido el mundo, es posible que tengamos la suficiente madurez como para utilizar el cerebro correctamente, vamos, sin joder a los demás, ni a los animales, ni a nuestro propio planeta. Como una alcahueta ociosa, solo por ver desde una mirilla angular el desarrollo de esa época, vendería una vez más mi alma al diablo.   
                                                            
        Una de las características más destacadas del cerebro es la plasticidad. El aprendizaje y la información alteran el mapa de conexiones de las células cerebrales modificando su funcionamiento y  la forma del cerebro. Un pensamiento, una canción o un libro, pueden modificar la estructura física de nuestro cerebro. Una sonrisa crea una encrucijada de neuronas positivas y un mal día nos sumerge en las entrañas del infierno, pero el guión, el decorado, la banda sonora y los protagonistas, los perfila ese director de películas cotidianas que es el cerebro, un dios en formación que puede crear mundos a la carta.                                                                                                                                                
         Dentro de un tímido rayo de sol, millones de partículas en suspensión bailaban extrañas danzas. Me detuve y dirigí las palmas de las manos hacía el sol para empaparme de toda su energía, recordé los pasajes especiales y mágicos que había vivido hasta ese día y comprendí que esos momentos no se perderían en el tiempo “como lagrimas en la lluvia”, sino que formarían parte del gran cerebro colectivo que lucha por recordar.
En mi camino de vuelta habían desaparecido todos los predicadores, solo veía aliados, las calles eran valles húmedos, los pájaros eran envidiados en silencio por los almendros y una atmósfera fresca envuelta en perfume de mujer susurraba palabras dulces como la miel.

                                                                                                                         

10 comentarios:

  1. ah!!...parece tan simple cambiar la visión caótica del mundo cuando tenemos un cerebro preparado para ello. No a todos se les hace fácil bucear en la memoria y tratar de construir una representación colectiva más armoniosa. Besos. Me ha encantado especialmente este texto.

    ResponderEliminar
  2. La pena es que tampoco el cerebro va a seguir evolucionando mucho en estos tiempos que nos toca vivir: estamos en fase de mera supervivencia.

    ResponderEliminar
  3. puede que el cerebro no evolucione, pero podemos aprender a utilizarlo más.
    estos días me acuerdo mucho de un profesor que nos gritaba: "pensad, pensad, hay que pensar".

    un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Algún día sabremos utilizar bien nuestro cerebro.

    Muy bueno Steppen.

    ResponderEliminar
  5. Sonia, el post viene derivado, o mejor dicho, "desviado" de la teoría de Jung sobre el inconsciente colectivo o la memoria colectiva, según la cual cualquier pensamiento humano nos influye en mayor o menor medida.

    Si aceptamos esta teoría podríamos decir que los pensamientos libres y brillantes del poeta así como los mayores crímenes cometidos en el mundo, claramente tendrían nuestra firma cómplice, o simplemente podríamos afirmar que el pensamiento de un cartero influye directamente en el presidente del gobierno, porque sería fruto del mismo cerebro colectivo que alimenta a los dos. Esto da que pensar.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Pas, ¿El cerebro al que tú te refieres es ese que está entre las orejas? Si es ese no te preocupes, sabiendo articular pensamientos tan profundos y abstractos como "camarrerro, otra servesa", o, "yo pago la última", ya es suficiente.

    ResponderEliminar
  7. Senses, yo creo que podríamos comparar a nuestro cerebro con un Ferrari sin volante o un tesoro sin plano.
    El yoga te recomienda no pensar para llegar a la meditación, un lugar más cercano al subconsciente y más cercano a uno mismo; no sé si será verdad.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  8. Julia, a nadie se le ha ocurrido y yo sé como utilizar bien el cerebro: leyendo las instrucciones de uso.
    El libro de instrucciones que yo tengo se llama kamasutra, supongo que será el nombre de la editorial.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  9. Nuestro cerebro cada vez está más agrisado. Le sobran rayos y le faltan destellos.
    Voy a poner en subasta el mío. A ver si alguien me lo compra. No forma
    'parte del gran cerebro colectivo que lucha por recordar'.
    Majo post, majo, Steppen
    Abrazos

    ResponderEliminar
  10. Pilar, yo te compro el cerebro, que me he quedado sin ninguno. Eso sí, tienes que aceptar un pagaré de la CAM, entidad seria donde las haya, porque ahora ya no se ríe ni dios.
    Saludos.

    ResponderEliminar

Steppenwolf