Busco la lluvia en el norte de la Vía Láctea, donde las gotas caen hacia ninguna parte con la cadencia lenta y armónica del cristal líquido. Busco la lluvia que se apodera de los tejados y las calles, del aire y de tu aliento cálido y humeante. Busco la lluvia torrencial y desatada que drena el enfangado subconsciente, esa que repiquetea en el suelo bailando a ritmo de bossa nova.
Lluvia ingrávida y etérea, perfumada con lavanda, habitante del reino de la tristeza sabia, de la melancolía serena y la felicidad húmeda. Lluvia que cauteriza las heridas del alma provocadas por el odio ciego y por la soledad salvaje, y esa lluvia me indicará el camino hacia los Pirineos Catalanes, a Ordesa, a Donosti y al Botxo, a Cantabria, a Llanes, a Covadonga y a las rías gallegas, y por supuesto, espero mal tiempo.